Entrevista con Gaspar Romero, hermano menor de Monseñor Óscar Arnulfo Romero.
Por Miriam García
SAN SALVADOR-Gaspar Romero es uno de los hermanos más jóvenes de la familia Romero-Galdámez. Vive en una colonia tranquila de Antiguo Cuscatlán. Allí, en una amplia casa, Gaspar no está sólo. Junto a él vive el recuerdo de uno de los salvadoreños más universales, Monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez, su hermano mayor.
El recuerdo que Gaspar tiene de su hermano no es el mismo que comparten muchos salvadoreños. Para él, fue más que el sacerdote ejemplar que llevó su vocación hasta las mayores consecuencias. Gaspar lo recuerda como su hermano más cercano, alguien sumamente generoso y, sobre todo, como un hombre “fuera de serie”.
Cada año que se acerca la conmemoración del martirio de Monseñor Romero, Gaspar comenta que su agenda se llena. Lo llaman para conferencias, para participar en Charlas. Ha estado en escuelas, en cine foros nacionales y la sed de conocer acerca de la vida de su hermano ha hecho que haya sido convocado, inclusive, por la reina Isabel II de Inglaterra.
Esta anécdota que comenta sucedió cuando él se enteró por un periódico que en la abadía de Westminster, en Inglaterra, colocaron una imagen de Monseñor Romero. Ante el hecho, se alegró mucho, y escribió a la abadía agradeciendo el gesto, como hermano de Monseñor. El resultado fue que la misma reina le invitó a presentarse a la ceremonia de inauguración de la imagen, en el año 2005. Toda una experiencia.
Pero, lejos de cualquier vanidad, Gaspar está sinceramente agradecido con Dios por ser el hermano de Monseñor Romero. Aunque 12 años lo separaban en vida de la edad de su hermano (cuando Gaspar cumplía su primer año, su hermano ingresó al seminario), con el tiempo se hicieron más cercanos. De hecho, comenta que Óscar le dijo, cuando las calumnias y las amenazas arreciaron sobre él, que sería el primero en enterarse de su muerte. Y así fue.
“El presidente me llamó y me dijo ‘a su hermano lo han herido’ y yo salí corriendo para el hospital. Cuando llegué había muy poca gente, y fui el primero en verlo, pero ya estaba muerto” comenta, recordando momentos del fatídico lunes 24 de marzo de 1980, cuando Monseñor Romero fue abatido por un disparo, mientras celebraba misa en la capilla del hospital Divina Providencia.
“La bala –continúa comentando Gaspar– entró por aquí –y se toca la parte izquierda del abdomen, debajo de los pulmones– y salió por acá –señalando el derecho, cerca del centro del pecho”.
Actualmente, la figura de Monseñor Romero es interpretada desde una gran cantidad de puntos de vista. Una de las “distorsiones” que esta figura tiene es la de la politización. Hay quienes creen que Monseñor Romero es una figura que representaba un sector político, a lo que Gaspar responde con un rotundo “No”.
“Él no era político. No era ni de la izquierda, ni de la derecha y su preferencia eran los pobres”. Lo recuerda como alguien que intercedía, en los convulsos años finales de la década de los 70; que intervenía por la vida de los capturados por ambos bandos. Muchas veces conseguía devolver a las familias a los capturados, y otra no.
En medio de reconocimientos dados a su hermano, algunos “post-mortem” (pinturas donde se ve a Monseñor Romero sonriendo, junto al pueblo, y afiches de conmemoraciones pasadas) Gaspar saca poco a poco las mejores anécdotas de la generosidad de su hermano, que no tenía límites.
Comenta que los obsequios que le hacían llegar, muchas veces personas de posiciones acomodadas, los pasaba a los más necesitados: zapatos nuevos para el jardinero, una enorme refrigeradora para un hogar de ancianos, y un rancho en el lago de “Apulo” que él (Monseñor) pensaba compartir con seminaristas y miembros de comunidades. Al final esta fue la razón por la que no le prestaron la casa de veraneo a Monseñor, comenta su hermano entre risas.
“Lo que nosotros queremos es que se sepa la verdad. Quién fue, cómo fue. Que no le agreguen ni le quiten”, comenta al respecto del recuerdo de Monseñor. Gaspar tiene bien presente el asesinato de su hermano, que actualmente es un crimen más que se ha quedado impune, a merced de la ley de Amnistía, que no ha permitido que la justicia salvadoreña resuelva graves crímenes contra los derechos humanos.
A 33 años del asesinato de Monseñor Romero, todavía no hay castigos penales para los responsables materiales e intelectuales. La Comisión de la Verdad, formada luego de los Acuerdos de Paz, firmados en 1992, con lo que se dió fin a la guerra civil de El Salvador; investigó el caso Romero y lanzó los nombres de los responsables, entre los que figura el político Roberto D’Aubuisson, fundador del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), quien, sin embargo, negó hasta su muerte su participación en el hecho.
En medio de esto, Gaspar reflexiona sobre el trabajo de su hermano, y sabe que aún falta para que El Salvador sea el país unido por el que intercedía su hermano. Confía en que los procesos de su canonización serán pronto, pero todo con una humildad profunda.
Su teléfono suena, repentinamente. “Siempre estoy ocupado para esta época” comenta, disculpándose por el teléfono, que irrumpe cuando la entrevista ha terminado. Es un sacerdote que le invita a una charla en una escuela; otro día, anuncian su presencia en un cine foro. “Si pasáramos hablando de él (Monseñor) nos tardaríamos más de un día” dice, sonriente.
Para este sencillo hombre, no hubo mayor bendición para El Salvador que Monseñor Romero, ni mayor felicidad que haber sido su hermano.
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