Eugene Gogol
Carta Politico-Filosofica, Num. 1
Los normalistas de Ayotzinapa: asesinato y criminalización de la juventud en México
4 y 11 de noviembre de 2014
Carta Politico-Filosófica, Num. 2 [E1]
¿Que hacer? Una dialéctica de la organización y la filosofía
Aceptando el desafío de este nuevo momento en México: de la represión a la resistencia a la rebelión
4 de diciembre de 2014
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Carta Politico-Filosofica, Num. 1
México, D.F., a 4 de noviembre de 2014
LOS NORMALISTAS DE AYOTZINAPA: ASESINATO Y CRIMINALIZACIÓN DE LA JUVENTUD EN MÉXICO
A
la barbarie del Estado mexicano, sus adherentes y secuaces, nosotros le
oponemos la necesidad de construir un nuevo humanismo, la unidad de
teoría y práctica —en suma: la revolución en permanencia.
Vivos se los llevaron; vivos los queremos.
En respuesta a los ataques (instigados por el Estado) en contra de los
alumnos de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, en
Guerrero, ocurridos el pasado 26 de septiembre —y en los cuales seis
personas fueron asesinadas, así como no menos de 43 estudiantes
secuestrados y “desaparecidos” (con la posibilidad de que hayan sido
ejecutados y enterrados en fosas clandestinas) —, ha aparecido una
serie de protestas masivas a lo largo de todo México. Octubre ha sido
un mes de rabia e indignación, de actos de denuncia encabezados por
cientos de miles de estudiantes —a los cuales se les han unido otras
decenas de miles. Marchas multitudinarias han tenido lugar en Guerrero,
en el Distrito Federal y en casi todos los estados del país; en ellas,
se ha exigido la devolución con vida de los desaparecidos.
I. El ataque contra los normalistas[1]
De
acuerdo con los estudiantes de Ayotzinapa, el pasado 26 de septiembre,
algunos normalistas, como lo han hecho en otras ocasiones, pensaban
plantarse en alguna autopista de Guerrero (a bordo de autobuses
tomados) y pedir cooperación para financiarse un viaje a la ciudad de
México —a fin de poder participar en la marcha anual del 2 de octubre,
conmemorativa de la masacre de estudiantes de 1968. Sin embargo, cuando
llegaron —prácticamente sin haberlo planeado— a la ciudad de Iguala, se
convirtieron en víctimas de un ataque brutal: el alcalde y otros
funcionarios de gobierno le habían ordenado a más de una docena de
policías municipales abrir fuego sobre los normalistas, así como a una
pandilla de narcotraficantes —Guerreros Unidos— secuestrar y
“desaparecer” a los 43 estudiantes que habían sobrevivido a la masacre
inicial.
Ahora
bien: este ataque fue más que un hecho aislado cometido por un alcalde
homicida —en colaboración, por supuesto, con las fuerzas policiales y
el narcotráfico. ¿Por qué? En primer lugar, porque el gobierno
municipal contó muy probablemente con el apoyo de otros elementos del
Estado: ¿el Ejecutivo de Guerrero?; ¿la armada federal, la cual se
ausentó misteriosamente durante todo el “operativo”?; por ello mismo,
pensó que podía salir impune de esta situación: a fin de cuentas, en
diciembre de 2011, cuando 500 estudiantes de Ayotzinapa habían bloqueado
la autopista Del Sol —pidiendo una audiencia con el gobernador del
estado para protestar por los cortes que se le habían hecho a su ya de
por sí reducido presupuesto escolar—, alrededor de 300 miembros de las
“fuerzas de seguridad” (diversas agencias de policía y el ejército) los
atacaron con gas lacrimógeno —y, al ver que los estudiantes se
resistían, con armas de fuego—; tres normalistas fueron asesinados,
mientras que varios otros golpeados y heridos —así como, cincuenta o
más, arrestados: hasta el día de hoy, nadie ha sido acusado como
responsable de estas muertes.
En
segundo lugar, porque las acciones de la policía de Iguala son parte de
un proyecto de criminalización de la protesta social en México
—principalmente, en contra de la juventud “rebelde”—; en efecto: si
bien las autoridades del municipio y los cárteles de la droga en
el narco-estado de Guerrero pudieron haber sido los ejecutores de este
acto brutal en contra de los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa, lo
cierto es que en todo el país gobierna un Estado criminal.
II.
La criminalización de la protesta social en el contexto del Estado
mexicano como agente del crimen y como vehículo del crimen organizado[2]
La
guerra criminal —supuestamente en contra del narcotráfico—, iniciada
durante la administración de Felipe Calderón (2006-2012), no se tradujo
sino en la muerte de decenas y decenas de cientos —así como en la
desaparición de otros miles de personas. ¿Son sus cuerpos los que ahora
están siendo encontrados en las fosas clandestinas que “han aparecido”
en medio de la búsqueda de los normalistas de Ayotzinapa, o más bien
estos cadáveres son responsabilidad de Peña Nieto, quien ha continuado
la “guerra contra el narco” con ayuda de la policía y el ejército? Este país está lleno de cementerios clandestinos: ¿decenas?, ¿cientos?
Con
Peña Nieto, antes de la masacre de Iguala, ya habíamos sido testigos de
la ejecución de 22 jóvenes, por parte de la armada federal, en Tlataya;
de igual forma, hemos vivido la continua represión a los pueblos
indígenas, quienes luchan por la autonomía y la autodeterminación —ya
se trate de los zapatistas en Chiapas o de los yaquis en Sonora. Estos
hechos, sin embargo, apenas si son una muestra de la barbarie en que
los gobiernos local, estatal y federal han querido sumirnos en las más
recientes décadas.
Ser
joven en México —niño, adolescente, o una mujer apenas entrando a la
madurez— significa vivir ante la posibilidad de ser asesinado
repentinamente —un asesinato en el que el gobierno estará seguramente
involucrado (o ante el que, por lo menos, permanecerá indiferente).
¿Nos hemos olvidado, por ejemplo, de la impunidad ante el caso de la
guardería ABC en Hermosillo, Sonora, en 2009, donde 49 niños murieron
quemados y 79 más sufrieron graves heridas —todos ellos, de entre
cincos meses y cinco años de edad? Asimismo, hemos atestiguado la
muerte de cientos de jóvenes mujeres en Ciudad Juárez —todas ellas,
acompañadas por la indiferencia del gobierno por prevenir la violencia
feminicida o por traer a los responsables ante la justicia. Por si
fuera poco, hemos visto también cómo un número cada vez mayor de
jóvenes muere en incidentes violentos.
