Emir Sader
Con el gobierno de
Mauricio Macri se ha roto el eje de los procesos de integración en
América Latina, constituido por la alianza entre Brasil y Argentina, que
distanciaba al continente de la influencia de Estados Unidos. Con el
riesgo de que Brasil también se sume a la tendencia asumida por el
gobierno argentino se revertiría esa influencia haciendo que el
continente pasara a sumarse al predominio mundial del neoliberalismo,
que afecta particularmente a Europa, de forma devastadora, entre otras
regiones del mundo.
El gobierno de Macri camina para volverse la referencia central del
neoliberalismo en América Latina. El gobierno mexicano de Enrique Peña
Nieto, candidato anterior a servir como modelo de esas políticas en el
continente, ha fracasado tempranamente. El estilo empresarial de
Sebastián Piñera también ha fracasado en Chile. Álvaro Uribe también se
ha desgastado como referencia de la política estadunidense en el
continente.
La inesperada victoria de Macri fue velozmente saludada por
Washington como superación del estilo de confrontación de Cristina
Kirchner y recibió rápidamente una visita de Obama, quien no se ha
cansado de elogiar la política económica de Macri.
La eventual destitución de Dilma Rousseff y el final de la
experiencia de gobierno del PT en Brasil aparece, para la derecha
latinoamericana, como lo que sería un viraje histórico. La similitud de
las políticas del presidente interino de Brasil con las de Argentina
representaría un retorno a lo que esos dos países y prácticamente la
totalidad del continente a vivido en los años 90, con resultados
económicos y sociales desastrosos para todos los países que las han
aplicado.
El desenlace de la disputa todavía vigente en Brasil será decisivo
para el futuro de toda la región. Si Brasil se suma efectivamente a la
corriente hoy representada por Argentina –en la cual están México y
Perú, entre otros países–, el continente pasaría a asumir al
neoliberalismo como su corriente predominante. Independientemente de lo
que ocurra en Venezuela, Ecuador y Bolivia tendrán dificultades para
sobrevivir, mientras el Mercosur, así como la Unasur y la Celac bajarán
su perfil y la OEA volverá a recuperar protagonismo en el continente.
Si, al contrario, el interinato de Michel Temer no tiene
continuidad y Rousseff vuelve a la presidencia o, por alguna otra vía,
se convoca a nuevas elecciones y la continuidad de los gobiernos
progresistas es garantizada, Argentina tendrá en Brasil un contrapunto
fuerte en la región. El mismo Macri ya ha demostrado que buscaría
convivencia amistosa con un gobierno con esos rasgos y las demás
administraciones de la región podrían contar con Brasil como aliado.
Son dos destinos muy diferentes, hasta contrapuestos. El continente
podría seguir exhibiendo gobiernos en la contramano del neoliberalismo,
que devasta gran parte del mundo, en un caso. O se sumaría dócilmente y
sin protagonismo internacional alguno, como ocurría en la década de
1990.
Por todo ello los ojos del continente –así como los de EU– se vuelven
hacia Brasil, escenario de una dura disputa entre el retorno a
políticas centradas en el mercado o de una retomada continuidad y
profundización de las políticas de afirmación de los derechos de todos,
con desarrollo económico y distribución de la renta. Latinoamérica
concluirá así este año crucial con fisonomía distinta de la que tenía al
comenzar 2016: la cara del retroceso neoliberal o la de la disputa de
dos modelos contradictorios, con Argentina y Brasil representando esas
alternativas.
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