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viernes, 4 de noviembre de 2011

Mujer + hogar = ¡peligro de muerte!

Karen Cancinos
kcancinos@siglo21.com.gt


Donde corren más peligro las mujeres es en su propia casa, reza una superstición moderna.

Cuando vivía en San Marcos, veía con cierta frecuencia a una mujer del altiplano. Llamémosla Rosa. Era clienta de mi madre, quien ejercía la abogacía. Invariablemente Rosa andaba con círculos morados alrededor de los ojos: el marido la golpeaba y entonces acudía al bufete de mi progenitora por ayuda. No quería iniciar un proceso penal por lesiones, separarse del fulano, o gestionar una pensión alimenticia para sus hijos menores. Lo que pretendía era que el juez hiciera que el hombre la quisiera y la tratara bien.

Mi madre, durante años, le explicó que ningún juez podía lograr eso, porque ni leyes ni gobiernos pueden prever cómo un individuo en particular se comportará en una situación definida. Que las leyes establecen un marco mínimo de convivencia social pero que no constituyen recetario, porque los seres humanos no somos máquinas sujetas a un manual de funcionamiento y reparación. Que ni el juzgador del tribunal de familia, ni los diputados del departamento, ni el presidente de la nación, podían hacer que el patán irresponsable del cual no soportaba la idea de separarse, la tratara con afecto y dignidad. Que debía acudir al sentido de su propia valía de mujer y madre, a su sentido de auto respeto y de responsabilidad por la psiquis de sus hijos, no para obligar al tipo a quererlos y cuidarlos (el amor no se puede forzar), sino para alejarse y alejarlos del hombre que en mala hora ella había elegido como cónyuge.

No sé qué fue de Rosa. Lo que sí sé es que abrazaba un mito muy extendido: el de que si tan solo el gobierno tuviese más poder para extender su injerencia en dormitorios matrimoniales y cocinas familiares (vía fallos judiciales o leyes específicas), y si tan solo le diéramos más dinero para que financie más oenegés que dicen estar en la lucha por “los derechos de las mujeres” o “el combate a la violencia de género”, la violencia intrafamiliar desaparecería.

Tal superstición no solo sigue vigente, sino que ha tomado fuerza: sus gurús pontifican que si tan solo pagáramos más impuestos para construir y mantener más albergues y programas de acogida, y si acabáramos con la idea de familia fundada en el matrimonio tradicional, se esfumaría esa odiosa práctica. El lugar más peligroso para una mujer es su propia casa, leí esta semana en la revista femenina de un matutino. Y de seguro así es para las Rosas que se niegan a hacerse cargo de las consecuencias de sus elecciones desatinadas. Pero, ¿cuántas son, y qué porcentaje representan de las mujeres guatemaltecas?

Según el texto aludido, durante el primer semestre de este año, 19525 mujeres presentaron denuncias por violencia intrafamiliar, de acuerdo con el Centro Nacional de Análisis y Documentación Judicial CENADOJ. Multipliquémoslo por dos para tener la cifra aproximada de 2011: da 39050. Eso significa que hay violencia en el 0.015 por ciento de los hogares guatemaltecos. Obviamente, muchísimas Rosas no denuncian un conviviente abusivo y prefieren andar por la vida apaleadas a manos del palurdo, pero aún si multiplicáramos por cincuenta la cifra aludida tendríamos violencia en el 0.75 por ciento de familias. De modo que afirmar que si eres mujer donde más peligro corres es en tu casa, es tendencioso y supersticioso. Como si necesitáramos justo eso en la prensa nacional.

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