III. El surgimiento de la protesta: México en un nuevo momento histórico
El
horror de Ayotzinapa ha dado origen a un nuevo momento en México. La
rabia puede ser percibida en cada sector de la población —pero,
especialmente, entre los jóvenes: ya en los alumnos de las Normales, ya
de las principales universidades de la capital. Desde entonces, ha
habido dos megamarchas: la primera, organizada en dos o tres días, tuvo
lugar el 8 de octubre, cuando en la ciudad de México decenas y decenas
de miles salieron a las calles —encabezados por los normalistas y por
los familiares de los desaparecidos—; de igual manera, hubo protestas
masivas en otros 23 estados del país. La segunda marcha, la del 22 de
octubre, fue parte de una huelga de dos días llevada a cabo por jóvenes
de decenas de universidades; en ella, participaron cientos de miles
—así de la capital como de otros rincones de México. En Guerrero, ha
habido protestas diarias desde hace más de un mes.
En
la marcha del día 8, los participantes llevaban velas, cruces y
pancartas con los nombres de los desaparecidos, así como con las
siguientes consignas: Hasta que haya justicia en Ayotzinapa, no habrá
paz para el gobierno, o Normalistas, víctimas del narco-Estado. Con
marchas, cierres de caminos, bloqueos a las oficinas del gobierno y a
otras dependencias públicas, miles de personas en 25 estados pidieron
la inmediata destitución del gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre. Por
lo demás, una de las manifestaciones más significativas del 8 de
octubre tuvo lugar en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde 20,000
zapatistas protagonizaron una marcha del silencio, del dolor y la
rabia, exigiendo verdadera justicia.
En
la ciudad de México, además de las megamarchas, ha habido protestas
todos los días,lo que incluye la pinta de slogans en las paredes de los
edificios, así como la pega de fotos de los desaparecidos en
todas partes —entre otras acciones.En la marca del 22, estudiantes,
maestros, padres y madres, indígenas, campesinos, trabajadores,
miembros de organizaciones civiles en defensa de los derechos humanos y
sindicalistas demandaban ¡justicia!; se preguntaban: ¿dónde
están nuestros hijos?; exigían: ¡No más masacres! y sentenciaban:
México, cementerio clandestino. Al acercarnos a la festividad del 2 de
noviembre, un cartel en una marcha parecía resumirlo todo: en México,
todos los días es Día de Muertos.
IV. Construyendo un humanismo revolucionario: de la protesta y la resistencia a la transformación social
La pregunta fundamental que debemos respondernos es, entonces, la siguiente: ¿puede
este momento de protesta convertirse en un indetenible ataque contra el
fallido Estado mexicano —y, a la vez, en un tiempo de rebelión, de nuevos comienzos (que permitan construir un humanismo revolucionario en este país)?
Hablar
de construir un humanismo revolucionario cuando tenemos ante nosotros
la barbarie cometida contra los normalistas en Guerrero puede parecer,
para algunos, una evasión de la realidad. Sin embargo, es sólo a través
de la concepción y realización de una visión emancipatoria de esa
índole como podremos detener la masacre contra nuestros jóvenes,
nuestros indígenas, nuestras mujeres —en suma: de todos los pobres y
marginados, de los condenados de la Tierra aquí en México.
Por
ello, nuestro principal reto consiste en transformar este momento de
protesta masiva, del dolor y la rabia, en un movimiento total de
resistencia que sea, a la vez, un tiempo del no y un tiempo del sí. Esto es: hacer de este nuevo momento un nuevo comienzo
que permita destruir de raíz lo viejo (el tiempo delno) y,
simultáneamente, construir un humanismo revolucionario (el tiempo
delsí).
De
igual forma, escribir sobre “la revolución en permanencia”podría
parecer un mero ejercicio del pensamiento abstracto —cuando lo que
tenemos ante nosotros es la violencia de cada uno de los niveles de
gobierno (municipal, estatal, federal); de cada partido político (PRI,
PAN, PRD, sobre todo); de cada instancia de la policía (local, estatal,
federal); de cada una de las fuerzas armadas y de cada grupo del
narcotráfico: todos ellos contribuyen a la descomposición, a la
podredumbre del México de arriba. Este país es una tierra llena de
cementerios —clandestino y legales—, en donde decenas de miles han
muerto o están muriendo a manos de una sola entidad: el
narco-Estado-gobierno-policía-fuerzas armadas-partidos
políticos-cárteles de la droga.
¡Ya
basta! Sólo una transformación revolucionaria venida de los de abajo
puede ponerle un alto a la descomposición social —que parece haberse
convertido ya en el modo de vida aquí en México. Construir otra
realidad, otro sentido del tiempo, otra manera de vivir, constituye la
más urgente necesidad en este momento: cualquier otra es una falsa
salida. Lograr la unidad entre teoría y práctica en el contexto del
México contemporáneo, una revolución permanente de ideas y acciones,
puede devenir en la destrucción de la sociedad clasista, racista y
sexista en la que vivimos —así como, a la par, en la construcción de
una nueva.
Vamos
ahora a profundizar en este punto explorando cómo estos conceptos de un
nuevo humanismo, de la unidad entre teoría y práctica, de la revolución
en permanencia surgieron históricamente —tanto en el pensamiento como
en la acción: así de las masas en movimiento como de los pensadores
revolucionarios: de Hegel a Marx, de Lenin a la filósofa
humanista-marxista Raya Dunayevskaya. Remontarnos a esta historia puede
ser de gran utilidad para comprender las posibilidades de
transformación revolucionaria aquí (y ahora) en México.
IV. A.
De la Revolución francesa (1789-93) y su impacto sobre Hegel a las
luchas de la clase trabajadora en el siglo XIX como base de la
filosofía de la revolución de Marx
La
profundidad y el alcance de las acciones revolucionarias del pueblo
francés —que no sólo buscaba destronar a la monarquía, sino que también
le opuso resistencia al naciente “orden burgués”— dejaron en claro que
la revolución no es únicamente un proceso destructivo, sino que de
igual forma da pie a la construcción de una nueva sociedad —la cual
sustituya a la vieja. Bajo el impacto de la Revolución francesa, Hegel
concibió su sistema dialéctico: su revolución en la filosofía.
Hegel, al introducir a la historia en la filosofía, desarrolló el
concepto de un espíritu en automovimiento que transitaría de la
conciencia, la autoconciencia y la razón hasta el saber absoluto. Ahora
bien: si Hegel, en efecto, no incluyó en su sistema a hombres y mujeres
concretos que luchaban por la emancipación, su concepto del espíritu sí
contiene en sí las diferentes etapas en el camino de la idea de la
libertad —esto es: el movimiento para superar (negar) las barreras y
para alcanzar su desarrollo absoluto. En síntesis: la construcción
hegeliana de la dialéctica como negación (una serie de noes) y como
negación de la negación (lo positivo emergiendo de lo negativo), de
hecho captura esencialmente el movimiento de la historia —aun si ésta
aparece aquí sólo en su forma abstracta. La historia de la humanidad es
la lucha por su liberación: no un acto aislado, sino un proceso; no sólo la oposición (negación: el no), sino la construcción de lo nuevo (negación de la negación: el sí).
Años
después, Marx, en el contexto de las luchas de clase de su tiempo —de
la década de 1840 y las revoluciones de 1848 a la de 1870 y la Comuna
de París (1871) — puedo aprehender al verdadero sujeto, al motor de la
dialéctica: no un espíritu abstracto (como si las ideas pudieran
existir independientemente de las vidas de hombres y mujeres
corpóreos), sino las luchas concretas de las masas en contra de la opresión, la explotación y la alienación —así como por
una nueva sociedad. Marx no rechazó la dialéctica; todo lo contrario:
la “tradujo”; es decir: recreó la dialéctica de la negatividad
—negación y negación de la negación—, en tanto doble ritmo de toda
transformación revolucionaria: la destrucción de lo viejo y la
construcción de lo nuevo. De esa manera, Marx dio origen a una
filosofía de la revolución; ciertamente, había criticado la
deshumanización de la dialéctica hegeliana —sin embargo, recuperó su
esencia: su sentido y su método transformador-revolucionario. De esa
forma, para Marx, la dialéctica —en conjunto con las luchas de masas de
su tiempo— se convirtió en el fundamento de su naturalismo superado o
humanismo.
Uno puede ver esta fusión —en Marx— entre el pensamiento dialéctico (su
filosofía de la revolución) y las luchas de los trabajadores, por
ejemplo, en su llamado a la revolución en permanencia —contenido en su Mensaje a la Liga de los Comunistas,de
marzo de 1850—, el cual fue hecho incluso cuando las Revoluciones de
1848-49 se encontraban en un momento de repliegue. Esto, sin embargo,
no significó ilusión alguna en torno a la posibilidad de continuar la
revolución en ese momento —mucho menos fue la expresión de un
“idealismo abstracto”—; en cambio, hacía referencia a la necesidad de
contar con una visión emancipatoria que fungiera como base
teórico-filosófica para proyectar las actividades revolucionarias —incluso en tiempos de represión.
De igual manera, cuando la Comuna de París estaba siendo destruida, Marx escribió La Guerra Civil en Francia (1871)
para mostrar la grandeza de la Comuna —de modo que la siguiente
generación de revolucionarios pudiera comprender su sentido, así
práctico como teórico. Esta obra de Marx constituye, por tanto, un
genuino horizonte de liberación —que contiene, en sí, la dialéctica
viva—; de hecho, es justamente gracias a Marx que hoy en día podemos
seguir discerniendo el sentido revolucionario de la Comuna.
IV. B. Y, después de Marx: La dialéctica de Lenin a Dunayevskaya
La recreación de la dialéctica hegeliana por parte de Lenin —a través de la exploración de la Ciencia de la lógica
de Hegel— ha sido considerada como la preparación filosófica de Lenin
para la Revolución rusa. Esto no se refiere a ninguna abstracción: la
inmersión de Lenin en la dialéctica hegeliana se concretizó en acciones
dentro de ese gran momento histórico ruso. La respuesta de Lenin a la
participación de Rusia en la carnicería de la Primera Guerra Mundial no
fue ningún llamado “abstracto” a la paz; en cambio, su grito de batalla
fue: ¡convirtamos la guerra imperialista en una guerra civil! Muchos
habrán pensado que estaba loco; sin embargo, fue precisamente la visión
emancipatoria de Lenin la que demostró ser perfectamente concreta
—esto, cuando las masas rusas llevaron a cabo la Revolución de Febrero
y exigieron la salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial.
Más
aún: después de la destitución del zar —cuando un sinfín de
“revolucionarios” sintieron que ya se había ido demasiado lejos, y que
sólo podía seguir la instauración de la así llamada democracia
burguesa—, Lenin puso sus ojos en la creatividad de las masas —quienes
buscaban establecer nuevamente, como en 1905, los soviets— e insistió
en que todo el poder debía ser dado a los soviets —lo que ocurrió con
la Revolución de Noviembre. Como podemos observar, la visión
emancipatoria de Lenin estaba anclada en el pensamiento dialéctico, en
su determinación por unir filosofía y revolución con el momento
histórico que estaba viviendo Rusia.
Sin
embargo, a pesar de la grandeza de la Revolución rusa de 1917, después
de la muerte de Lenin ésta se convirtió en su opuesto: el monstruoso capitalismo de Estado
encabezado por Stalin y el estalinismo. Por su parte, el marxismo de
Marx (con toda su profundidad dialéctica) fue vulgarizado y empleado
para justificar la continua dominación de clase —disfrazada ahora bajo
el nombre de “socialismo” o “comunismo”.
La
pregunta en ese momento era, entonces: ¿cómo retomar la visión
revolucionaria y la praxis de Marx, las cuales permanecían
“oscurecidas” hacia la mitad del siglo XX? Es aquí donde cobra
relevancia la labor de Raya Dunayevskaya: luego de rechazar que la así
llamada Unión Soviética de Stalin —y, más tarde, la China de Mao—fueran
socialistas, ella se propuso reencontrarse con la dialéctica de Hegel y
Marx de la única manera posible: recreándola para su tiempo y
su espacio. El nombre que Dunayevskaya le dio a este proceso de
búsqueda fue humanismo marxista, una nueva visión
filosófico-revolucionaria.
Para lograr todo esto, Dunayevskaya debía asumir tres tareas principales:
1) analizar
el desarrollo del capitalismo hacia la mitad del siglo XX —tal como se
estaba presentando en su forma capitalista de Estado: no sólo en Rusia
o en China, sino a escala mundial—;
2) ubicar
el desarrollo del sujeto revolucionario de sus días: sí, la clase
obrera, pero también las mujeres (en tanto fuerza y razón), los jóvenes
y los negros en Estados Unidos y África; de hecho, ella observó que no
sólo las masas en los “países industrializados”, sino las del así
llamado Tercer Mundo (tecnológicamente “subdesarrollado”) eran
fundamentales para llevar a cabo la transformación social
revolucionaria, y
3) volver
a la dialéctica hegeliana —no por razones académicas, sino para
encontrar nuevos comienzos para nuestros días en la negatividad
absoluta de Hegel—; así, Dunayevskaya encontró en los absolutos
hegelianos la base para unificar teoría y práctica: la fuente
inagotable para llevar a cabo la revolución en permanencia hoy en día.
V. ¿Qué hacer en México hoy?
Volvamos ahora a México, a nuestra propia crisis de realidad y de ideas… [agregado el 11 de noviembre. La
insurgencia ha entrado en una nueva etapa; los estudiantes se han
pronunciado claramente: no sólo gritan: vivos se los llevaron, vivos
los queremos, sino ¡Fue el Estado! y ¡Fuera Peña! El avance de las
protestas puede ser visto de manera más evidente en Guerrero, donde la
población, en masa, no sólo ha hecho suyas las anteriores consignas,
sino que ha comenzado a actuar en congruencia con ellas —tanto en las
calles de la capital como en distintas comunidades del estado. Hombres
y mujeres están haciéndose cargo, por su propia cuenta, de acabar con
el narco-Estado: ante un estado en constante descomposición, los
habitantes de Guerrero están planteándose interrogantes (a través de
sus acciones y demandas) en torno a la posibilidad de una nueva forma
de actuar y de vivir.
