El año entrante se cum- plirán 70 años de la Revolución de Octubre, uno de los hitos significativos de la historia contemporánea guatemalteca. Hoy, revisitando aquel movimiento social de profundo calado, cabría preguntarnos no solo cuál fue su legado, sino qué hemos hecho hasta hoy con el espíritu y las profundas demandas de aquel hecho revolucionario.
Carolina Escobar Sarti.
¿Para qué ha servido la Revolución del 20 de octubre de 1944 y hasta dónde pudo anclar en la sociedad guatemalteca de la guerra y la posguerra? Además de la nostalgia y del rescate de la memoria, ¿qué hicimos y qué hacemos hoy con lo que pasó entonces?
La revolución tomó la foto en blanco y negro de los problemas sociales de aquella Guatemala, y cuestionó fuertemente los intereses de los sectores de poder real de mediados del siglo pasado. No solo los cuestionó, sino que los debilitó, los quebró y limpió el camino para una posible democracia. Entre los resultados concretos de aquella gesta estuvo la emisión —dos años después— de la “Ley Orgánica del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social” (IGSS), que le dio vida a “una institución autónoma, de derecho público, de personería jurídica propia y plena capacidad para adquirir derechos y contraer obligaciones, cuya finalidad es aplicar, en beneficio del pueblo de Guatemala, un Régimen Nacional, Unitario y Obligatorio de Seguridad Social, de conformidad con el sistema de protección mínima”. (Cap. 1°, Art. 1°).
A partir de este ejemplo, la pregunta de ¿qué hacemos hoy con lo que nos pasó entonces?, nos llevaría a una respuesta que avergonzaría a muchos. Hoy, el secuestro del IGSS, orquestado y cumplido por gente afín o perteneciente al actual partido de gobierno, ha sido un acto de mala magia que busca desmantelar de prisa una de las minas de oro del Estado guatemalteco. Vemos cómo de nuevo lo social es lo primero que sacrifica la avorazada clase política en Estados tan decrépitos como el nuestro. La estocada final a esta intención de instituciones estatales para la ciudadanía sería la privatización de la seguridad social.
Otro de los ejes fundamentales de aquella Revolución octubrina fue la educación en un país que no era pobre pero que albergaba (y sigue albergando) a demasiada gente en condiciones de pobreza y pobreza extrema. El proyecto educativo tenía anchura y contradecía la concentración del conocimiento y del poder en pocas manos. El sistema educativo mandó entonces que la educación fuera obligatoria, pública y laica para toda la ciudadanía, lo cual habló de los vientos de democracia que había traído aquella Revolución. Claro que entonces privaba la teoría asimilacionista, que ponía en el centro del quehacer cultural, social y educativo, un modelo único que se vivía en castellano, se regía por leyes y normas occidentales y partía de una educación eurocéntrica y adultocéntrica. En ese modelo debían caber también los hombres indígenas también, quienes debían asimilarse a los preceptos colonizadores de la cultura hegemónica. Por supuesto, las mujeres indígenas quedaban fuera del conocimiento.
Si vemos qué ha pasado con la educación hoy, no diremos que hemos avanzado mucho. Hay más gente alfabetizada como producto de campañas de largo aliento que desde hace tres décadas se vienen llevando a cabo en el país. Pero preguntémonos si hay escuelas en cada comunidad, si hay buenos maestros y bien pagados para todos, si el currículum nacional base incluye el curso de Historia de Guatemala, y si se habla de salud sexual y reproductiva en las escuelas e institutos guatemaltecos, entre otras muchas preguntas que quedan en el aire.
Podríamos seguir revisando los legados de la Revolución en términos de inclusión, democracia representativa, liberalismo económico y ciudadanía plena, pero el espacio siempre queda pequeño. Lo que toca quizás ya es pasar de la revolución a la evolución y darle vida a algo tan simple como un Estado que genere las condiciones de una vida digna para todos y todas.
cescobarsarti@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario