Miradas al Sur
Los republicanos no reparan en gastos. Están empeñados en una feroz pelea ideológica
Una
de las mentiras más reiteradas sobre el cierre del gobierno de los
Estados Unidos es que los republicanos lo forzaron porque les preocupa
el gasto excesivo que implicaba la Ley de Asistencia Accesible, que en
teoría daría una opción de cobertura de salud a los 50,7 millones de
estadounidenses que no la tienen. Basta con señalar que Bill Clinton
–otro demócrata a quien el Congreso cerró la administración federal–
dejó un superávit de 559 mil millones de dólares y que George W. Bush
–republicano, hijo y hermano de republicanos– entregó el país con un
déficit de casi 400 mil millones y una crisis financiera inédita. Los
republicanos no reparan en gastos. Sí, en cambio, en la pelea
ideológica.
Así como se opusieron a las leyes del seguro social y de cobertura médica para mayores de 65 y discapacitados (Medicare) y para pobres (Medicaid), hoy quieren evitar que se ponga en marcha la norma aprobada en 2010 y refrendada por la Corte Suprema en 2012, conocida como Obamacare. Perdieron la objeción legal, pero el tribunal máximo les dio una salida para que los estados bajo control republicano (donde vive el 60% de los trabajadores de bajos ingresos sin seguro) no ofrezcan una opción crucial de la ley, la expansión del Medicaid, lo cual, en la práctica, hará que 8 de los 50,7 millones siga sin salud. Eso no les bastó y más allá de la mala imitación que Ted Cruz hizo de James Stewart en Caballero sin espada (la película de Frank Capra donde un senador habla horas para bloquear un acto injusto), llegaron al extremo de cerrar el gobierno y realizar un ataque publicitario de una bajeza ejemplar.
En la página de Generation Opportunity, un sujeto con careta aterradora de Tío Sam funge de ginecólogo (campaña para ellas) y de proctólogo (campaña para ellos). Los videos terminan con la consigna: “No permita que el gobierno juegue al doctor, no se anote en el Obamacare”. El Affordable Coverage Project revuelve cifras de naturaleza poco comparable para afirmar que el impuesto que sostendrá parte del nuevo sistema “lastima a las familias, los ancianos y las pequeñas empresas”.
PersonalLiberty.com llama directamente al juicio político del presidente. La organización Americans for Prosperity emite un aviso televisivo en el cual una ex paciente de cáncer opina: “Es devastador que su bienestar lo juzgue un burócrata en Washington”. El Heritage Action Fund realizó un tour veraniego titulado “Dejemos sin fondos el Obamacare”. La web del Comité Republicano llevó una cuenta regresiva al 1º de octubre: días, horas, minutos y segundos hasta lo que llamaba “el descarrilamiento del Obamacare”. Varios funcionarios republicanos de nivel estatal y municipal declararon a los medios que harían todo lo posible para obstaculizar las inscripciones al nuevo sistema.
Conviene destacar que la reforma sanitaria de Barack Obama es conservadora, no socialista como califica melodramáticamente el Gran Viejo Partido. Más aún, es muy parecida a la que en 2006 puso en marcha el ex gobernador de Massachusetts, el millonario y precandidato republicano Mitt Romney, insospechable de izquierdismo, que se ha desarrollado con éxito. Casi todos los habitantes del estado tienen hoy seguro médico, el impacto en el presupuesto fue del 1% y el desempleo se ha mantenido por debajo del promedio nacional mientras el empleo aumentó, según el actual gobernador Deval Patrick, del Partido Demócrata.
La nueva ley, que entra en vigencia el 1º de enero próximo, no afecta a las personas que ya tienen seguro. Sus cambios son simples y para el 16% de la población que carece de cobertura: impide la exclusión por condiciones preexistentes, subsidia la compra de planes a quienes no cuenten con recursos suficientes y hace obligatoria la contratación de un seguro. Ahí ponen el grito en el cielo los libertarios republicanos del Tea Party. Sin embargo, no les molesta que para manejar un auto también sea obligatorio poseer seguro: no hay subsidios involucrados, ni –sobre todo– los tremendos lobbies de las industrias farmacológica y de aparatos médicos, y de los mismos seguros que por la ley deben aplicar a los costos médicos del 80% al 85% de sus ingresos por primas.