Tales
demandas y acciones nacidas desde abajo no sólo apuntan, por cierto, a
reemplazar a un político o grupo de políticos por otro; en cambio, se
manifiestan diciendo: ¡no a la corrupción de todos los partidos: PRI,
PAN, PRD! De igual forma, se han hecho llamados a un paro cívico
nacional, así como a una huelga general de obreros, campesinos y
estudiantes.
Una
de las ideas más significativas en este contexto es la de formar una
asamblea constituyente —tal como ocurrió en Bolivia, en 2000, durante
la guerra del agua. Pero no una asamblea constituyente de partidos
políticos, sino de delegados elegidos por asambleas populares; es
decir: una asamblea constituyente integrada por los movimientos
sociales.
Contra
la violencia del Estado —en sus niveles municipal, estatal y federal—;
contra la violencia del narcotráfico, sólo puede triunfar un poder, una
fuerza: el poder colectivo-social de las masas mexicanas —jóvenes,
indígenas, mujeres, campesinos, obreros—, organizados desde abajo. Éste
es el único vanguardismo auténtico: el vanguardismo de las masas en
movimiento para construir una sociedad nueva. Ciertamente, la
organización revolucionarias es importante —pero sólo la organización
que tienen sus raíces en la actividad propia de las masas, así como en
la necesidad de construir una visión emancipatoria absoluta; se trata,
entonces, de poner en marcha un nuevo humanismo, así en el pensamiento
como en la realidad].
Todas
estas categorías (a las que hemos hecho referencia a lo largo de este
escrito) en torno a la construcción de un humanismo revolucionario, a
la unificación de teoría y práctica, a la revolución en permanencia,
son cruciales —no como una receta por seguir, sino como una orientación
para poder reconstruir radicalmente esta sociedad (nuestro objetivo
primordial, tan necesitado aquí y ahora).
El
momento decisivo que estamos viviendo en el país no puede quedarse
únicamente en la protesta y la rebelión —por más importantes que éstas
sean. En cambio, necesitamos encontrar en esa resistencia, en ese
tiempo del no, el origen de una posible segunda negación: lo positivo
dentro de lo negativo, el tiempo del sí. Construir, tanto en el
pensamiento como en la acción, una nueva sociedad, un nuevo mundo, es
justamente el reto que tenemos ante nosotros: ésta es la única manera
en que podemos dar a luz un México distinto —el opuesto absoluto del
México de barbarie en el que estamos viviendo hoy en día.
Carta político-filosófica núm. 2
4 de diciembre de 2014
¿Qué hacer? Una dialéctica de la organización y la filosofía
ACEPTANDO EL DESAFÍO DE ESTE NUEVO MOMENTO EN MÉXICO: DE LA REPRESIÓN A LA RESISTENCIA A LA REBELIÓN
I. La dialéctica de la lucha
Nos
encontramos ante un nuevo momento en México, el cual ha surgido como
respuesta al brutal asesinato de tres estudiantes y a la desaparición
forzada de 43 jóvenes normalistas en Iguala, Guerrero[3].
Ante la represión de este narco-Estado-gobierno-policía-fuerzas
armadas-partidos políticos-cárteles de la droga, que se hace llamar a
sí mismo “civilización”, ha aparecido una creciente resistencia que va
evolucionando hacia una abierta rebelión. Vamos a presentar aquí cuatro
dimensiones de esta dialéctica de la lucha.
1. Las familias de los normalistas asesinados y desaparecidos, así como los estudiantes sobrevivientes de Ayotzinapa
2.
Desde
el momento mismo en que fueron asesinados o secuestrados sus hijos, los
padres de los estudiantes de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos de
Ayotzinapa se han negado a ver vistos como víctimas o meros objetos de
compasión; en cambio, exigieron iniciar una búsqueda incansable de sus
seres queridos, hasta que les fueran devueltos con vida. De igual
manera, obligaron al presidente Peña Nieto a que se reuniera con ellos
—luego de su prolongado silencio y su conducta esquiva. Los padres
exigieron un esclarecimiento de los hechos —y no la evasión de
responsabilidades, o búsquedas inútiles, o un burdo echarse la bola
de uno a otro funcionario público—; en efecto: los familiares de los
desaparecidos y los estudiantes sobrevivientes de Ayotzinapa se
rehusaron a aceptar la inverosímil hipótesis del gobierno de que sus
hijos y compañeros habían sido secuestrados por un grupo de policías y
funcionarios municipales corruptos en Iguala, para luego ser entregados
a —y asesinados por— el narcotráfico. Todo lo contrario: las familias
de los desaparecidos pusieron énfasis en la responsabilidad que tenía
el gobierno federal para esclarecer los hechos y darles una resolución;
así, estos padres y madres se unieron, primero, a decenas de miles y,
luego, a cientos y cientos de miles en marchas y protestas. Hablaron y
marcharon con un sinfín de gente a lo largo y ancho de México: tres
caravanas —integradas por familiares, estudiantes de Ayotzinapa y
varios individuos y grupos solidarios— viajaron por todo el país,
exigiendo la devolución con vida de sus hijos y compañeros. Como parte
de su itinerario, las caravanas llegaron a territorio zapatista y
hablaron con el EZLN y con las comunidades autónomas indígenas. Allí,
el subcomandante insurgente Moisés expresó cuál era el significado de
la lucha de los familiares de los desaparecidos:
Sus palabras de ustedes. Su rabia, su rebeldía, su resistencia […]
Han
sido ustedes, los familiares y compañeros de los estudiantes muertos y
desaparecidos quienes han conseguido, con la fuerza de su dolor, y de
ese dolor convertido en rabia digna y noble, que muchas, muchos, en
México y el Mundo, despierten, pregunten, cuestionen.
Por eso les damos las gracias […]
Les
damos las gracias por su heroico empeño, su sabia terquedad de nombrar
a los desaparecidos frente a los responsables de su desgracia, de
demandar justicia frente a la soberbia del poderoso, de enseñar
rebeldía y resistencia frente al conformismo y el cinismo.
Queremos darles las gracias por las enseñanzas que nos han dado y nos están dando.
Es
terrible y maravilloso que familiares y estudiantes pobres y humildes
que aspiran a ser maestros, se hayan convertido en los mejores
profesores que han visto los cielos de este país en los últimos años[4].
Aquí
hay que resaltar que, en todo momento, los padres de los desaparecidos
estuvieron acompañados por varios estudiantes sobrevivientes de
Ayotzinapa —los cuales no se amedrentaron ante la posibilidad de ser
reprimidos, sino que se mantuvieron firmes en su determinación de
exigir verdadera justicia. Finalmente, las caravanas de
estudiantes, padres y madres de los desaparecidos llegaron a la ciudad
de México para encabezar allí una enorme marcha el 20 de noviembre.
3. Guerrero, un estado en rebelión
En
Guerrero —donde varios funcionarios públicos estatales y municipales,
así como una gran cantidad de agentes de policía, han trabajado durante
años coludidos con los cárteles de la droga—, se vive plenamente una
situación de narco-estado; no obstante, hay otro Guerrero: el de trabajadores, campesinos, jóvenes e indígenas —es decir: el de hombres y mujeres que luchan día a día por una vida plena, humana.
Ante el horror de lo acontecido en Iguala, decenas de miles se han
congregado en una abierta rebelión contra este narco-estado y sus
formas usuales de proceder. En Chilpancingo, Acapulco, Iguala y otros
municipios de Guerrero, ha habido protestas masivas —en las que
estudiantes y profesores de diferentes escuelas del estado han jugado
un papel fundamental: ya basta, dicen—; asimismo, se han atacado
oficinas gubernamentales y sedes de partidos políticos; algunas
carreteras han sido bloqueadas durante horas.
Esta
oleadas de furia, ciertamente, ha sido causada por lo ocurrido con los
normalistas de Ayotzinapa —pero no sólo por ello: se trata de una
respuesta a años y años de represión, gobiernos corruptos y el
asesinato de activistas de movimientos sociales. Cada vez que las masas
han tratado de construir una alternativa a este narco-estado criminal
—como la creación de una policía comunitaria que pudiera protegerlas,
allí donde los “funcionarios públicos” les han abierto las puertas a
los señores de la droga y a sus cárteles—, el gobierno ha buscado manipular y/o/ destruir tales movimientos autónomos.
A
aquéllos que han “criticado la violencia” de las protestas en Guerrero,
hay que recordarles que la violencia real proviene de lo que el Estado
y los cárteles de la droga han estado haciendo durante décadas:
asesinatos, secuestros, amenazas de muerte, etc.; de allí los cientos
de fosas clandestinas que han aparecido y siguen apareciendo en
Guerrero. En síntesis: lo que hay de novedoso hoy no es la violencia
estatal (apoyada siempre por sus adherentes: narcotraficantes,
infiltrados, provocadores, etc.), sino las protestas nacidas desde
abajo, que han puesto a Guerrero al borde la guerra civil.
4. Los estudiantes: desde las escuelas normales rurales hasta las universidades, preparatorias y secundarias en la ciudad de México
Las
protestas de los estudiantes comenzaron con la marcha anual del 2 de
Octubre, conmemorativa de la masacre estudiantil ordenada por el
gobierno mexicano en 1968. Para ese día, ya se había hecho público que
algo horrible les había sucedido a los jóvenes de la Escuela Normal
Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. El 26 y 27 de septiembre, los
normalistas habían sido atacados, asesinados y desaparecidos mientras
hacían una colecta para poder viajar a la ciudad de México y participar
en la marcha del 2 de Octubre. De esa manera, esta fecha histórica se
convirtió no sólo en un día de conmemoración, sino en una protesta
contra la criminalización actual de la juventud.
Sin
embargo, esto fue únicamente el principio. Los estudiantes de la normal
Raúl Isidro Burgos, muchos de los cuales habían escapado a los ataques
del 26 de septiembre, acudieron a la ciudad de México para contar su
historia: fueron a la UNAM y le hablaron a los estudiantes de lo
ocurrido en Iguala, descartando así cualquier oportunidad de distorsión
de los hechos por parte de los “medios oficiales”. Así, en muchas
facultades de la UNAM y de otras universidades, los jóvenes comenzaron
a reunirse en asambleas generales para discutir la situación y decidir
qué hacer: de allí surgieron las sesiones de la Asamblea
Interuniversitaria, reunida en la ciudad de México, y cuyo objetivo era
crear un plan de acción a nivel nacional. En consecuencia, la primera
manifestación tuvo lugar el 8 de octubre; estuvo encabezada por jóvenes
de las distintas escuelas normales rurales del país, así como por los
padres y madres de los estudiantes asesinados o desaparecidos.
A
partir de esta semilla de rebelión y protesta, el movimiento juvenil
creció enormemente: una nueva marcha se llevó a cabo el 22 de octubre
—en esta ocasión, acompañada por el paro activo de varios colegios, en
distintas universidades, durante 24 ó 48 horas, el cual incluyó la
realización de foros y asambleas públicas. Asimismo, grupos de
estudiantes universitarios, de preparatoria y de secundaria estuvieron
en el metro de la ciudad de México repartiendo volantes y hablando con
los usuarios acerca de lo ocurrido en Iguala, así como de las causas de
la protesta. Otros desplegaron sus acciones en plena vía pública; de
esa forma, la ciudad de México se cubrió de manifestantes —pero esto no
sólo tuvo lugar allí, sino en todo el país: se trataba, pues, de un
momento particular en una creciente ola de furia y protesta.
Otra
mega marcha se llevó a cabo en la ciudad de México el 5 de noviembre —a
la cual le sucedieron algunas otras, más o menos grandes, a lo largo de
las siguientes semanas. Finalmente, se dio un salto cualitativo: un
paro nacional programado para el 20 de noviembre.
5. El paro nacional: más de medio de un millón de personas toma las calles de la ciudad de México
Lo
que ocurrió el 20 de noviembre no se había visto en la ciudad de
México, por lo menos, en dos décadas —de hecho, sólo podría ser
comparada con la respuesta popular ante el levantamiento zapatista en
1994. El 20 de noviembre, tres grandes contingentes, provenientes de
distintas partes de la ciudad, confluyeron en el Zócalo para sumar más
de 500,000 personas en protesta: si, hasta ahora, había sido
principalmente los estudiantes el motor de dichas movilizaciones, en
esta ocasión hubo una participación generalizada —impulsada, claro
está, por los familiares de los normalistas desaparecidos. Así, además
del gran número de estudiantes, provenientes de decenas y decenas de
escuelas, hubo enormes contingentes de obreros, grupos de mujeres,
activistas de todo tipo de movimientos sociales y decenas de miles de
“simples individuos”. Esta vez, sin embargo, los manifestantes no sólo
demandaban la aparición con vida de los normalistas —vivos se los
llevaron; vivos los queremos—, sino la renuncia del titular del Poder
Ejecutivo —¡Fuera Peña!—; de igual manera, les mostraban su rechazo a
todos los partidos políticos —PRI, PAN, PRD— y acusaban al Estado de
ser un Estado criminal. Éstas son, sin duda, exigencias no sólo de un
puñado de grupos radicales, sino de decenas y decenas de miles en la
ciudad de México y el resto del país: masas de mexicanos se oponen
ahora al gobierno, al Estado, y denuncian la descomposición de la
sociedad mexicana[5].
Esta
dialéctica de la lucha ha dado origen a un nuevo momento histórico. En
contra de la criminalización de la juventud mexicana, de la continua
represión contra los pueblos indígenas —lo que los zapatistas han
llamado los cuatro ejes del capitalismo en México: explotación,
despojo, desprecio y represión—, ha aparecido una respuesta total por
parte de las masas mexicanas: una activa resistencia contra el Estado
mexicano y sus secuaces —lo que incluye a los partidos políticos que lo
sostienen. ¿Nos encontramos entonces en el umbral de una abierta
rebelión, la cual ha comenzado ya en parte en Guerrero? ¿Hacia dónde
nos conduce este movimiento? ¿Cómo puede realizarse su posibilidad de
dar origen a una sociedad nueva, a un nuevo humanismo?
II.
¿Qué hacer? —No sólo política u organizativamente, sino en términos de
la construcción e implementación de una ruta revolucionaria—Una dialéctica de la filosofía y la organización
¿Cómo
puede este nuevo momento, la dialéctica de la lucha, crecer? ¿Cómo
podemos ayudar a nutrirlo? Algunos han hecho estridentes llamados a la
unidad —o, bien, a la organización, la organización, la organización.
Ciertamente, hay una necesidad de discutir y debatir sobre la dirección
política de la lucha —y, sí, hay una necesidad de organización. Sin
embargo, no podemos pensar en acciones político-organizativas que no
estén enraizadas en una filosofía emancipadora, en una filosofía de la
revolución en permanencia. Las tareas político-organizativas no son una
mera cuestión de táctica y estrategia: si tales acciones no nacen de la
concretización de un auténtico fundamento social-revolucionario,
fungirán sólo como un pseudo-concreto —desviando así al movimiento
emancipador.
Lo
que necesitamos discutir, en cuanto movimiento y en cuanto
organizaciones, es lo que postulamos en nuestra Carta político
filosófica número 1, acerca de la criminalización de la juventud en
México[6]:
lejos de que nuestro recorrido por la dialéctica revolucionaria de
Hegel, Marx, Lenin y Dunayevskaya sea una especie de abstracción
teórico-filosófica, la metodología y la visión emancipadoras que
aparecen allí pueden ayudarnos a construir un camino para transformar
este nuevo momento revolucionario en México en un nuevo comienzo
—comienzo que puede significar la plenitud de la transformación social
revolucionaria.
Mas,
¿cómo podría este nuevo ímpetu, esta nueva llama de resistencia y
rebelión no ser desviada por las mentiras y la manipulación de las
distintas ideologías y partidos políticos —lo cual sólo llevaría a su
extinción?
Por
supuesto que necesitamos organización (sobre lo cual volveremos más
adelante); sin embargo, ante todo tenemos que preguntarnos: ¿cómo esta
dialéctica de la lucha que estamos experimentando puede desarrollarse
plenamente hacia la transformación social? Únicamente el movimiento
masivo, venido desde abajo, puede responder cabalmente a esta pregunta.
No obstante, sí podemos (y debemos) alimentar a este movimiento,
ayudarlo a desarrollarse hasta su máxima potencialidad. Esto es
precisamente lo que una visión filosófica emancipadora puede hacer
cuando se concreta en teoría, en práctica política, en una organización
revolucionaria: la filosofía dialéctica es la historia de la lucha
humana por la libertad, transformada en método.
Por
ello, las acciones revolucionarias no pueden ser reducidas a un mero
activismo: la práctica revolucionaria de masas contiene, en sí, el
fundamento para construir una teoría liberadora, una nueva sociedad.
Sin embargo, a menudo, ésta se encuentra sólo implícita en un
movimiento revolucionario concreto. ¿Cómo, entonces, hacer explícito lo
implícito —es decir: cómo liberar el potenciar emancipador de un
momento revolucionario, creando así las condiciones para su crecimiento
y desarrollo—? Esto es lo que justamente puede hacer la filosofía
dialéctica. Éste es, diríamos, el reto, la principal tarea de los
pensadores-activistas revolucionarios: hacer explícito lo que está
implícito, lo que le es inherente a un momento revolucionario, a un
proceso de cambio social. Ésta es la verdadera misión del nuevo tipo de
organización que necesitamos: grupos de acción y filosóficos que
busquen reunir la teoría y la práctica al seno del movimiento de masas
mismo.
Aceptar
este reto significa que, aquéllos que deseen unirse al movimiento desde
debajo de una forma auténticamente revolucionaria, necesitan comprender
qué significa prepararse filosóficamente para la transformación social,
para la revolución. ¿Qué significó esto para Marx, para Lenin, para
Dunayevskaya? Al sumergirnos en esta problemática, podemos aspirar a
reconocer qué implica, para nosotros, el prepararse filosóficamente
para la revolución —y, por tanto, a vincularnos con este nuevo momento
en México de una manera crítico-práctica-revolucionaria, así como a
ayudar a transformar dicho momento en un nuevo comienzo, el cual pueda
ser el origen de un presente y un futuro emancipador.
Pero,
¿qué queremos decir con esto de la preparación filosófica para la
revolución? A fin de responder a esta pregunta, exploraremos tres
momentos filosófico-revolucionarios decisivos —en Marx, en Lenin y en
Dunayevskaya.
1. El momento filosófico de Marx en 1844 y las revoluciones de 1848
Marx ya era un escritor radical que cuestionaba al Estado prusiano cuando fue colaborador —y luego uno de los editores— de la Rheinische Zeitung en 1842-43. Sin embargo, no fue sino hasta con sus Manuscritos económico-filosóficos e 1844
que Marx rompió completamente con la sociedad burguesa y dio origen a
“un nuevo continente de pensamiento y revolución” (Dunayevskaya). Este
“momento filosófico de 1844” (Dunayevskaya) se nutrió de distintas
fuentes. Las dos más importantes de ellas fueron las siguientes:
a) el
reconocimiento y alineación, por parte de Marx, con un nuevo sujeto
revolucionario: el proletariado rebelde. Sus revueltas, su agrupación
en incipientes sindicatos (combinaciones), su resistencia al modo de
producción capitalista, es lo que Marx identificó no sólo como
actividad, sino como razón revolucionaria;
b) la
confrontación-crítica-recreación con-de la dialéctica hegeliana. En
efecto: al tiempo que criticaba la deshumanización de las ideas por
parte de Hegel —como si la dialéctica fuera una cuestión de movimiento
y desarrollo de las ideas fuera de las cabezas de hombres y mujeres
concretos—, Marx se aferró simultáneamente a la dialéctica de la
negatividad como la fuente de toda dialéctica, como el método
histórico-revolucionario para el desarrollo de la humanidad; así, al
apropiarse de —y recrear— la dialéctica, así como al fundir esta última
con la auto-actividad del proletariado, Marx pudo dar origen a lo que
él llamó un naturalismo superado o humanismo —el cual no era ni
idealismo ni materialismo, sino una unidad de ambos. Éste fue
precisamente el inicio de la preparación práctico-filosófica de Marx
para la revolución; a su vez, el Manifiesto del Partido Comunista
y las Revoluciones de 1848-49 significaron la concretización, por parte
de Marx, de este momento filosófico: sin haber desarrollado el concepto
de revolución en permanencia —así en la teoría como en la práctica—, no habría habido ningún Marx —al menos, no como lo conocemos ahora.
