Entrevista a Jorge Castro Rubel, el último nieto en recuperar su identidad
Página/12
Es
sociólogo, hace una semana supo que era hijo de los desaparecidos Hugo
Castro y Ana Rubel y que había nacido en la ESMA. “Es una bomba, una
conmoción que te digan que la historia que conocés está incompleta o
está equivocada, pero te lo tienen que decir.”
El 24 de marzo de
2004, Jorge Castro Rubel estuvo en la ESMA. Fue al acto en el que se
anunció que el lugar se iba a convertir en un Espacio para la Memoria y
que terminó con una multitud entrando al lugar que los marinos habían
intentado preservar como un santuario. El estaba volviendo, pero no lo
sabía. Había nacido ahí, en junio o julio de 1977, en una piecita del
Casino de Oficiales. Fue un bebé prematuro y de poco peso que los
represores llevaron a la Casa Cuna. Jorge se enteró de esta historia,
la suya, hace una semana. Hasta que una tía se acercó para decirle que
quienes creía que eran sus padres no lo eran, nunca había tenido dudas
sobre su identidad. Pero en ese instante supo que podía ser hijo de
desaparecidos. Lo siguiente fue llamar a Abuelas de Plaza de Mayo. “En
un primer momento me moviliza pensar que no podía ser egoísta si había
una familia que me estaba buscando. Sentí una responsabilidad con
ellos. Pero después fui entendiendo que también era por mí, que era muy
importante conocer mis orígenes”, le cuenta a Página/12.
Jorge
Castro Rubel es sociólogo. Estudió en la UBA y ahora es investigador
asistente del Conicet. Hizo su tesis sobre el proceso de lucha sindical
en el subte y ahora está indagando en la relación entre conflicto
social y cultura. Es rubión y disimula que le faltan tres años para los
cuarenta. Vive en un sencillo departamento en Villa del Parque con su
mujer y sus dos hijos. En las paredes hay unos pocos cuadros y varias
calcomanías que dejaron a su paso los pequeños. Los libros son los
otros objetos que se destacan en el ambiente.
Jorge es hijo de
Ana Rubel y Hugo Castro, militantes de las FAL, que fueron secuestrados
en enero de 1977 por el Ejército y estuvieron en algún centro
clandestino de detención dependiente de esa fuerza hasta que Ana fue
llevada a la ESMA para dar a luz. “El hijo nació sietemesino: tenía dos
kilos, era varón y dos días después ella gritaba, preguntaba, quería
saber y trajeron una incubadora para la criatura, pusieron al chiquito
y ella me pedía por favor que mirara si tenía todos los dedos, los
piecitos, si tenía alguna característica particular, y dos días después
fueron trasladados”, contó al declarar en el juicio por el plan
sistemático de apropiación de bebés Sara Solarz de Osatinsky, una
sobreviviente de la ESMA que junto con Alicia Milia estuvo en el
nacimiento de Jorge.
“Había en mi mamá una gran voluntad de que yo naciera y se ve que en mí, una gran voluntad de vivir”, dice ahora Jorge.
–¿Cómo te enteraste de que eras hijo de desaparecidos?
–Nunca
tuve dudas sobre mis orígenes. Tampoco era un tema que se hablara
demasiado. En cualquier familia se da por hecho, si no se habla algo en
contrario, de que los hijos son los hijos. Hasta que en agosto una tía
se acercó y me dijo que entendía que un chico... o más bien un joven de
37 años no podía no saber sus orígenes y que me quería contar que era
adoptado.
–¿Ella sospechaba que podías ser hijo de desaparecidos?
–No.
Ella no sabía más que eso. Por la edad que tengo, era una posibilidad.
Pero los chicos que atravesaron mi situación son estadísticamente
pocos. Inmediatamente le dije: “Yo nací en el ’77, ¿soy hijo de
personas desaparecidas?”. “No lo sé”, me dijo.
–Fue bastante automática tu suposición.
