Mario Roberto Morales (*)
GUATEMALA - En su breve libro El derecho a la pereza, Paul Lafargue, esposo de Laura Marx, segunda hija de Karl (del mismo apellido), teorizó en torno a la “ética del trabajo” mediante la cual el capitalismo manipula a los trabajadores enseñándoles que laborar es un valor respetable y apetecible, pero sin explicarles que su práctica bajo condiciones capitalistas implica que más de dos terceras partes de lo que producen durante la jornada laboral va a parar al bolsillo del dueño del negocio; tampoco, que su salario (el precio de la reproducción de su fuerza de trabajo) es pagada por el mismo trabajador en las primera horas de la aludida jornada. De aquí que no puedan existir “salarios justos”. Si son salarios, deben por fuerza ser injustos pues de lo contrario no habría margen de lucro para el propietario del negocio. Así funciona el sistema. Y punto.
El derecho a la pereza es un alegato contra el trabajo enajenado, ese que Marx había definido como actividad que no contribuye a la realización humana de quien lo ejerce porque se trata de una acción hecha para otros. Y también en contra de la producción de mercancías inútiles, las cuales necesitan de un conglomerado masivo de consumidores sin más criterio que el consumismo, es decir, la falsa idea de que tener más equivale a ser más. Es esta lógica la que lleva no sólo al desastre ecológico y a las crisis de sobreproducción, sino también al atontamiento masivo que –al someter el tiempo libre y las posibilidades cognitivas de los seres pensantes al dominio de la publicidad y el mercadeo– impide a la humanidad tomar conciencia crítica de su situación concreta.
Lafargue no propuso sueños de opio como el flojo dolce far niente. Lo que sí formuló fue una racionalidad económica que el capitalismo no ha estado dispuesto a situar en su lógica de ampliar márgenes de lucro sin que importen las consecuencias. Su alegato parte de la lectura de lo que su suegro dijo sobre el tiempo libre, y de una interpretación suya de lo mismo para abordar particularidades del sistema que le interesaron. Por ejemplo la función enajenadora del trabajo y el consumo compulsivos como ejes de la lógica de reproducción del capital, mismos que generan el costo espiritual que la humanidad paga por consumir cosas inútiles reduciendo su ya exiguo tiempo libre.
Ante la crisis capitalista que arruina al mundo desde el 2008, el texto de Lafargue es profético. Pues hoy es más evidente que nunca que –según el ideario liberal clásico– es forzoso el control del Estado sobre el mercado mediante la garantía de la igualdad de oportunidades, la libre competencia y el control de monopolios, ya que sólo así se evitarían las crisis de sobreproducción y el consumismo compulsivo de absurdas consecuencias intelicidas, las cuales se pueden atestiguar en la lectura light que la derecha hace de los prólogos de las obras clásicas del marxismo, mismas que no puede llegar a comprender por su densidad conceptual. Y ojo con esto, pues si un cándido derechista cristiano que hojeando a Lafargue se percatara de que el consumismo voraz no es bueno y lo dijera, podría ser linchado por los suyos como hereje, ya que este consumismo es la base sagrada de la lógica de reproducción del capital.
Así como lo anunciaran a sus amistades, Paul y Laura –de 69 y 66 años de edad respectivamente– se suicidaron juntos para evitar los torvos achaques de la vejez.
(*) Escritor guatemalteco
GUATEMALA - En su breve libro El derecho a la pereza, Paul Lafargue, esposo de Laura Marx, segunda hija de Karl (del mismo apellido), teorizó en torno a la “ética del trabajo” mediante la cual el capitalismo manipula a los trabajadores enseñándoles que laborar es un valor respetable y apetecible, pero sin explicarles que su práctica bajo condiciones capitalistas implica que más de dos terceras partes de lo que producen durante la jornada laboral va a parar al bolsillo del dueño del negocio; tampoco, que su salario (el precio de la reproducción de su fuerza de trabajo) es pagada por el mismo trabajador en las primera horas de la aludida jornada. De aquí que no puedan existir “salarios justos”. Si son salarios, deben por fuerza ser injustos pues de lo contrario no habría margen de lucro para el propietario del negocio. Así funciona el sistema. Y punto.
El derecho a la pereza es un alegato contra el trabajo enajenado, ese que Marx había definido como actividad que no contribuye a la realización humana de quien lo ejerce porque se trata de una acción hecha para otros. Y también en contra de la producción de mercancías inútiles, las cuales necesitan de un conglomerado masivo de consumidores sin más criterio que el consumismo, es decir, la falsa idea de que tener más equivale a ser más. Es esta lógica la que lleva no sólo al desastre ecológico y a las crisis de sobreproducción, sino también al atontamiento masivo que –al someter el tiempo libre y las posibilidades cognitivas de los seres pensantes al dominio de la publicidad y el mercadeo– impide a la humanidad tomar conciencia crítica de su situación concreta.
Lafargue no propuso sueños de opio como el flojo dolce far niente. Lo que sí formuló fue una racionalidad económica que el capitalismo no ha estado dispuesto a situar en su lógica de ampliar márgenes de lucro sin que importen las consecuencias. Su alegato parte de la lectura de lo que su suegro dijo sobre el tiempo libre, y de una interpretación suya de lo mismo para abordar particularidades del sistema que le interesaron. Por ejemplo la función enajenadora del trabajo y el consumo compulsivos como ejes de la lógica de reproducción del capital, mismos que generan el costo espiritual que la humanidad paga por consumir cosas inútiles reduciendo su ya exiguo tiempo libre.
Ante la crisis capitalista que arruina al mundo desde el 2008, el texto de Lafargue es profético. Pues hoy es más evidente que nunca que –según el ideario liberal clásico– es forzoso el control del Estado sobre el mercado mediante la garantía de la igualdad de oportunidades, la libre competencia y el control de monopolios, ya que sólo así se evitarían las crisis de sobreproducción y el consumismo compulsivo de absurdas consecuencias intelicidas, las cuales se pueden atestiguar en la lectura light que la derecha hace de los prólogos de las obras clásicas del marxismo, mismas que no puede llegar a comprender por su densidad conceptual. Y ojo con esto, pues si un cándido derechista cristiano que hojeando a Lafargue se percatara de que el consumismo voraz no es bueno y lo dijera, podría ser linchado por los suyos como hereje, ya que este consumismo es la base sagrada de la lógica de reproducción del capital.
Así como lo anunciaran a sus amistades, Paul y Laura –de 69 y 66 años de edad respectivamente– se suicidaron juntos para evitar los torvos achaques de la vejez.
(*) Escritor guatemalteco
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