La reforma no afecta la estructura de opciones diversas con diferentes alcances según sus costos. En realidad, amplía el mercado privado: más de cien empresas participan ya de la inscripción que se abrió el 1º de octubre (y que no resultó impopular como apostaban los republicanos: se congestionó el sitio de internet donde se tramita, www.healthcare.gov) y los planes en oferta superan los 1.700 a nivel nacional, y hasta 6.000 en Texas. Aquí se aplicaría la frase de la intelectual ucedeísta-menemista piadosamente olvidadaAdelina de Viola, sobre el socialismo, de la que acaso sin saber se hizo eco el secretario general del Partido Socialista estadounidense, Greg Pason, cuando aclaró a los republicanos que “un sistema socializado no incluiría ‘seguro de salud’ sino que sería un sistema nacional de cuidado sanitario sostenido con fondos de impuestos progresivos”.
Es difícil imaginar que en el país más poderoso de la tierra 50,7 millones de personas no accedan a la salud. Pero, en efecto, el equivalente a las poblaciones de Argentina, Uruguay y Paraguay sumadas carece de prevención médica, que ahorra a los individuos y al Estado (pero rinde menos al negocio que una buena entrada directa a la Sala de Emergencias con un cuadro agudo); sufre enfermedades sin poder tratarlas, no compra medicamentos que controlan males de riesgo y enfrenta la bancarrota por un diagnóstico o un accidente. La cifra de gente sin cobertura creció desde la crisis del 2008, según el Departamento de Censos: entonces era de 46 millones, pero el desempleo privó a muchos del seguro de sus trabajos y los cuentapropistas quedan en tierra de nadie porque ni son pobres para recibir Medicaid ni pueden pagar una prima de 300 dólares mensuales por matrimonio. Que, por cierto, no cubre casi nada: a menor pago, mayor coseguro a abonar por el enfermo incluso en caso de internación en terapia intensiva o enfermedades como el cáncer, las coronarias, las degenerativas y/o crónicas.
Circula un chiste sobre cómo sería la versión canadiense de Breaking Bad, que ganó el Emmy a la mejor serie del 2013. La estadounidense cuenta la historia de un profesor de química que, aun con un segundo trabajo en un lavadero de autos, teclea en la clase media a punto tal que un diagnóstico de cáncer lo hace pensar en cómo no dejar a su familia sin casa y en la quiebra por las cuentas médicas (su cobertura es tan básica que le ruega a una ambulancia que no lo lleve al hospital porque no podría afrontar el coseguro) y comienza a fabricar y vender metanfetamina. En Canadá, donde existe la salud pública, el médico le diría a Walter White: “Tiene cáncer. Comienza el tratamiento la semana próxima”. Y así la serie terminaría antes de arrancar.
Fuente: http://sur.infonews.com/notas/el-tea-party-se-cura-en-salud
Así como se opusieron a las leyes del seguro social y de cobertura médica para mayores de 65 y discapacitados (Medicare) y para pobres (Medicaid), hoy quieren evitar que se ponga en marcha la norma aprobada en 2010 y refrendada por la Corte Suprema en 2012, conocida como Obamacare. Perdieron la objeción legal, pero el tribunal máximo les dio una salida para que los estados bajo control republicano (donde vive el 60% de los trabajadores de bajos ingresos sin seguro) no ofrezcan una opción crucial de la ley, la expansión del Medicaid, lo cual, en la práctica, hará que 8 de los 50,7 millones siga sin salud. Eso no les bastó y más allá de la mala imitación que Ted Cruz hizo de James Stewart en Caballero sin espada (la película de Frank Capra donde un senador habla horas para bloquear un acto injusto), llegaron al extremo de cerrar el gobierno y realizar un ataque publicitario de una bajeza ejemplar.
En la página de Generation Opportunity, un sujeto con careta aterradora de Tío Sam funge de ginecólogo (campaña para ellas) y de proctólogo (campaña para ellos). Los videos terminan con la consigna: “No permita que el gobierno juegue al doctor, no se anote en el Obamacare”. El Affordable Coverage Project revuelve cifras de naturaleza poco comparable para afirmar que el impuesto que sostendrá parte del nuevo sistema “lastima a las familias, los ancianos y las pequeñas empresas”.
PersonalLiberty.com llama directamente al juicio político del presidente. La organización Americans for Prosperity emite un aviso televisivo en el cual una ex paciente de cáncer opina: “Es devastador que su bienestar lo juzgue un burócrata en Washington”. El Heritage Action Fund realizó un tour veraniego titulado “Dejemos sin fondos el Obamacare”. La web del Comité Republicano llevó una cuenta regresiva al 1º de octubre: días, horas, minutos y segundos hasta lo que llamaba “el descarrilamiento del Obamacare”. Varios funcionarios republicanos de nivel estatal y municipal declararon a los medios que harían todo lo posible para obstaculizar las inscripciones al nuevo sistema.
