Octavio Rodríguez Araujo
En mi más
reciente libro señalé que la extrema derecha, a diferencia de la extrema
izquierda, recurre más a los sentimientos y al pragmatismo que a la
razón. Uno de esos sentimientos ha sido culpar del desempleo y de la
inseguridad a los inmigrantes, así como a los grandes capitales que han
atentado ciertamente contra los pequeños y los medianos. Gracias a la
explotación de estos sentimientos (y subrayo sentimientos) es que la
ultraderecha europea ha ganado posiciones de gobierno, con frecuencia
local, y ha aumentado la votación a su favor en los años recientes,
incluso restándole votos a partidos de izquierda que antes lograban
canalizar la simpatía de los desempleados y de los trabajadores de más
bajos ingresos, como fue el caso de los comunistas y los
socialdemócratas. Comenté también que la voluntad ciudadana, en la
democracia electoral, podría hacer ganar a Donald Trump en Estados
Unidos, esencialmente por sus desplantes ultraderechistas con fuertes
ingredientes nacionalistas:
América ya es grande de nuevo, expresaron los republicanos una vez que se alzaron con la victoria tanto presidencial como parlamentaria.
El discurso y los sentimientos mayoritarios en Europa van en el mismo
sentido. El Brexit no ha sido un fenómeno aislado, así como tampoco las
emociones antinmigrantes en ese continente. Esa tendencia, pese a que
se acusa a Trump de ignorante, fue percibida y aprovechada por éste en
su campaña, especialmente contra los llamados latinos. Y tuvo éxito,
particularmente al develar para el estadunidense promedio que los
grandes capitales trasnacionales y los inmigrantes eran/son los
culpables de su deterioro de vida.
El voto a favor del candidato republicano fue antisistema, contrario
al neoliberalismo encabezado por Estados Unidos y sus últimos gobiernos
(desde Reagan) y que ha marginado a millones de habitantes en ese país,
precisamente en los estados menos ricos de la primera potencia mundial.
Estos ciudadanos tuvieron la oportunidad de cobrarse, con Trump, la
depauperación de que han sido objeto en los pasados ocho años por la
gigantesca concentración del ingreso favorecida, como bien se sabe, por
las políticas mundiales del neoliberalismo.
Una suerte de populismo nacionalista y de derecha, como es
entendido en Europa más que en América Latina, convenció a la mayoría de
los votantes, muchos de ellos desesperados ante un futuro incierto para
ellos y sus hijos. La prosperidad de ese país no ha alcanzado a toda la
población, sino más bien lo contrario. Y la promesa de desarrollo y de
oportunidades para los pobres y las clases medias, ofrecida por Trump,
surtió el efecto esperado en las elecciones del martes. La
identificación de Wall Street con Hillary Clinton, es decir de los
grandes capitales financieros con la candidata demócrata, fue también
aprovechada por el empresario neoyorquino, considerado un millonario de
medio pelo y no del grupo selecto de las trasnacionales que dominan la
economía del mundo.
Tal vez, como en muchos países del llamado mundo occidental, los
partidos tradicionales están perdiendo simpatías y los ciudadanos de ese
y otros países buscan nuevas opciones. Ha estado ocurriendo en Europa y
en América Latina, ¿por qué no también en Estados Unidos? Cierto es que
el republicano en la potencia vecina es tradicional, tanto como el
demócrata, pero habrá que reconocer que Trump logró darle un giro y un
nuevo perfil, más conservador que de costumbre y más de extrema derecha.
Aunque no pocos republicanos se deslindaron de Trump y su discurso,
éste arrastró a su partido en su campaña juzgada por muchos como
irresponsable y estridente. Quizá no sea una exageración decir que el
fenómeno Trump se extendió al Partido Republicano, como lo demostrarían
los resultados en ambas cámaras del Congreso en ese país. En otras
palabras, siendo el mismo, el republicano cambió, lo modificó su
candidato y así fue visto por quienes votaron por él en su búsqueda de
una alternativa al sistema que obviamente no los ha beneficiado.
Ganó el populismo de derecha, que no debe ser confundido con el de
izquierda. Las repercusiones en México serán, como es posible anticipar
desde ahora, desastrosas. Pero este tema requiere una reflexión más
amplia y meditada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario