Hace
unas semanas atrás, en una conversación informal con funcionarios
públicos del Estado de Guatemala, sugerí que en el diseño e
implementación de las políticas públicas se debería obedecer menos a
Washington, y considerar más como referente a los eficientes procesos
de cambio boliviano. Pero, una funcionaria profesional me increpó
duramente, y sintetizó su disgusto colérico en: “Aquí no queremos
comunismo”. Sí, aunque Ud. no lo crea. Una profesional posgraduada,
funcionaria pública, en pleno siglo XXI.
¿En qué fueron hermanas siamesas Guatemala y Bolivia?
Bolivia y Guatemala tuvieron casi la misma suerte durante la Colonia
española, no sólo porque fueron Audiencia ambos, sino porque material y
socialmente sirvieron para la sostenibilidad del sistema colonial.
Culturalmente gozaron y gozan de una megadiversidad de pueblos
originarios que hacen actualmente una mayoría demográfica en ambos
países.
Al finalizar el sistema colonial español, ambas
audiencias contaban casi con el mismo tamaño geográfico. Pero, en el
origen y la trayectoria republicana, Guatemala perdió Chiapas,
Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Belice. En cambio la
Audiencia de Charcas (Bolivia) sumó cerca del 75% de su territorio
actual al momento de surgir como República. Por eso Guatemala,
geográficamente, en la actualidad, es casi el 10% del territorio
boliviano. Aunque en proporción multicultural, Guatemala es más grande
que cualquier país latinoamericano.
Estos dos países,
hermanas siamesas, nacieron y se hundieron en su etapa republicana
gangrenadas por los mismos pecados capitales: Exclusión y
empobrecimiento de las grandes mayorías, institucionalización del
racismo/machismo y sobre expoliación laboral de los pueblos aborígenes,
ausencia total de un proyecto de Estado nación, afianzamiento del
colonialismo interno (Estado criollo) en los territorios indígenas,
idealización e imitación de los vicios del sistema colonial como
virtudes centrales por parte de las élites y sus “peones”, etc.
Por eso, estas dos repúblicas bicentenarias ingresaron al siglo XXI
hermanadas en los mismos males estructurales: envidiablemente ricos,
como pocos países, pero miserablemente desiguales casi como ningún
otro. Compitiendo entre sí por la corona mundial en la corrupción
pública. Racistas, clasistas y “cristianas” como ellas mismas.
Aduladoras de foráneos modelos de vida, pero implacablemente
inquisidoras con toda manifestación de sus identidades milenarias.
Amantes y creyentes de las promesas mentirosas de los gobiernos
norteamericanos, más que los propios gringos. Desintegrados social,
política, territorial y culturalmente, más que cualquiera de sus
vecinas. En resumen: estados sin naciones, y naciones sin estado.
Catalogadas ambas como estados fallidos. A mediados del siglo XX, ambas
repúblicas intentaron las revoluciones nacionales más prometedoras de
la región, pero ambos intentos sucumbieron hipnotizados por el
espejismo de lo que después sería el “fascinante” Imperio neoliberal.
Bolivia miró hacia sus entrañas, y Guatemala persiste hipnotizada por la ilusión del neoliberalismo
En aquel contexto de Estado fallido y pueblo enfermo boliviano,
movimientos sociales y pueblos indígenas organizados se constituyeron
en los nuevos sujetos sociopolíticos con horizontes aún desconocidos.
Habitados por la conciencia de dignidad y soberanía, o quizás por el
simple instinto de sobrevivencia y convivencia que habita a cada
pueblo, impulsaron inéditos procesos de transformaciones estructurales.
Dejaron de ser creyentes, y sospecharon del espejismo
neoliberal y neocolonial de la modernidad. Así, de la conciencia
sociocultural creciente transitaron hacia la consciencia política
colectiva. Y convirtieron su mayoría demográfica servil, en mayoría
política refundacional, con su propio instrumento político. Sin
corbatas, sin títulos, sin manuales, emprendieron un inédito proceso
creativo constituyente intercultural para sentar las bases de un nuevo
Estado Plurinacional y sociedad intercultural.
Hay ingenuos
desinformados que dicen: “Evo lo hizo”, “los cuadros de izquierda lo
hicieron”. Falso, fue el pueblo saqueado, humillados y hostigado por el
neocolonialismo que fecundó miles de Evo. La izquierda política
tradicional, anduvo de turismo ideológico por Europa. Y, los
intelectuales de derecha y de izquierda disfrutaban de las migajas
neoliberales por sus servicios de consultoría. Al igual que en la
Guatemala actual.
