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sábado, 12 de noviembre de 2011

ALEPH: Derribar muros

Comandante Turcios Lima
“Quien admita que se perpetúe una injusticia, no hace sino allanarle el camino a la siguiente”, dijo Willy Brandt.

Carolina Escobar Sarti


Este hombre, uno de los forjadores de la unidad alemana, innegable protagonista de la historia mundial contemporánea, creyó siempre en la posibilidad humana de derrumbar muros de toda índole. Mientras Hitler detentó el poder, Brandt vivió en el exilio, y se cuenta que en su funeral, líderes de diversas tendencias democráticas de los cinco continentes reconocieron que él no solo había trabajado por la reconciliación de los alemanes entre sí, sino entre estos y los demás pueblos del mundo, incluso a través de gestos espontáneos como su puesta de rodillas ante el gueto de Varsovia.

Incomprendido tantas veces como les sucede a las raras avis como él, Brandt tendió puentes entre Norte y Sur, Este y Oeste, recordando en todas direcciones que “el injusto régimen de la economía mundial, de las relaciones financieras internacionales y de los gastos para fines militares, en muchas partes del mundo obstaculizan un avance del progreso que pudiera asegurar el sustento básico a todos”.

Se dice que fue una persona decente, un líder justo y bueno, combinación escasa en aquel y todos los tiempos. Como alcalde de Berlín entre 1957 y 1966, se opuso con fuerza a la división y, por lo tanto, al muro; fue ministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller de Alemania, así como presidente del Partido Social Demócrata de 1964 a 1987. En 1971 le fue entregado el premio Nobel de la Paz y fue titular de la Internacional Socialista de 1976 hasta 1992. Pero lo que hoy particularmente me hizo traerlo aquí tiene que ver con el aniversario de la caída del muro de Berlín, en un noviembre de hace 22 años.

A él le fue dado el honor, como diputado y decano del Bundestag, de pronunciar el primer discurso en la reinstalación del parlamento alemán en el Berlín unificado. Según la historia, a la mañana siguiente de la caída del muro, Brandt se paró frente a la Puerta de Brandenburgo y pronunció su célebre frase: “Jetzt soll zusammen wachsen was zusammen gehört” (Ahora debe crecer unido lo que pertenece unido).

Quise traer este trozo de la historia aquí, no solo porque nos devuelve al espíritu de la caída de un muro por demás simbólico para las generaciones presentes y futuras, sino porque me remitió también al espíritu que definió un 13 de noviembre guatemalteco, hace 51 años. En 1960, el general Miguel Ydígoras Fuentes, entonces presidente de Guatemala, prestó la finca Helvetia a militares estadounidenses y exiliados cubanos con el fin de preparar allí la fallida invasión a Bahía de Cochinos, en Cuba, para derrocar a Fidel Castro. Muchos consideraron el uso de nuestro territorio para preparar dicha operación como una clara violación a la soberanía nacional. Eso motivó que aquel 13 de noviembre, varios oficiales del Ejército guatemalteco intentaran dar un golpe de Estado que fracasó.

Algunos de estos oficiales se acogieron a la amnistía ofrecida por Ydígoras para ellos, y otros más se refugian en El Salvador y Honduras, vinculándose, un par de años después, con las FAR y el PGT al inicio de la guerra que vivimos por 36 años. Parece que tantos años después hay quienes no consiguen entender que los muros primero se derriban con justicia y verdad, luego con máquinas demoledoras.

El próximo 13 de noviembre, personas cercanas a los veteranos militares que participaron en hechos de violencia durante la guerra han dicho que marcharán por algunas calles de la ciudad, en defensa de sus familiares acusados de genocidio y otros hechos similares. No sé por qué ese acto me devuelve a la frase de Brandt con que inicié este artículo.

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