Carolina Escobar Sarti
“Es mejor enseñarles a pescar que darles el pescado”, dicen los discípulos de la consigna facilona. Eso suena muy bien en países donde las oportunidades son las mismas para todos, pero se queda muy corto en una Guatemala donde la expropiación y la desigualdad han sido la norma y donde apenas unos pocos son los que se han quedado con todos los pescados. En este territorio nuestro, donde tan bien se cultiva el arte del pescar, cabe incluso recordar que una de las frases más usadas por el Ejército durante la guerra que se vivió en Guatemala para justificar las masacres y la tierra arrasada fue “hay que quitarle el agua al pez”.
Por ello, trazar los desafíos de una agenda progresista que busque reducir las desigualdades más allá de las políticas sociales focalizadas, es palabra mayor. Este fue el tema tratado por Virgilio Álvarez, director de la Flacso, en un conversatorio reciente promovido por la Friedrich Ebert Stiftung. Álvarez señaló que el punto de partida para analizar integralmente este tema y hacer propuestas acordes a la realidad no es esencialmente económico.
Programas como Cohesión Social, la Bolsa Solidaria o Mi Familia Progresa, tan criticados en su momento de despegue desde la oposición política, ahora serán reciclados de inmediato por el nuevo gobierno, que no pudo dejar de reconocerlos fundamentales para el desarrollo de nuestro país en las condiciones actuales. Y eso que en Guatemala, como suele suceder, esos programas sociales llegaron atrasados, porque en el mundo entero se venían dando hace décadas. Con todo, son totalmente insuficientes, y además de ameritar controles mucho más estrechos, precisan de otras acciones políticas paralelas, como la generación de empleo, por ejemplo.
La desigualdad no solo tiene una raigambre económica, sino esencialmente política y ética. Con cientos de familias guatemaltecas de seis o más miembros en situación de desnutrición, sin escolaridad, con poca o ninguna salud, que no tienen fuerza ni para moverse de una silla, ni competencias para optar a un trabajo simple, no digamos a uno más complejo y mejor pagado, esa frasecita de “enseñarles a pescar” suena a ignorancia, inconciencia o cinismo. Habría que probar un solo día ir a nuestros respectivos trabajos sin haber comido por 24 horas.
En este país hambriento, conservador y violento, tres cosas realistas han de resolverse para una reducción real de las desigualdades:
1.) una mayor cobertura educativa, asociada a una mejor calidad en la educación;
2.) una participación ciudadana más sólida y constante en el marco de un sistema de partidos políticos completamente renovado; y
3.) la consolidación de políticas de empleo acordes a nuestras necesidades y capacidades. Mientras cosas tan elementales como estas no sean resueltas, no habrá para la mayoría ni siquiera peces que pescar, aunque algunos pocos se hayan vuelto expertos en este arte milenario.
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