2. Los Cuadernos filosóficos de Lenin sobre la Ciencia de la lógica de Hegel: una preparación filosófica para la Revolución rusa de 1917.
Lenin,
al atestiguar la degeneración del capitalismo monopólico-imperialista
al dar origen a la Gran Guerra (la Primera Guerra Mundial), así como
el colapso del marxismo establecido de la Segunda Internacional (cuyos
partidos-miembro, supuestamente socialistas, apoyaron el holocausto),
se sintió obligado a explorar directamente la dialéctica hegeliana, a
fin de recuperar sus fundamentos: ése fue el punto de partida de los Cuadernos filosóficos sobre la Ciencia de la lógica de Hegel.
De esa forma, Lenin pudo redescubrir y repensar el marxismo auténtico
—es decir: el marxismo de Marx—, teniendo como base la dialéctica
hegeliana. Más aún: Dunayevskaya, por ejemplo, ha denominado esta
ruptura en el pensamiento de Lenin como su preparación filosófica para
la Revolución rusa: el marxismo no era un conjunto de fórmulas
estáticas y recetas prescritas por Kautsky y la Socialdemocracia
alemana, sino la fusión de la dialéctica en la filosofía —en tanto
visión emancipadora— con la dialéctica viva que nace desde abajo —ya se
tratara de la lucha irlandesa por la autodeterminación, en contra de
Inglaterra, y en plena guerra mundial, o, de manera más decisiva, de la
reaparición del pensamiento y las acciones de los obreros rusos, al
volver a crear los soviets, luego del derrocamiento del zarismo en la
Revolución de Febrero de 1917. Lenin, desde sus Tesis de abril a El Estado y la revolución
—y, de allí, a los sucesos de noviembre—, concretaría su preparación
filosófica para la revolución con el transcurrir de la revolución real.
Por ello, ver a Lenin como un mero “genio político” o como un “paladín
de la organización”, sin tomar en cuenta su anclaje
dialéctico-filosófico, significaría reducir el marxismo auténtico a
mera palabrería.
3. El sumergimiento de Dunayevskaya en los absolutos de Hegel: recreando el humanismo de Marx como un humanismo marxista en el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial
Dunayevskaya,
al enfrentarse a la crisis del marxismo en el mundo luego de la
transformación de la Revolución rusa en el régimen capitalista de
Estado conducido por Stalin, se negó a limitar simplemente su análisis
a un estudio económico de Rusia: ciertamente, Rusia no era un Estado
obrero, sino un monstruoso capitalismo de Estado; pero, entonces, ¿qué
era un Estado obrero? Dunayevskaya se dio cuenta de que la crisis del
marxismo no se refería sólo a lo que había pasado en Rusia, sino que
tenía un origen más profundo: la vulgarización, la distorsión del
marxismo de Marx. De ese modo, a fin de recrear el marxismo para su
tiempo, Dunayevskaya volvió a Marx y a Lenin: descubrió, tradujo y
estudió a conciencia los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, de Marx, así como los Cuadernos filosóficos de Lenin sobre la Ciencia de la lógica
de Hegel. Sin embargo, no detuvo su búsqueda allí: recrear el marxismo
de Marx implicó ir de vuelta a la dialéctica hegeliana
—específicamente, al concepto de los absolutos. Ni Marx ni Lenin habían
podido ver a los absolutos como realidades concretas para sus días; en
cambio, con la llegada de un nuevo momento histórico —el mundo
posterior a la Segunda Guerra Mundial—, Dunayevskaya pudo descubrir, en
los absolutos de Hegel, en la negatividad absoluta, no la abolición de
la historia o del trabajo humano —o un hermetismo teológico (y, por
tanto, el idealismo absoluto)—, sino un nuevo comienzo: la negatividad
absoluta como nuevo comienzo. Esto implicó, a su vez, el hallazgo de un
doble movimiento en los absolutos hegelianos: de la teoría a la
práctica y de la práctica a la teoría; es decir: Dunayevskaya no sólo
supo encontrar la dialéctica en los principales trabajos filosóficos de
Hegel, sino en el mundo en el que le tocó vivir —en el aquí y ahora de
las revueltas obreras, en la aparición de un movimiento de liberación
femenina, en las luchas de los afroamericanos por la libertad en los
Estados Unidos. Se trataba, pues, de movimientos de la práctica
a la teoría que eran, en sí mismos, una forma de teoría—no sólo en
Estados Unidos, sino en el así llamado Tercer Mundo de las revoluciones
africanas, asiáticas y de América Latina, así como en el este de
Europa: los absolutos no residían, entonces, sólo en la obra de Hegel, sino en las luchas vivas de la humanidad a lo largo y ancho del mundo —un nuevo humanismo.
Ciertamente,
Dunayevskaya no vivió para ver una revolución en los Estados Unidos
—con la cual pudo haber concretado su preparación teórico-filosófica
para la revolución. Sin embargo, nos legó una profunda metodología
revolucionaria: la negatividad absoluta como nuevo comienzo; esto es:
un fundamento filosófico para concretar la revolución en permanencia.
Esta forma de comprender la dialéctica tiene una importancia decisiva
para nuestros días —y Dunayevskaya pudo concebirla gracias, sí, a su
exploración de la dialéctica en y por sí misma, pero también gracias a
la atención que le puso a las luchas revolucionarias de su momento, así
en Estados Unidos como en el resto del mundo.
4. Un breve comentario acerca de la cuestión de la organización: concretando una dialéctica de la organización y la filosofía
Organización
significa, en primer lugar, una auto-organización del movimiento desde
abajo en sí y por sí. Naturalmente, tenemos que participar en dicho
proceso: escuchar las voces y las acciones de los de abajo. A
continuación, podemos preguntarnos: ¿cuál es el significado de los
movimientos masivos, de su auto-organización desde abajo?
Éste
constituye el punto de partida de nuestra principal tarea
revolucionaria, ya que de aquí se desprende la existencia de un segundo
tipo de organización: grupos filosófico-prácticos de
pensadores-activistas —esto es, de revolucionarios que, así individual
como colectivamente, asumen que la organización del pensamiento (es decir: la recreación de la dialéctica para nuestro tiempo y nuestro espacio, en el México de aquí y ahora) es imprescindible.
