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viernes, 3 de marzo de 2017

Trump ventrílocuo



Miguel Marín Bosch
La Jornada 
Donald Trump lleva escasas seis semanas en la Casa Blanca y ya ha parado al mundo de cabeza. Ha actuado de manera poco usual en la designación de su gabinete. Se ha peleado con las agencias de inteligencia, incluyendo la CIA y el FBI. Ha criticado con dureza a varios jueces federales. Ha puesto a temblar a millones de inmigrantes indocumentados. Ha construido estructuras de poder en la Casa Blanca con parte de su familia y personajes nefastos, como Steve Bannon. Ha asustado a la burocracia de carrera de Washington. Y, con su insólito estilo de comunicación directa vía Twitter, con su base política y su guerra feroz contra el cuarto poder, ha logrado monopolizar la conversación dentro y fuera de Estados Unidos.
¿Qué explica el fenómeno Trump? ¿Es un genio de la comunicación? ¿Es un visionario populista? No lo creo. Se trata más bien de una persona egocéntrica y rencorosa, con poca materia gris y con un olfato para los bienes raíces digno de un gángster. No lee y, al parecer, se la pasa viendo televisión. Le gusta mentir.
Peor aún, llega a la presidencia con algunos asuntos personales que no quiere (o puede) resolver y que podrían hundirlo. ¿Por qué no ha entregado su declaración de impuestos, como han hecho sus antecesores en el cargo? ¿Por qué sigue siendo dueño de sus negocios personales? ¿Cuál es su relación con Vladimir Putin y empresarios rusos? ¿Es cierto que Moscú le dio una manita para ayudarlo a ganar la elección presidencial?
En mes y medio, Trump ha logrado sembrar mucha confusión. He aquí algunos ejemplos. Al nombrar a su gabinete, acertó en la designación de sus secretarios de relaciones exteriores, defensa y seguridad nacional. Sin embargo, en otras carteras puso a individuos poco idóneos (fiscal general) o declarados enemigos de la institución que van a encabezar (educación pública y medio ambiente). Además, como consejero de seguridad nacional nombró al general Michael Flynn, a quien luego despidió por mentirle al vicepresidente Mike Pence.
Trump ha llevado a la Casa Blanca a Steve Bannon como su estratega en jefe y su consejero más cercano. Su currículo es tan impresionante como alarmante. Antes de ser banquero en Goldman Sachs estuvo en la Marina. Luego se convirtió en productor de películas en Hollywood, para acabar encabezando la compañía de noticias y comentario político Breibart, que se identifica de extrema derecha.
Bannon es un operador maquiavélico y tiene algo de Rasputín. Ha declarado que la intención de la administración de Trump es desmantelar el actual sistema de gobierno. Habla de patriotismo económico y califica a la prensa como el partido de oposición. Esto último ya lo había dicho Trump.
Con Bannon, el presidente de Estados Unidos se ha vuelto más impredecible. Ha optado por un sistema que siembra dudas y que a veces disfraza la realidad. En primer lugar, están los berrinches públicos. No acepta que lo critiquen. Tampoco es capaz de confesar que se ha equivocado. Se dice que actúa así para cambiar el tema y evitar que se hable demasiado de sus negocios y vínculos con Rusia.
En segundo lugar, su estilo de gobernar lo ha convertido en un ventrílocuo. Se la pasa diciendo cosas que no son verdad o que luego contradice. Al anunciar que empezaría a ordenar redadas de personas indocumentadas, dijo que serían operaciones de tipo militar. El mismo día, su secretario de seguridad nacional, el general John F. Kelly, dijo que de ninguna manera esas redadas involucrarían a soldados. Trump habló como Trump y luego, haciéndose el ventrílocuo, habló como Kelly. Algo parecido ocurrió con el secretario de defensa, el general James Mattis, quien tuvo que enmendarle la plana al presidente cuando se refirió a la OTAN como una organización caduca. Mattis insistió que la OTAN era indispensable para la seguridad de Washington y sus aliados europeos.
El martes pasado, en una sesión conjunta del Congreso, Trump tuvo la oportunidad de trazar con claridad los objetivos de su administración y detallar lo que será su agenda legislativa. Habló de cambios a la ley de salud aprobada por el gobierno de Obama, insistió en una reforma fiscal y planteó la necesidad de una reforma migratoria. Anunció un importante aumento en el presupuesto militar. También se refirió a un programa para reparar y mejorar la infraestructura del país, incluyendo carreteras, puentes y aeropuertos, pero no dijo cómo lo pagaría. Tampoco se refirió en detalle a los temas de comercio que tanto interesan a sus vecinos y socios en Europa y Asia.
El discurso no estuvo mal y fue bastante bien recibido. Leyó el texto y evitó las improvisaciones estridentes que suelen formar parte de su retórica. Algunos comentaristas dijeron que por primera vez Trump estuvo moderado, casi presidencial. Otros lo criticaron por no abordar en detalle los temas de política exterior. No mencionó a Irak ni a Siria. De hecho, el único país que mencionó por nombre fue Israel.
Ahora Tru
mp tendrá que ponerse a trabajar con los legisladores de su partido, a sabiendas que muchos no comparten varios aspectos de la agenda que les presentó.

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