Conviene destacar que la reforma sanitaria de Barack Obama es conservadora, no socialista como califica melodramáticamente el Gran Viejo Partido. Más aún, es muy parecida a la que en 2006 puso en marcha el ex gobernador de Massachusetts, el millonario y precandidato republicano Mitt Romney, insospechable de izquierdismo, que se ha desarrollado con éxito. Casi todos los habitantes del estado tienen hoy seguro médico, el impacto en el presupuesto fue del 1% y el desempleo se ha mantenido por debajo del promedio nacional mientras el empleo aumentó, según el actual gobernador Deval Patrick, del Partido Demócrata.
La nueva ley, que entra en vigencia el 1º de enero próximo, no afecta a las personas que ya tienen seguro. Sus cambios son simples y para el 16% de la población que carece de cobertura: impide la exclusión por condiciones preexistentes, subsidia la compra de planes a quienes no cuenten con recursos suficientes y hace obligatoria la contratación de un seguro. Ahí ponen el grito en el cielo los libertarios republicanos del Tea Party. Sin embargo, no les molesta que para manejar un auto también sea obligatorio poseer seguro: no hay subsidios involucrados, ni –sobre todo– los tremendos lobbies de las industrias farmacológica y de aparatos médicos, y de los mismos seguros que por la ley deben aplicar a los costos médicos del 80% al 85% de sus ingresos por primas.
La reforma no afecta la estructura de opciones diversas con diferentes alcances según sus costos. En realidad, amplía el mercado privado: más de cien empresas participan ya de la inscripción que se abrió el 1º de octubre (y que no resultó impopular como apostaban los republicanos: se congestionó el sitio de internet donde se tramita, www.healthcare.gov) y los planes en oferta superan los 1.700 a nivel nacional, y hasta 6.000 en Texas. Aquí se aplicaría la frase de la intelectual ucedeísta-menemista piadosamente olvidadaAdelina de Viola, sobre el socialismo, de la que acaso sin saber se hizo eco el secretario general del Partido Socialista estadounidense, Greg Pason, cuando aclaró a los republicanos que “un sistema socializado no incluiría ‘seguro de salud’ sino que sería un sistema nacional de cuidado sanitario sostenido con fondos de impuestos progresivos”.
Es difícil imaginar que en el país más poderoso de la tierra 50,7 millones de personas no accedan a la salud. Pero, en efecto, el equivalente a las poblaciones de Argentina, Uruguay y Paraguay sumadas carece de prevención médica, que ahorra a los individuos y al Estado (pero rinde menos al negocio que una buena entrada directa a la Sala de Emergencias con un cuadro agudo); sufre enfermedades sin poder tratarlas, no compra medicamentos que controlan males de riesgo y enfrenta la bancarrota por un diagnóstico o un accidente. La cifra de gente sin cobertura creció desde la crisis del 2008, según el Departamento de Censos: entonces era de 46 millones, pero el desempleo privó a muchos del seguro de sus trabajos y los cuentapropistas quedan en tierra de nadie porque ni son pobres para recibir Medicaid ni pueden pagar una prima de 300 dólares mensuales por matrimonio. Que, por cierto, no cubre casi nada: a menor pago, mayor coseguro a abonar por el enfermo incluso en caso de internación en terapia intensiva o enfermedades como el cáncer, las coronarias, las degenerativas y/o crónicas.
Circula un chiste sobre cómo sería la versión canadiense de Breaking Bad, que ganó el Emmy a la mejor serie del 2013. La estadounidense cuenta la historia de un profesor de química que, aun con un segundo trabajo en un lavadero de autos, teclea en la clase media a punto tal que un diagnóstico de cáncer lo hace pensar en cómo no dejar a su familia sin casa y en la quiebra por las cuentas médicas (su cobertura es tan básica que le ruega a una ambulancia que no lo lleve al hospital porque no podría afrontar el coseguro) y comienza a fabricar y vender metanfetamina. En Canadá, donde existe la salud pública, el médico le diría a Walter White: “Tiene cáncer. Comienza el tratamiento la semana próxima”. Y así la serie terminaría antes de arrancar.
Fuente: http://sur.infonews.com/notas/el-tea-party-se-cura-en-salud
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