Arturo Balderas Rodríguez
Para quienes por disciplina profesional o simple curiosidad tratan de seguir los acontecimientos más importantes de la vida pública estadunidense es casi imposible entender qué quiere o dónde pretende llegar Donald Trump con cada una de sus esquizofrénicas declaraciones. En conferencias de prensa, o mediante su compulsiva manía de comunicar sus ideaspor Twitter, es cada vez más evidente su problema con lo que sus más conspicuos defensores denominan como Trump Derangement Syndrome (NYT 17/07/18) que en pocas palabras quiere decir: constante cambio sin un punto fijo de referencia. Esa definición cae como anillo al dedo después de sus recientes declaraciones en torno al sensible tema de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, o para ser más precisos, entre él y Putin.
En la conferencia de prensa que sostuvo en forma conjunta con el premier ruso en Finlandia, el habitante de la Casa Blanca puso en duda las evidencias que las agencias estadunidenses de inteligencia, incluida la Agencia Nacional de Inteligencia, han encontrado sobre la interferencia rusa en las pasadas elecciones en Estados Unidos. Ahí mismo, declaró que el presidente ruso le dijo que su país no interfirió en las elecciones, y concluyó que no había razón alguna para pensar lo contrario. Sin rubor alguno, Putin rubricó que, en efecto, él quería que Trump triunfara en la elección.
El director de la Agencia Nacional de Inteligencia, Dan Coats, desmintió al mandatario estadunidense al día siguiente, cuando aseguró que los rusos sí habían interferido en las elecciones. Siguiendo con su costumbre de contradecirse, el presidente rectificó y aseguró que lo que realmente intentó expresar fue que sí creía en las declaraciones del director de la Agencia Nacional de Inteligencia sobre la interferencia de Rusia en la campaña por la presidencia y agregó que su intención fue decir no encuentro una ra-zón del porqué no pudo ser Rusia, lo que según él es una suerte de doble negativo. Cantinflas redivivo.
El hecho es que incluso algunos legisladores republicanos han dicho ya basta; el presidente Trump se ha excedido al exhibir a sus propias agencias de inteligencia como incapaces frente a una persona que no es precisamente el mejor aliado de Washington y que, por añadidura, hasta la fecha no se sabe a ciencia cierta el contenido de su conversación con Putin. (Brookings 20/07/18).
Algunos de esos legisladores incluso lo han acusado de traidor. Pero el sainete continuó cuando el viernes por la mañana, en medio de las críticas de propios y extraños, anunció mediante un tuit que había indicado a John P. Bolton, su asesor nacional de seguridad, que invitara a Vladimir Putin para continuar con el diálogo iniciado en Finlandia. (NYT, 18/07/18).
Hay quienes todavía dudan si Trump está dispuesto a romper con los aliados de Estados Unidos, Francia y Alemania, condenar a muerte la política exterior (The New Yorker, 20/07/18), destruir el statu quo en Washington e incluso los cimientos mismos de la democracia estadunidense. (Brookings, 10/07/18). Pero con su actitud, las dudas se disipan día con día y la única duda que queda en pie es si eso es lo que quiere Trump, o si no tiene la menor idea de lo que realmente quiere. Nadie lo sabe a ciencia cierta, ni sus propios colaboradores.
Lo sorprendente es que un sondeo de opinión realizado posteriormente a estos acontecimientos encontró que 79 por ciento de los republicanos consideran que el presidente estadunidense ha manejado la relación con Putin en forma correcta.
En este contexto de falsas declaraciones, mentiras y errores, la responsable de comunicación de la Casa Blanca tuvo la candidez, o el cinismo, de declarar que hay cosas más importantes que la verdad (sic). Ésa, en último término, parece ser la calidad de algunos de los funcionarios que rodean al actual huésped de la Casa Blanca.
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