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martes, 2 de diciembre de 2014

¿Ha llegado el momento de una Intifada Negra en EEUU?



El asesinato del joven desarmado afroamericano Michael Brown en los suburbios de Ferguson en el estado estadounidense de Missouri a manos de un policía blanco, Darren Wilson, provocó protestas a gran escala contra una tragedia que parece haberse convertido en una rutina en los Estados Unidos.
Sin embargo, el hecho de que el gran jurado no ha podido condenar al asesino no sólo ha puesto de relieve la grotesca parodia del proceso legal en los Estados Unidos, sino que también ha hecho resurgir las cuestiones sobre si la justicia para los afroamericanos podría ser posible dentro del actual sistema jurídico-político estadounidense.

EE. UU. es un país fundado sobre el racismo donde la esclavitud ha sido protegida por la Constitución. “La inmigración o importación de las personas antes del mil ochocientos ocho, deben estimarse admitidas y no deben declararse prohibidas por el Congreso”, afirma el Artículo 1, Sección 9.

Los Estados Unidos son también la tierra de la ironía y la contradicción, el ejemplo más obvio de esta violación de los derechos humanos, es su pésimo historial en lo relacionado con el trato que reciben los negros, la mayoría de los cuales fueron traídos al país en contra de su voluntad como esclavos, pero sin embargo continuaron viviendo, trabajando, luchando y muriendo por sus derechos como todos seres humanos.

Cuando Thomas Jefferson escribió las emocionantes palabras de la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776, “Sostenemos que es un evidente realidad: que todos los hombres son creados iguales y que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables”, seguramente no se refería a los negros porque él mismo, al igual que otros once presidentes de Estados Unidos, era propietario de esclavos.

El primer presidente, George Washington, era propietario de más de 200 esclavos. El último presidente que poseía esclavos era Ulysses S. Grant, un exgeneral durante la Guerra Civil Estadounidense en el ejército de la Unión, que supuestamente estaba luchando para librar el país del flagelo de la esclavitud.

Irónicamente, el primer mártir de la Revolución Americana fue un esclavo escapado de Massachusetts llamado Crispo Attucks, que había reunido los colonos de débil voluntad para luchar contra soldados británicos en lo que más tarde se conoció como la masacre de Boston. La valentía de los soldados negros en la batalla de Bunker Hill alarmó tanto a George Washington y sus compañeros racistas blancos, que prohibieron el alistamiento de los negros en sus filas por temor a que el ejército británico también hiciera lo mismo. Pero cuando el gobernador asignado por parte del Reino Unido para Virginia, Lord Dunmore, ofreció libertad a esclavos negros si luchaban en el lado británico, Washington cambió su postura.

Es imposible comprender el enojo y la frustración de los negros en los EE. UU. sin mirar la historia de su valiente lucha para ganar la libertad y la igualdad. En 1860, justo antes del estallido de la Guerra Civil, había casi 4 millones de esclavos negros trabajando en condiciones abominables.

Además de soportar las humillaciones institucionalizadas de un trabajo forzado desde el amanecer hasta el anochecer, la brutal disciplina y las precarias condiciones de vida, las familias negras se quedaban destruidas sistemáticamente según el capricho de sus amos blancos que separaban los hijos de sus padres para venderlos como animales en subastas de esclavos. Los niños negros eran arrancados de su familia y obligados a trabajos forzados en los campos a los seis o siete años; a los diez años, un niño negro tenía que asumirse la responsabilidad de un adulto. En resumen, a los negros en EE. UU. se les negaba los derechos humanos inalienables y sufrían toda indignidad imaginable.
A los niños de la escuela en EE. UU. se les enseña que Abraham Lincoln liberó a los esclavos mientras él solo manipuló la cuestión de la esclavitud para obtener ventajas políticas. La prueba de que él mismo era un racista se ve claramente en sus declaraciones durante sus reuniones iniciales en 1862 con líderes negros, a los que comunicó en términos inequívocos que era su deber dejar el país norteamericano y establecer una colonia negra en América Central, bajo el liderazgo de los blancos, en aquella ocasión Lincoln precisó: “Usted y nosotros somos de diferentes razas. Tenemos entre nosotros un abismo más profundo de lo que existe entre cualquier otras dos razas… Es mejor mantenernos separados para los dos”. Hasta el abril de 1865, justo antes del final de la guerra, Lincoln fue aun considerando la deportación en masa de los negros “liberados”, y si finalmente abandonó la idea, fue debido a la insuficiencia de medios de transporte disponibles.