–Fue
bastante automática porque sé bien lo que fue la dictadura
cívico-militar, el plan sistemático de robo de bebés. Era una
posibilidad que evaluaba desde el conocimiento de lo que había pasado
en la Argentina. Fui a hablar con mis padres. Hubo algunos
chisporroteos y una dificultad muy grande de ellos de abrirse y
contarme que no eran mis padres biológicos. Después de unos días de
tensión, me confirmaron que no era hijo biológico de ellos, que para
ellos no significaba quererme menos y que no conocían mi origen. Me
contaron lo que ellos sabían: que un día, cuando mi papá estaba de
guardia en la Casa Cuna –es médico–, llegaron dos personas y dejaron un
bebé en muy malas condiciones.
–¿Eran dos hombres de civil?
–Eran
dos hombres entre veinte y treinta años vestidos de civil. El me
atiende –es pediatra endocrinólogo– y se da cuenta de que yo era muy
chiquitito, muy prematuro. Ellos no tenían hijos, y ahí decide llevarme
con él y con mamá. Y es todo lo que ellos me transmitieron que saben.
–¿Vos sabías que habías sido prematuro?
–Yo
sabía que había nacido con bajo peso. Esa es la información que tenía.
Mi papá me lleva al departamento donde vivían y me engordaron a lo
loco, me hicieron una incubadora artesanal y salí adelante.
–¿Te enojaste con ellos porque te mintieron?
–Sí.
Me enojé desde el lugar de que una persona de 37 años no puede vivir
sin saber cuáles son sus orígenes. Además de todas las repercusiones
que puede tener, por ejemplo cuando vas al médico y te dicen si tenés
herencia de tal o cual cuestión, decís que no la tenés, pero la
respuesta en realidad es que no sabés. Sí, me enojé. Me parece que el
silencio de ellos tiene que ver con un prejuicio muy dominante en otra
época, de “pobrecito, no le digamos a este chico que es adoptado”, que
por suerte hoy en día ya no existe y se estimula que desde chicos sepan
la verdad. Sabiendo que no era hijo biológico de ellos, lo que hice fue
pensarlo... un poquito; pero yo tenía la convicción de que me tenía que
hacer los análisis con el Banco Nacional de Datos Genéticos. En un
primer momento lo que me moviliza es pensar: “Si hay una familia que me
está buscando, yo no puedo ser egoísta y hacerme el tonto, por ahí hay
familia, amigos de quienes me gestaron que están hace una vida
buscándome”. Yo sentí en primer lugar una responsabilidad con ellos.
Pero después, en terapia, fui entendiendo que también era por mí, que
era muy importante conocer mis orígenes. Junté coraje y seguí el camino
establecido por Abuelas y Conadi.
–¿Sabías lo que tenías que hacer o te pusiste a averiguar?
–Sabía
cuál era el trabajo de Abuelas. Me crié en una familia en la que las
Madres y las Abuelas eran bien vistas. El diario en la casa siempre fue
Página/12. Me metí en la página de Abuelas, llamé, me bajaron un poco
el copete. Me dijeron que después de Guido estaba todo desmadrado.
Después me derivaron a la Conadi. El 11 de noviembre me fui a analizar.
Ahí empezó la ansiedad en serio. Los resultados me los dieron el 4 de
diciembre. Confirmar o descartar: cualquier respuesta iba a ser
impactante para mí. Pero la respuesta positiva fue la mejor. Además es
sentir que uno de algún modo lleva una felicidad enorme a un montón de
gente, y todo lo que significa el proyecto de Abuelas y de restitución
de las historias.
–También te encontrás con que tus padres están desaparecidos, que fueron asesinados.
–Sí, es muy difícil. De a poco los estoy conociendo por relatos. Estoy en la vorágine.
–¿Cómo te informaron los resultados?
–Me
llamó Claudia Carlotto (la titular de la Comisión Nacional por el
Derecho a la Identidad, Conadi) y me citó. Le dije que si no me decía,
no iba a llegar vivo y que si me estaba llamando ella era porque había
dado positivo. Me dijo que vaya en ese momento y le pregunté en qué
grupo familiar había dado, e inmediatamente fui a la compu y vi quiénes
habían sido mis viejos. En todo este proceso yo miraba mucho la página
de Abuelas, buscaba los parecidos, me había detenido en ellos, pero no
eran por quienes daba más fichas. Claudia me contó quiénes eras mis
viejos y nos fuimos para el centro con mi mujer. Le dije que manejara
ella porque íbamos a tener un accidente. En la Conadi me recibieron muy
bien. La verdad es que en todo el proceso encontré calidez, contención
y respeto. El mensaje para los que tienen miedo es que no lo tengan.
Claudia me mostró las fotos de mis padres.
–¿Ahí conociste a Alicia Milia, la sobreviviente que presenció tu parto?
–Primero
me preguntaron si quería conocer a mi familia biológica. Yo dije:
“Totalmente”. Después me dijeron si quería conocer a Alicia. Ella me
vio y se emocionó mucho. Buscaba obsesivamente mi lunar porque se
acordaba mucho de eso.
–Algunos nietos empiezan a
resignificar algunas cosas luego de recuperar su identidad, encontrar
coincidencias o diferencias con sus padres. ¿Te pasó algo así?
–No
creo mucho en la cosa mística. La entiendo y la respeto, mi familia
está un poco en eso, en fijarse si compartimos rasgos de personalidad.
Pero sí están los parecidos físicos. Obviamente, mi familia Castro me
encuentra totalmente parecido a mi papá y mi familia Rubel me encuentra
parecido a mi mamá. Yo creo que soy una mezcla de los dos. Vamos a
decretar un empate. En cuanto a la personalidad, voy conociendo de a
poquito. Pero mi identidad se fue construyendo en 37 años. Esto me
viene a enriquecer la vida. Me parece una información esencial conocer
mi origen. Pero esto no desplaza mi historia, no empiezo de nuevo, esto
me enriquece. Y reformulo muchas cosas.
–¿A quiénes conociste de tu familia?
–Avancé
mucho. Me encontré con mi tío Ruben y su esposa, mi tía Mari. Estuve
con mi prima Andrea, del lado Castro, y pegamos una onda bárbara. Y me
había encontrado con mi tía Perla Rubel, su marido Samuel y mi prima
Mariana. En el juzgado, en un contexto un poco adverso, conocí a la
prima de mi mamá Susana, que fue la última persona que la vio viva y a
quien le contó que estaba embarazada. Todo es muy emocionante.
–¿Te acordás de cuando supiste que había habido desaparecidos? ¿Eras de ir a marchas?
–A
marchas del 24 de marzo fui a muchísimas. Estuve el 24 de marzo de
2004, cuando Néstor Kirchner hizo el acto. Estaba detrás del corralito
sacando fotos y escuchaba a Juan Cabandié contando su historia. La
verdad es que me emocionaba mucho, me parecía increíble lo que había
pasado en la ESMA y me parecía muy fuerte la materialización de ver a
un chico, ya en ese momento un pibe de 25 años, que habló con esa
fortaleza y contando esa historia tan cruda.
–Y vos habías nacido ahí también. ¿Volviste?
–No volví. Quiero volver más tranquilo. Seguramente va a ser la parte más dura, espero estar fortalecido para hacerlo.
–Decías
que lo que pasó en los ’70 no te es ajeno, pero, ¿cómo te llevás con el
tema de la militancia? ¿Cuál es tu lectura? ¿La cambiaste ahora?
–No,
la lectura no la cambié. Siempre respeté y reivindiqué los procesos de
transformación social, y en ese sentido siempre me sentí cercano a ese
proceso de lucha.
–¿Seguiste las noticias sobre el encuentro de Ignacio Guido Montoya Carlotto?
–Sí. Miraba la conferencia de prensa y se me caían las lágrimas.
–Pero no dudabas.
–No. Incluso a mi compañera le decía: “Si yo no tuviera certeza de que soy hijo biológico de mis padres, me haría el análisis”.
–Entonces había algo.