Hace una década atrás, Bolivia era la
Guatemala suramericana. Un Estado fallido, aunque no con la
desintegración social violenta que vive, ahora, este último. Pero, sí
con una amenaza de fragmentación territorial, y hundido en el
sinsentido generalizado. En ese contexto, los resabios de dignidad y
soberanía, se articularon y se constituyeron de facto desde las profundidades del intento de país.
¿Por qué sugerí aquel atrevimiento de tomar como referencia a Bolivia?
Hace casi una década atrás, los gobiernos bolivianos, cada fin de año,
competían con los de Guatemala, Honduras, etc., sombrero en mano,
pidiendo limosnas en ámbitos internacionales para pagar sueldos y
aguinaldos a sus trabajadores.
Ahora, mientras en Guatemala
la regla es el déficit fiscal (promedio del 5% del presupuesto anual),
Bolivia se convirtió en un fenómeno con su sostenido superávit fiscal.
Como en ningún otro Estado, en Bolivia se paga doble aguinaldo a todos
los/as trabajadores. Pero para ello, en Bolivia (con un territorio 10
veces más grande que Guatemala), el Compañero Presidente tuvo que
ajustar su sueldo a no más de US$ 2,600 mensuales (en el 2006 se rebajó
el sueldo en 50%, y ningún funcionario gana más que el Presidente). En
Bolivia, el Estado destina para inversión pública cerca del 28% del
Producto Interno Bruto (PIB). Mientras en Guatemala, su Presidente gana
un sueldo mensual de US$ 18,311, y el Estado destina a inversión
pública un poco más del 3% de su PIB.
Bolivia asigna cerca
del 7% de su PIB para educación/investigación, Guatemala sólo dispone
para este rubro cerca del 3% de su PIB (que apenas cubre los salarios
de docentes). Mientras en Bolivia, apenas cerca el 14% del presupuesto
general del Estado Plurinacional se destina para sueldos y salarios, en
Guatemala, cerca del 70% del presupuesto nacional anual está destinado
para gasto corriente.
El proceso de cambio boliviano no sólo
devolvió la dignidad y la autoestima a los/os bolivianos, haciendo del
país un referente inevitable para teóricos y pragmáticos inquietos,
sino que en menos de una década la tara del analfabetismo (casi
congénita a las repúblicas latinoamericanas), fue superada casi por
completo. Más de un millón de empobrecidos salieron de la categoría de
pobres. La amenaza de la disolución/división territorial del país
(Altiplano-Oriente) se difuminó. En definitiva, el mito casi
corporizado de: indio haragán, bruto, borracho/despilfarrador, está
siendo superado del imaginario colectivo, producto de la envidiable
capacidad administrativa del gobierno indígena. Se afianza, aunque con
dificultades, democracias participativas y comunitarias.
Mientras esto ocurre en la Bolivia actual, Guatemala padece una crónica
anomía, no sólo identitaria, sino de proyecto político de nación.
Padece una estampida migratoria poblacional desoladora hacia el norte
sangriento. El Estado fallido es un cuerpo putrefacto por la
corrupción, donde salta el pus en cualquier lugar que se le ponga el
dedo. La desintegración social y territorial es cada vez más acelerada,
en la medida en que el Estado gendarme se diluye bajo los intereses de
los violentos agentes neoliberales.
Mientras en la Bolivia
actual es un orgullo ser indígena y ser boliviano, aquí, ser
guatemalteco o ser indígena consciente es prácticamente un delito.
Aquí, el o la indígena no tiene derechos, sólo obligaciones, pero la
palma africana o la caña de azúcar adquieren categoría de ciudadanos
plenos. En la última década, más de un millón de guatemaltecos
ingresaron a engrosar el ejército incontenible de pobres. Cada
guatemalteco/a nace con una deuda pública que supera los US$ 1000. De
cada 10 niños/as guatemaltecos, 6 nacen condenados a librar la cruenta
batalla perdida de la desnutrición. Pero, eso sí. Guatemala tiene más
de US$ 53 mil millones de PIB, casi el 95% controlado por el sector
privado. Mientras Bolivia, apenas tiene US$ 31 mil millones (en 2006,
era alrededor de US$ 17 mil millones), pero cerca del 30% creciente
bajo el control del sector público.
En la Bolivia
postneoliberal, los antiguos ricos honestos, junto a los nuevos ricos
indomestizos, lejos de perder sus bienes, acumularon más, pero de
manera ordenada, y sin utilizar al Estado (de financista a fondo
perdido o de policía de seguridad). En la Guatemala actual, ricos y
pobres subsisten a diario con un “Jesús y María” en los labios, porque
aquí, como en todo Estado Fallido, cada instante de vida es
prácticamente un acto de fe, un milagro portentoso.
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