La tan alabada Proclamación de Emancipación firmada por Lincoln el 1 de enero 1863 sólo liberó a los esclavos en los estados confederados que todavía estaban en rebelión y aún no habían sido ocupados por tropas de la Unión; de hecho, el documento sirvió para continuar con la esclavitud de más de 500.000 personas, mucho más de los que liberó jamás. No sabemos que esto fue planeado o no por Lincoln pero, unos 100.000 negros liberados por la proclamación se unieron al ejército de la Unión para luchar contra la Confederación y su esclavitud institucionalizada, pero incluso como soldados de la Unión, los negros fueron insultados con sueldo mensual de siete dólares, poco más que la mitad de los trece dólares pagados mensualmente a soldados blancos de la Unión.

Después de la Guerra Civil, el Congreso de Estados Unidos aprobó tres enmiendas constitucionales que pretendían establecer los derechos del término recientemente creado de los “ciudadanos negros” y castigar a los rebeldes confederados: la decimotercera Enmienda abolió la esclavitud, la decimocuarta estableció un mínimo de los derechos civiles y la decimoquinta levantó la prohibición de votar por motivos de raza. Pero, a pesar de esta apariencia progresista, en la práctica las modificaciones proporcionaron un encubrimiento legal a los legisladores racistas blancos para reforzar la discriminación contra los negros bajo las llamadas leyes de Jim Crow.

Por su parte, la Corte Suprema de Estados Unidos rechazó todas las oportunidades que tenía para actuar contra la violación legalizada de los derechos de los negros. En el famoso caso de Plessy contra Ferguson en 1896, el Tribunal Supremo confirmó la constitucionalidad de una ley ratificada en 1890 que requería la segregación racial en lugares públicos (en especial en redes ferroviarias) bajo la doctrina de «separados pero iguales». El juez Henry Billings Brown, que representaba la mayoría en esta votación, escribió respecto a la ley que “no entra en conflicto con la decimotercera Enmienda que abolió la esclavitud y la servidumbre involuntaria, excepto como castigo de un delito, está demasiado claro el argumento”.

En otro caso, Berea College contra Kentucky en 1908, el Tribunal Supremo dictaminó que una ley ratificada en 1904 en Kentucky que prohibía a una persona o corporación montar clases en las que participaran blancos y negros no era inconstitucional. Por otra parte, el juez David Josías Brewer, representante de la mayoría en este caso, y el juez Oliver Wendell Holmes del mismo grupo, escribieron que “cuando un tribunal estatal decide un caso que se concierne tanto al terreno federal como al no federal, este tribunal no cambia el dictamen si el territorio no federal, se opone a la decisión”. Este apoya efectivamente las leyes estatales intolerantes, como el juez John Marshall Harlan señaló en su disidencia, ya que “un estado puede ver como un crimen frecuentar los mismos mercados al mismo tiempo por las personas blancas y de colores”.

Antes de 1906, los grupos de resistencia se habían formado entre los negros debido a las condiciones intolerables, que se estaban siendo rápidamente consagradas en los EE. UU. por las leyes de Jim Crow.

Un grupo de la resistencia formado por el activista erudito W.E.B. Du Bois, los militantes de Niágara, exigió el fin de la segregación y la discriminación. “Queremos que las leyes aplicadas sobre ricos y pobres; sobre capitalistas y la mano de obra; sobre blancos, y Negro sean iguales”, insistieron en su manifiesto para luego exigir también la aplicación de las enmiendas constitucionales mencionadas anteriormente.

Sus demandas razonables, que siguen sin haberse cumplido todavía, fueron recibidas por furiosas reacciones por los blancos que llevaron a cabo masacres en Atlanta, Georgia y Springfield e Illinois, lugar de nacimiento de Abraham Lincoln.