–Se
me pasó ese pensamiento, pero lo dije como una hipótesis: “Si yo no
tuviera la certeza de ser hijo biológico de quien soy, me haría los
análisis”. Porque soy del ’77. Cuando fue el caso Noble Herrera, yo
entendía las repercusiones que había alrededor, pero me preguntaba cómo
podía ser que habiendo tantas personas buscándote tantos años no tengas
el compromiso de ir a hacerte el ADN para reparar tanta tragedia.
Entendía las contradicciones que podían tener, pero me parecía que
tenían una obligación de aportar lo suyo.
–Cuando viste a
Ignacio, te conmoviste, pero no tuviste dudas. ¿Creés que tu tía, que
te contó que eras “adoptado”, pudo haber influido ese caso?
–Puede
ser. El día que se confirmó la historia de Guido, ella me mandó un
mensaje que decía: “La puta madre, apareció el nieto de Estela”. Puede
ser que haya incidido. Pero creo que nadie de mi familia de crianza
sabía que yo podía se hijo de desaparecidos.
–¿No se lo imaginaban por la época?
–Son gente informada. Pero somos 400 que nacimos en esas condiciones sobre 40 millones, las probabilidades son pocas.
–¿Y cómo tomaron tus “padres de crianza” el hecho de que sos hijo de desaparecidos?
–Se
están acomodando a la idea. Mi mamá de crianza inmediatamente se puso
contenta porque había encontrado mis orígenes. Y seguimos en un
contacto cotidiano, porque no me voy a desvincular de ellos.
–Y tenés tu propia familia, mujer, dos hijos. ¿Cómo fue el proceso para ellos?
–Ellos
absorben toda la vorágine que estoy viviendo. Vamos a buscar asistencia
para introducir a los chicos en la historia. Para la más chiquita es
más fácil, tiene un año y siete meses, pero el que tiene cuatro ya
entiende mucho de lo que pasa. Ve mis cambios, por momentos estoy feliz
y por momentos me bajoneo, pienso en las condiciones en las que nací y
cómo sobreviví, y eso me pone muy mal.
–Estela Carlotto dijo que había sido un milagro.
–Sí. Había en mi mamá una gran voluntad de que yo naciera y se ve que en mí, una gran voluntad de vivir.
–¿Por qué es importante para vos saber la verdad?
–Porque
creo que no se puede vivir sin conocer la historia y los orígenes de
uno. Uno tiene la obligación y la necesidad vital de saber cuáles son
sus orígenes. Y las familias deben saber si el chico que están buscando
está, y si está bien. Luego, las historias de cada uno son particulares
y cada uno las procesa a su modo. Cada uno hace lo que puede y quiere
con eso. Yo elijo profundizar en el conocimiento de mis viejos, de su
historia y conocer a mi familia. Es importante que la gente que tiene
información o dudas sobre los orígenes de un familiar se las transmita
ya directamente a ellos, porque somos gente que estamos cerca de los
cuarenta. Es una bomba, una conmoción que te digan que la historia que
conocés está incompleta o está equivocada, pero te lo tienen que decir.
–¿Te molestó no haberlo sabido antes?
–Cuanto
más rápido se sabe, es mejor. También me encuentra con una fortaleza
que me permite atravesar situaciones difíciles, aunque se me han
desacomodado los muebles. Pero sí, uno siente que perdió tiempo y eso
no se puede recuperar.
–El secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda, dijo que la Presidenta te quería conocer. ¿Vos tenés ganas?
–Sí.
Claro que sí. El gobierno desde Néstor Kirchner ha aportado mucho en
distintos sentidos, entre ellos cambiar un clima cultural. Lo que se ha
hecho desde el gobierno es una pata importante para que se hayan
profundizado estos procesos de búsqueda y reivindicación.
–Sos mayor de lo que eran tus padres cuando murieron. ¿Te da impresión?
–Ellos
eran unos chicos con relación a lo que soy hoy yo. Choca mucho. Si bien
los veintipico de antes no son los veintipico de ahora, hubo una
generación muy joven que perdió trágicamente la vida cuando la tenía
por delante. Ver esa juventud es muy difícil.
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