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jueves, 10 de octubre de 2013

Metamorfosis de la «doctrina Obama»



Después de ganarse el respaldo de los electores por sus críticas hacia la política exterior de los «neoconservadores», Barack Obama se ha rodeado en su segundo mandato de los «halcones liberales», encabezados por Samantha Power. Si los primeros eran principalmente periodistas trotskistas judíos que querían organizar la revolución mundial de la democracia, los segundos son generalmente periodistas moralistas vinculados a Israel que estiman que «América», léase Estados Unidos, tiene el deber de proteger a las poblaciones civiles de los desmanes de sus propios gobiernos. ¿Qué tienen en común? Todos promueven el intervencionismo del Imperio estadounidense.
| Roma (Italia) 
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La embajadora Samantha Power se casó en 2008 con el profesor Cass Sunstein, el consejero de Barack Obama que ve en Thierry Meyssan al líder de un movimiento extremista mundial antiestadounidense y que aconsejó infiltrar agentes en los grupos que ponen en duda la versión oficial de los atentados del 11 de septiembre.
Durante su primer mandato, el presidente Obama se distancia formalmente de la política exterior y militar de su predecesor, Bush Jr., dando la impresión de que Estados Unidos ya no quiere seguir siendo «el policía del mundo» y que desea retirarse en el plano militar, tanto en Afganistán como en otros países, para concentrarse en sus problemas internos. Así nace lo que se ha definido como la «Doctrina Obama». Pero no por ello desaparece la guerra de la agenda de la administración Obama: así lo demuestra la guerra contra Libia, dirigida en 2011 por la OTAN –organización encabezada y comandada por Estados Unidos– con un ataque aeronaval masivo y mediante el uso de fuerzas respaldadas e infiltradas desde el exterior.
Al inicio de su segundo mandato, el presidente Obama anuncia que «Estados Unidos está pasando la página». Pero la siguiente es también una página de guerra. La nueva estrategia prevé el uso de fuerzas armadas más flexibles y dispuestas a desplegarse rápidamente, dotadas de armas cada vez más sofisticadas en el plano tecnológico. Prevé, al mismo tiempo, un uso cada vez más extenso e intensivo de los servicios secretos y las fuerzas especiales. En la nueva manera de hacer la guerra el ataque abierto se prepara y se acompaña con la acción encubierta para socavar el país desde adentro. Así se hizo en Libia y así está haciéndose ahora en Siria, armando y entrenando «rebeldes», que en su mayoría no son sirios y muchos de los cuales pertenecen a grupos islamistas oficialmente considerados como terroristas.
Y al mismo tiempo el presidente Obama enuncia la nueva «estrategia contraterrorista». La «guerra ilimitada contra el terror» se convierte en una serie de «acciones letales selectivas» que apuntan a «desmantelar redes específicas de extremistas violentos que amenazan América» [Léase Estados Unidos. NdT.]. En esas acciones se utilizan cada vez más los drones armados, cuyo uso se presenta como «legal» porque Estados Unidos está librando una «guerra justa y de autodefensa».
El demócrata Obama, que se presentó como una «paloma» –incluso laureado con el Premio Nobel de la Paz–, prosigue ahora fundamentalmente la estrategia del republicano Bush, el «halcón», de abierto respaldo a la intervención armada.
¿Cómo se justifica esa metamorfosis?
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En su libro más conocido, Samantha Power desarrolla las teorías jurídicas del polaco convertido en estadounidense Raphael Lemkins, creador del término «genocidio» y consejero del tribunal de Nuremberg.
Aquí es donde entra en escena Samantha Power, ex profesora en Harvard, ganadora del premio Pulitzer con un libro donde teoriza sobre «la responsabilidad de proteger» que supuestamente tiene Estados Unidos en la «era del genocidio».
Power entra en el Consejo de Seguridad Nacional –órgano reservado a las eminencias de las fuerzas armadas y de los servicios secretos estadounidenses, cuya tarea consiste en aconsejar al presidente en política exterior y en el plano militar. Obama la pone después a la cabeza del nuevo «Comité para la Prevención de Atrocidades» y posteriormente la nombra representante de Estados Unidos ante la ONU.
Es Power la principal artífice de la campaña de preparación de la guerra contra Libia, presentándola como una guerra necesaria para poner fin a la violación de los derechos humanos. También es ella quien, invocando el mismo motivo, presiona para que Estados Unidos bombardee Siria.
Y la mano experta de Samantha Power está seguramente detrás del reciente discurso de Obama ante la Asamblea General de la ONU. Sobre todo cuando afirma que, ante los conflictos en Medio Oriente y en el norte de África, «el peligro para el mundo no es una América [Estados Unidos] demasiado impaciente por inmiscuirse en los asuntos de otros países» sino que «Estados Unidos pueda desentenderse creando así un vacío de liderazgo que ningún otro país está dispuesto a llenar».
Estados Unidos reclama por lo tanto el derecho a intervenir militarmente donde quiera que sea, no en aras de su propio interés sino porque Estados Unidos está investido de la sacrosanta «responsabilidad de proteger».

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