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miércoles, 22 de marzo de 2017

Seguridad societal versus sociedad abierta



Claudio Lomnitz
¿Qué clase de inversión es el muro de Trump? ¿En qué está invirtiendo realmente la sociedad estadunidense? La pregunta vale, porque en el proyecto de presupuesto del gobierno federal que Trump presentó al Congreso hay una partida de 2 mil 500 millones de dólares para ejercer este año, como enganche para el pago de un muro que, según documento interno del secretario de Seguridad Interior, John Kelly, costará alrededor de 21 mil millones. Y mientras el presidente defiende un expendio de esas magnitudes, recorta gastos públicos en medio ambiente en casi la misma cantidad (2 mil 600 millones). Si el Congreso de Estados Unidos aprueba el presupuesto cancelará además instituciones veteranas –verdaderos símbolos nacionales–, por ejemplo el Fondo Nacional para las Artes y el Fondo Nacional para las Humanidades. Todo a cambio de construir un muro en el desierto. ¿Por qué?
Más allá de las corruptelas y de los clientelismos que vaya a permitir una obra magna de esas dimensiones, la inversión estadunidense en el muro marca y será un símbolo perdurable de un compromiso nacional con un modelo de sociedad, tanto como lo fue antes la Estatua de la Libertad. Sólo así se justifica un gasto que es así de inútil en el plano económico. El muro pretende ser una respuesta y garantía eficaz a una preocupación nombrada en su momento por Samuel Huntington: la llamada seguridad societal.
Para Huntington, cada sociedad tiene una matriz cultural que le es propia, una especie de gramática cultural que puede ser más o menos incluyente, pero que tiene al fin sus límites de elasticidad. Para aquellos que se preocupan por la seguridad societal existen flujos migratorios que pueden violentar la arquitectura fundacional de su cultura, al grado de meter a la sociedad toda en riesgo de transformarse en algo irreconocible. El arte de reducir ese factor es la llamada seguridad societal, manifiesta desde tiempos de George W. Bush en el cambio de nombre del Servicio de Inmigración y Naturalización a Secretaría de Seguridad Interior (Homeland Security).
Para Huntington, la inmigración latina presenta un riesgo a la seguridad societal estadunidense, porque el volumen y la naturaleza continua del flujo migratorio, aunados a las características de los migrantes (católicos, poco orientados a la edución, interesados en la defensa de su propia lengua y cultura), ponen en riesgo la reproducción de la matriz angloprotestante que según Huntington está en el ADN cultural de Estados Unidos. De manera análoga, aunque todavía más estridentemente racista, el ideólogo de Trump, Steve Bannon, se refiere recurrentemente en sus discursos a una novela francesa de los años setenta, The Camp of the Saints, para explicar la naturaleza y gravedad del problema de la inmigración. Se trata de una historia de tonalidades virulentamente racistas que imagina un complot contra Europa, orquestado por un fanático religioso hindú que, literalmente, come mierda, y que organiza una migración (invasión) masiva desde su país que acaba por sumergir a Europa entera en el primitivismo. La idea de Huntington, Bannon y Trump es encastillar la sociedad estadunidense para garantizar la seguridad societal.
Vista desde este ángulo, la inversión en el muro es una pieza simbólicamente clave para aumentar el compromiso del Estado estadunidense con el diseño y la operación de una ingeniería poblacional que procurará aumentar todo lo posible la capacidad reguladora de flujos migratorios. Se trata de que el Estado pueda escoger exactamente quiénes y cuántos extranjeros entran al país. Como para que esta meta quedara perfectamente clara, Trump propuso admitir a los refugiados sirios que fuesen cristianos, al tiempo que prohibía el ingreso de los que fuesen musulmanes. Estos sí, aquellos no. Queremos tantos de estos y tantos de aquellos. El muro es, en resumen, una inversión en un modelo de sociedad en que el Estado regula a la población, con la finalidad de proteger una matriz cultural que definiría a la sociedad misma. Es el sentido del muro.
Aún así, los muros tienen siempre dos caras, por lo cual no pueden tener un sentido unívoco. Se pretende que la cara que el muro le dará a Estados Unidos será un espejo de la sociedad que Trump busca defender, y por eso el presidente ha insistido en que será bello. Pero, ¿qué es lo que reflejará la cara que el muro le dará a México? Los apoyadores de Trump pretenden que los mexicanos que se vean reflejados en ella se descubrirán bárbaros; en este aspecto, el paralelo de este muro con la Gran Muralla china es evidente. Lo cierto es que el muro obligará a México a pensar en la clase de sociedad que opondrá a la de Estados Unidos, que opondrá a la sociedad que lo excluye, porque no habrá ya ni siquiera la ilusión de una integración norteamericana.
Una alternativa evidente para México será cultivar un nacionalismo paralelo al estadunidense: la raza del maíz enfrentada a la raza del trigo, como imaginó alguna vez Francisco Bulnes, o quizá la exaltación de aquello que Guillermo Bonfil soñó como un México profundo, enfrentado a una matriz consumista y culturalmente artificial.
Aunque en parte esta clase de reacción nacionalista será inevitable, optar masivamente por ella sería desperdiciar un muro que le costará mucho dinero a Estados Unidos. Será mucho mejor que México desarrolle para sí una versión propia de la sociedad abierta, como imagen contrastada a la nueva cerrazón estadunidense. Que una sociedad mexicana libre y abierta juegue frontón en el bello muro que terminará por asfixiar a la sociedad estadunidense en sus ínfulas de pureza.

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