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miércoles, 29 de marzo de 2017

Trump: una transición peligrosa



Ana María Aragonés
Algunos autores han comparado la depresión de los años 30 con la actual, y si bien se plantean diversas visiones sobre las causas entre una y otra, sobre todo en cuestiones financieras, desigualdad económica, incremento extraordinario de la deuda pública y privada, con pesos diferentes como disparadores de la crisis, lo que merece la pena rescatar son las estrategias que se pusieron en marcha para enfrentar tan grave conflicto. Llama la atención que hay fenómenos que parecen repetirse, por lo que quizá deberíamos aceptar la propuesta, supuestamente de Hegel, en el sentido de que la historia se repite, aunque Marx le añadió una vez como tragedia y otra como farsa, según señalan algunos autores.
La crisis de los años 30 desató un fervor nacionalista con su derivación el proteccionismo comercial. Y si bien algunos países fueron más moderados, otros, como Japón, Alemania e Italia, curiosamente, se orientaron hacia un proteccionismo radical, regulando estrechamente su comercio. Algunas naciones se daban cuenta del peligro que el proteccionismo suponía para la economía al señalar que al final, todos tenían la posibilidad de subir los aranceles, con lo cual, ninguno se beneficiaba. Ante esto, buscaron firmar ciertos acuerdos regionales, como la Convención de Oslo (1930), los Acuerdos de Ottawa (1932), ninguno tuvo éxito. Pero algunos seguían convencidos de los problemas en caso de continuar con el nacionalismo, por lo que convocaron a una Conferencia en Londres (1933), la que tampoco logró que se estableciera la reducción de aranceles.
El nacionalismo suponía una suerte de autarquía, los flujos comerciales prácticamente se derrumbaron, y por supuesto los movimientos migratorios también se vieron afectados, fortaleciéndose el fascismo que se convirtió en un movimiento prácticamente mundial. Los países receptores de inmigrantes echarían a andar el mecanismo de la repatriación involuntaria de los mismos, que, acompañado de una política xenófoba y racista, destacaba a los extranjeros como los responsables de los graves trastornos económicos. Con ello se lograba desviar la atención de los problemas generados por la difícil situación económica hacia un elemento externo y fácilmente detectable, los trabajadores migrantes. Sin embargo, quedaba claro que las estrategias propuestas agravaron los niveles de vida de millones de personas con un desempleo impresionante, condiciones que se enfrentarían con la economía de guerra y su más grave corolario: la Segunda Guerra Mundial.
Las condiciones en que se produce la crisis 2007-2008 son parecidas a las descritas precedentemente, agotamiento de la política neoliberal, modelo enmarcado en un proceso de flagrante desigualdad económica y social, desempleo, crecimiento insuficiente, pobreza en aumento, mientras la riqueza se concentra en una minoría. Y parecen repetirse las propuestas económicas rubricadas por Donald Trump, xenófobas, racistas y nacionalistas. Nacionalismo que está adquiriendo también tintes mundiales, pues otros países empiezan a buscar paralelismos con Estados Unidos, Holanda, Francia, Alemania. Partidos de ultraderecha que habían tenido poco peso político en las últimas elecciones, pero que ahora pretenden recuperar terreno, llaman la atención en Suecia y Dinamarca, por ejemplo. El discurso de Trump de Estados Unidos primero es retomado por la derecha radical europea bajo el lema una nueva Europa, contra la política de refugiados, de inmigrantes, con tonos xenófobos y euroescépticos. Nuevamente los trabajadores migrantes considerados culpables de los males del sistema.
Ante este panorama ominoso, Trump plantea un incremento a las fuerzas armadas de 54 mil millones de dólares, que de ser aprobado en el Congreso supondrá tener bajo su mando al ejército más bien pertrechado del mundo y, ¿para qué? Donald Trump con su estilo alejado de la diplomacia, y más bien de confrontación clara, no es lo mejor en momentos como el actual, en los que el mundo muestra una enorme inestabilidad con focos rojos por todos los continentes.
Si bien, como señala Pascal Vollenweider, los líderes de la extrema derecha moderna esconden las mismas y viejas ideas fascistas, esperemos que la necesaria transición hacia un nuevo orden global, no requiera una guerra mundial para hacerse real.

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