Así,
la labor de este pequeño grupo de pensadores-activistas, de
revolucionarios, es doble: por un lado, participar en cuanto
organización en las asambleas estudiantiles, en las reuniones de los
distintos movimientos sociales, en las juntas de trabajadores, de
mujeres, de pueblos indígenas, de colectivos autónomos: escuchar y
aprender de sus discusiones; descubrir en qué momento se encuentra la
lucha —¿se desarrolla rápida y fructíferamente? Por otro lado, los
pensadores-activistas dialécticos cumplen otro papel: asegurarse de
que la idea, la necesidad de la preparación teórico-filosófica para la
transformación social, para la revolución —esto es: el concepto y la
práctica de la revolución en permanencia—, aparezca en todas partes, en la agenda de cada uno de los movimientos masivos.
Esto
es lo que necesita ser proyectado, debatido, para ser desarrollado
concretamente dentro de cada lucha: ideas que no sólo vayan en contra
del sistema político-económico-social vigente, sino que posibiliten
radicalmente la creación de un nuevo humanismo. Esto es lo que yace en
el corazón de la dialéctica: la negación y la negación de la negación
(o, lo que es lo mismo, la destrucción de lo viejo y la construcción de
lo nuevo). Los zapatistas lo dicen con otras palabras: el tiempo del no
y, simultáneamente, el tiempo del sí.
En
el ámbito de una organización, esto debe ocurrir no sólo en la teoría,
sino en la práctica: ¡ya es tiempo de una organización de este tipo en
el seno del movimiento de masas! Una forma de práctica que sea, a la
vez, una unidad de teoría y práctica: una praxis en México y América
Latina. Sin embargo, no hay receta para ello: necesitamos desarrollar
esta unidad de teoría y práctica dentro de los movimientos,
organizaciones y colectivos en los que nos encontremos trabajando —ya
individual, ya grupalmente. Ésta es la principal tarea que tenemos ante
nosotros en este nuevo momento en México.
Trad. G.W.F. Héctor
Una publicación de
Praxis en América Latina
[1] “La lucha social, así como la educación básica… ambas cosas aprendemos en la escuela”,
dice un estudiante de la Normal. Las Escuelas Normales Rurales son un
producto de la Revolución de 1910-1920: educación para los campesinos,
fue una de las principales demandas de ella. Sin embargo, no fue sino
hasta el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas en 1934-40 cuando las
primeras Escuelas Normales Rurales se establecieron oficialmente
—permitiendo así que los hijos e hijas de los campesinos pudieran
convertirse en maestros profesionales. Para entonces, se pusieron en
funcionamiento alrededor de 46 Escuelas Normales Rurales: sus maestros
se agruparon en sindicatos, lo que les permitió luchar por beneficios
(salariales y otros), así como volverse militantes por el cambio social
en las zonas rurales del país; por ello, estas escuelas han sido
históricamente un bastión de la lucha revolucionaria. Ya desde los años
treinta, los estudiantes de dichas Normales crearon su propia
organización: la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de
México (FECSM), la cual ha tenido un papel crucial en la administración
de las Normales —lo que incluye, por supuesto, lo referente a la
admisión de los alumnos—; de igual forma, ha sido una de las más
combativas a nivel nacional: guerrilleros y líderes organizativos como
Lucio Cabañas y Genaro Vásquez se han graduado, precisamente, de la
Escuela Normal de Ayotzinapa.
[2] Este fenómeno no es nuevo. La guerra sucia
llevada a cabo en las décadas de 1960 y 1970 por las administraciones
de Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo —en contra de los
estudiantes de filiación izquierdista y de grupos guerrilleros—
condujo a la masacre estudiantil de Tlaltelolco en 1968 —así como a la
de 1971—, las cuales significaron, además, cientos —si no miles—, de
desapariciones forzosas y torturas. En los sesenta, las guerras sucias
gubernamentales estuvieron centradas, en el caso de Guerrero, en los
movimientos de guerrilla; sin embargo, las Escuelas Normales también
constituyeron un importante blanco de represión. Después de la masacre
de Tlaltelolco, el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz cerró la
mitad de las 46 Normales Rurales existentes; desde entonces, ha habido
una constante campaña del gobierno, tanto a nivel federal como estatal,
para cerrar o destruir el resto: actualmente, sólo hay 15 en funciones
—las cuales se mantienen gracias a la resistencia de estudiantes,
profesores y campesinos en protesta.
[3]
Ver Eugene Gogol, “Los normalistas de Ayotzinapa: asesinato y
criminalización de la juventud en México (carta político-filosófica
núm. 1)”, en Praxis en América Latina, núm. 14, nov.-dic. 2014, [3 dic. 2014].
[4] Subcomandante
insurgente Moisés. Comité Clandestino Revolucionario
Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional, “Palabras de la Comandancia General del EZLN, en voz del
Subcomandante Insurgente Moisés, al terminar el acto con la caravana de
familiares de desaparecidos y estudiantes de Ayotzinapa, en el caracol
de Oventik, el día 15 de noviembre del 2014”, en Enlace Zapatista (15 nov. 2014), http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2014/11/15/palabras-de-la-comandancia-general-del-ezln-en-voz-del-subcomandante-insurgente-moises-al-terminar-el-acto-con-la-caravana-de-familiares-de-desaparecidos-y-estudiantes-de-ayotzinapa-en-el-caracol-d/
[3 dic. 2014].
[5]
Esta descomposición incluye, claro está, la reciente intensificación de
la represión estatal: los arrestados del 20 de noviembre muestran que
el gobierno —no sólo federal, sino también de la ciudad de México—
quiere usar mano dura contra los manifestantes. De hecho, bien puede
decirse que el gobierno buscar incitar a la violencia para justificar
dicha intensificación de la represión: es así como piensa quebrar el
movimiento. Esto es real y tenemos que lidiar con ello. Sin embargo, no
es sólo creando brigadas de seguridad o poniendo en práctica
estrategias para evitar la represión como podremos detenerla: la única
forma de superar la violencia estatal —que, por cierto, es cientos de
veces mayor que la así llamada violencia individual que ha aparecido en
las protestas— es a través de la propia actividad de las masas, que va
construyendo la idea de libertad a partir de sí. Es justo esta
dialéctica de la lucha, nacida desde abajo, y que hemos visto en México
en las más recientes semanas, la que constituye el único camino para
superar la represión estatal, la violencia en contra de sus ciudadanos
—particularmente, contra los jóvenes y las comunidades indígenas, así
como contra las mujeres, ante cuyo asesinato el gobierno sólo ha
mostrado una gran indiferencia. La auto-actividad de las masas es la
única fuerza que puede combatir el supuesto “orden” privilegiado por
Peña Nieto —en realidad: un eufemismo para justificar la violencia de
Estado, que constituye el pan de cada día aquí en México.
[6]
Ver, particularmente, la sección “Construyendo un humanismo
revolucionario: de la protesta y la resistencia a la transformación
social”, en Eugene Gogol, op. cit.
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