Con el aumento de la histeria entre los estadounidenses blancos, mientras los negros americanos luchaban en el extranjero bajo el mando francés, los disturbios raciales estallaron en St. Louis, no muy lejos de Ferguson donde fue asesinado Michael Brown.

El 2 de julio de 1917, los racistas blancos enojados por el derecho de empleo de los negros, mataron cerca de doscientas personas y destruyeron seis mil hogares. Los linchamientos y otros actos sádicos contra los negros se convirtieron en algo muy común. Para el final de la Primera Guerra Mundial, en contra de la retórica elocuente del presidente Wilson, el país norteamericano no sólo no estaba preparado para la democracia, sino que era francamente peligrosa para los negros que reclamaban sus derechos.

En la época de la Gran Depresión, la condición de los negros se deterioró aún más: un tercio de los negros estaba en paro, la cifra llegaba a dos tercios en Atlanta. El sueldo de un negro fue diez centavos por hora. No es sorprendente que surgieran en estos momentos movimientos separatistas negros, como el movimiento del Estado 49° liderado por Oscar C. Brown o la Nación musulmana de Eliyah Mohamad, ante la falta de una solución al dilema dentro de la estructura política estadounidense blanca. Incluso los eruditos como W.E.B Du Bois empezaron a considerar la idea de la separación de los negros como el antídoto de la opresión racial sin fin por parte de los blancos.

Cuando la Segunda Guerra Mundial presionó al Gobierno de Estados Unidos a prohibir la discriminación racial en la industria de armamentos en 1943, una vez más los blancos se amotinaron en varias ciudades. Cuando la guerra terminó sin avances sociales significativos, los negros llevaron su caso ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) recién formada en 1947. Este movimiento, empujó al presidente Truman a asignar un comité de derechos civiles sin que consiguiera progresos tangibles en la situación de los afroamericanos. Sin embargo, en 1954, cuando la Corte Suprema dictaminó en el histórico caso Brown contra Consejo de Educación de Topeka, que la educación “separada pero igual” era inconstitucional, renacieron otra vez esperanzas de que las condiciones pudieran mejorar para los negros en Estados Unidos.

A lo largo de la década siguiente, los grandes líderes como el Martin Luther King, Malcom X, Medgar Evers, Ralph Abernathy y Stokely Carmichael inspiraron a los negros a participar en la disidencia contra las políticas de apartheid estadounidenses. Protestando por la segregación en los restaurantes, escuelas y sistemas de transporte público, los manifestantes corrían el riesgo de ser atacados por los racistas blancos y policías armados con gases lacrimógenos, látigos y bastones eléctricos. Muchos, entre ellos el King, Malcom X y Medgar Evers, fueron asesinados, pero sus esfuerzos fueron galardonados con la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964, que prohibió ciertas prácticas discriminatorias en el registro de votantes, las instalaciones públicas, las escuelas públicas y el empleo. Esta fue la primera ocasión desde la Guerra Civil que el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley importante para proteger los derechos de las minorías, pero no antes de que el senador de West Virginia y el exmiembro del Ku Klux Klan, Robert Byrd, hablara durante 14 horas seguidas, para rechazar la aprobación de la ley en la sesión final de un debate parlamentario de 75 días montado por los senadores racistas que estaban decididos a bloquear esta ley.

Unos 50 años han pasado desde que el presidente estadounidense, Lyndon Baines Johnson firmó la Ley de Derechos Civiles, sin embargo, las circunstancias de los negros sólo han empeorado debido al racismo profundamente arraigado en el país, como se ve en el caso de la absolución de Darren Wilson por el asesino de Michael Brown. Además, se ve que en muchos terrenos- finanza, empleo, educación, vivienda, y otros- los negros en los EE.UU. están viviendo una peor situación en comparación con la década sesenta.
A consecuencia de los asesinatos de los negros, como ha ocurrido de nuevo en Ferguson, los estadounidenses blancos han hecho imposible un cambio pacífico, lo que hace inevitable una revolución violenta. Los negros no tienen otra opción contra el régimen del apartheid estadounidense que el camino de la resistencia armada parecida a lo que han elegido sus hermanos y hermanas palestinos contra la usurpación israelí. Sí, es el momento de una Intifada Negra.
Yuram Abdolá Weiler

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