¿Todos quieren ser Goebbels?
Rebelión/Instituto de cultura y Comunicación UNLa
Una ilusión manipuladora -no confesada- se desliza como si fuese el non plus ultra
de toda Comunicación y Cultura. Se trata de un estereotipo ideológico
que anhela controlar conciencias y conductas, al estilo nazi-fascista,
como si se tratase de un logro táctico y estratégico para dirigir a las masas, milimétricamente , en lo objetivo y en lo subjetivo. Una especie de poder
“iluminado” por el “Poder” para acarrear al “rebaño” por el camino de
la subordinación placentera. Deseo perverso empeñado en comerciar con
las conductas de los pueblos. Si lo saben, mal… si no lo saben peor.
Algunos anhelan que “una frase”, “una imagen”, “un mensaje”… tengan el
poder, por sí, para de convencer a los destinatarios de ser y hacer lo
que quieren los genios de la comunicación fabricantes de publicidad o propaganda, así se disfrace de periodismo, cine, televisión, radio o “ influencers ” en internet con sus “redes sociales”. El fetichismo de la comunicación individualista y mercantilizada.
Desde su perspectiva, la ideología de la clase dominante se las ingenia
para imponer su reduccionismo satanizador contra la clase trabajadora
como el enemigo del “bienestar”. En los trabajadores forjan un enemigo
único. Contra los trabajadores se reúne a todas las fuerzas disponibles
para constituirse en un sector acosado por la rebeldía de la clase
subordinada. Entonces cargan sobre los pueblos los errores y defectos
propios mientras se victiman y emprenden ataques inventando amenazas.
Inventan su concepto de lo “popular” bajo el supuesto de que el pueblo
no es inteligente y los mensajes han de ser ideados para no exigir
esfuerzo intelectual y siempre sea fácil de olvidar. Tal como indicaba
Goebbels: “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las
distraigan”.
Para los Goebbels de gabinete no hay límite
a la exageración y la desfiguración. Todo acontecimiento es susceptible
de ser convertido en “amenaza grave”. Es el viejo negocio de asustar al
burgués propio para que financie ciegamente toda represión. Se educa
los mass media con la idea peregrina de que “…debe limitarse a un
número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente”… “Si una mentira
se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”. Incluso de
la repetición hasta la náusea, pretenden hacer su renovación. Para eso
se empeñan en imponer “información” y silogismos efímeros dichos como si
fuesen verdades eternas. Eso se logra sólo con el desarrollo de un
modelo de indiferencia tozuda ante todo lo que los pueblos denuncian y
repudian. Y todo eso a condición de que parezca verdad. No importa
cuántas fuentes haya que silenciar o cuántas falacias haya que infiltrar
para garantizar el reino del engaño. Cultura “fake”.
Tal
filosofía de la manipulación sólo funciona al precio de silenciar a los
pueblos. Cortarles toda posibilidad de comunicación independiente al
discurso hegemónico a su lógica y su estética. Y, principalmente, tal
filosofía de la comunicación hegemónica ha de operar sobre las bases de
su propia tradición dominante y de la necesidad de trascender los planos
de lo material para convertirlos en cultura y en arte que los pueblos
subordinados deben aprender a disfrutar. Eso incluye amar a toda la
parafernalia alienante, sus ídolos y sus héroes, sus fiestas y sus ritos
como si fuesen propios. Gozar la subordinación, disfrutar la esclavitud
y principalmente enseñar a los pueblos a agradecerla con aplausos y con
raiting . Dicho de otro modo, consolidar una cultura de la
subordinación que se divierte sumiso con cualquier chatarra material e
ideológica que le imponga el aparato de comunicación y cultura
dominante. Y convencerse de que es lo mejor que la humanidad ha
conseguido, que debe defenderlo con su vida y ha de heredar a su
descendencia.
Tal paradigma de la dominación cultural y mediática, con su ilusionismo de genios goebbelianos
, es un un dispositivo ideológico amasado, larga y corporativamente, en
la progresión, hasta hoy imparable que implica acumulación de las
herramientas de producción de sentido y la dominación de los campos
semánticos que reducen los contenidos de casi todo pensamiento a
sofismas de mercado dogmatizados. Al servicio de esto compiten
desaforadamente personas y empresas para convencernos (y convencer a sus
clientes) de que sus “campañas” y sus “ideas” son la solución mágica a
la crisis de sobreproducción que ahoga al capitalismo y a los focos de
rebeldía y revolución que proliferan, por todo el planeta, como signos
claros de hartazgo ante los estragos del capitalismo contra la humanidad
y contra el planeta todo.
Pero el ilusionismo de los
discípulos de Goebbels termina cuando la realidad toma la palabra. No
pocos de sus feligreses desesperan si las fórmulas de la dominación no
funcionan como dicen sus manuales. Y es que olvidan la inteligencia
dinámica del pueblo trabajador que es infatigable en su resistencia
simbólica aunque luche en condiciones asimétricas. Incluso las
“victorias” comunicacionales hegemónicas se diluyen en lo efímero de sus
intereses y sus fundamentos convertidas en fuente de creatividad para
que los pueblos produzcan humor, sarcasmos, ironías, cancioneros,
dramaturgias y todo tipo de guerrilla semiótica que, más temprano que
tarde, ayudan a conjurar los efectos de las ofensivas hegemónicas a
condición de que medie una lucha (o un conjunto de luchas) desde el
campo laboral, el campo de las ciencias, el campo de las artes o de
cualquier género desigual y combinadamente.
El mito del genio goebbeliano
en Comunicación y Cultura es una mercancía más que el sistema se vende a
sí mismo -y a sus víctimas- para hacerse pasar por invencible. Eso no
implica que sea inocuo ni implica que sus maquinarias sean fáciles de
vencer. Lo que implica es que, además de mostrarnos muchas de nuestras
debilidades, evidencia la urgencia de trabajar para desmontar todas sus
parafernalias y dejar en claro que el único verdadero genio creador de
las estrategias más efectivas, a largo plazo, es el pueblo en lucha
emancipadora. De esa lucha emergen y han emergido siempre las
estrategias y las herramientas más poderosas que, en todas sus
variables, constituyen un patrimonio extraordinario al tiempo que un
desafío permanente. Acaso, una de nuestras mayores derrotas y deudas,
consiste en no haber sabido compendiar todas esas victorias en un mapa general
que nos permita reconocernos victoriosos en semejante lucha. También
nos han balcanizado en conocimiento sobre nuestras propias fortalezas y
victorias. El colmo.
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