De las madres de migrantes y madres migrantes mexicanas recibí una carta que compartiré parcialmente en esta columna, solo un día después de haberse celebrado allá y aquí otro “Día de la Madre”. Mientras millones de “reinas del hogar” fueron celebradas ayer con licuadoras, perfumes y flores, estas madres que migraron o vieron partir a sus hijas e hijos, se pronunciaron, como lo hacen año tras año, con el propósito de ser escuchadas por los Estados de origen, tránsito o destino.
Carolina Escobar Sarti
Para ellas, ese día no es de júbilo. Ellas extrañan, viven la incertidumbre y el desarraigo, y están lejos de sus hijas e hijos. Si son ellas quienes se han quedado en el país de origen y la separación ha sido prolongada, muchas relaciones se deterioran, por lo cual solicitan de los Estados apoyo a prácticas que fomenten la convivencia transnacional y permitan visitas a familiares en el país de destino, por medio de programas culturales y vínculos con las comunidades adonde llegan sus hijas e hijos.
Si son las madres las que han migrado, dejando atrás hijas e hijos, es casi matemático que vivan su decisión con mucha culpabilidad. A pesar de ir tras el dinero que servirá para mejorar la situación de sus familias y de ellas mismas, para pagar la educación o la salud de hijas e hijos o para dejar atrás la violencia intrafamiliar, son ellas las que padecen la culpa por la carga cultural que conlleva el estereotipo de la madre y sus roles asociados. El porcentaje de mujeres mexicanas que migran hacia Estados Unidos ha crecido muchísimo desde 1960, y aunque la mayoría va con la esperanza de estar por un tiempo no mayor a tres años, termina siendo casi siempre bastante más.
En el caso de que sean madres intentando viajar con sus hijas e hijos, no solo asumen los grandes desafíos de migrar en esas condiciones, sino “los altos costos de traficantes-coyotes o el riesgo de separarse durante el viaje, por cruzar por rutas diferentes. (….) Pero el precio más caro es la pérdida de una hija e hijo, ya que en algunas ocasiones el coyote separa a las y los niños al momento de cruzar” y, en esas condiciones de alta vulnerabilidad, son presa fácil para los tratantes y traficantes de personas.
Están también las “madres migrantes que durante una situación de detención en Estados Unidos pierdan contacto con sus hijas o hijos. Si el Estado obtiene la custodia, el proceso de reunificación familiar en Estados Unidos o México puede ser tardado y burocrático. Entre el 2010 y el 2012, Estados Unidos deportó a 204 mil 810 madres y padres de niñas y niños estadounidenses. Esta cifra no incluye a las madres y padres que dejaron atrás a sus hijas e hijos migrantes con o sin documentación migratoria. Las deportaciones de personas con mucho arraigo en el país vecino ha agudizado la situación de separación familiar”.
Finalmente, están aquellas que han perdido contacto con sus hijas e hijos cuando estos van de camino. Muchas los han buscado por años y muchas han vivido la indiferencia y el silencio de las autoridades de los países involucrados. Por ello, en la última década se han incrementado las “caravanas de madres” y grupos de familiares de migrantes desaparecidos, principalmente procedentes de Centroamérica. Ayer, estas madres marcharon en México para exigir respuestas a las autoridades de aquel país.
“Ante estas realidades”, dicen, “las madres necesitamos compromisos, por parte de los gobiernos, para crear políticas públicas que apoyen a las familias y les garanticen los recursos necesarios para ofrecer a sus hijas e hijos una vida digna y mejores oportunidades educativas, de salud, económicas y emocionales. Necesitamos información y soluciones ante las prácticas y políticas migratorias de la región, que han separado a nuestras familias, que han dejado que el día de las madres se convierta en un día simbólico para la exigencia de estos derechos, más allá del perfume y las rosas”.
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