Carolina Escobar Sarti
Acudí al artículo “Más cumbres y menos memoria”, que escribiera el 25 de abril del año 2009 en este mismo espacio, alusivo a la V Cumbre de las Américas celebrada por aquellos días en Trinidad y Tobago, considerada por muchos como la crónica de un fracaso. Quería buscar algo significativo que conectara aquel evento con la reciente Cumbre realizada en Cartagena de Indias. En principio, me pareció que el tema Cuba era la primera señal de movimiento entre tanto espectáculo. En la cumbre anterior, un anodino Insulza declaró que Fidel Castro
seguía siendo la oveja negra que no debía ser invitada a esos espacios exclusivos para privilegiados, y varios de los presidentes allí presentes, que antes habían pedido a EE. UU. retirar el bloqueo a Cuba o habían, incluso, pasado a abrazar a Castro a la isla, asintieron con un gesto cómplice. Esta vez, Rafael Correa fue el primero en excusarse de asistir a la Cumbre por la ausencia de Cuba, y el presidente anfitrión, Juan Manuel Santos anunció, desde el inicio, que no sería posible otra Cumbre sin Cuba. Esto fue apoyado por la casi totalidad de mandatarios presentes. No interesa tanto que Cuba entre o no a esos espacios; lo que interesa es el recambio de visión y acción en la región.
Un segundo punto que me parece dialogar con el primero fue el tema Malvinas, reclamo más que legítimo del gobierno argentino, al cual EE. UU. y Canadá se opusieron rotundamente por razones de compadrazgo histórico. Y un tercero es la despenalización de las drogas, tema pendiente desde hace décadas, que le valió al presidente guatemalteco el mote de “presidente incómodo de la Cumbre” por haberlo propuesto. Todo apunta a que el espíritu a partir del cual el gobierno de EE. UU. fundó la Alianza para el Progreso en los años 60 puede ser el mismo para EE. UU., pero no para muchos países latinoamericanos que ya no se arrodillan con la misma ligereza. Eso es mover el centro de lugar.
Según Derrida, todo el pensamiento occidental se basa en un centro, en un motor inmóvil, un dios, una presencia, una verdad que garantiza todo significado y excluye o margina a otros. La deconstrucción, por eso, es un pensamiento que se opone al logocentrismo occidental, centrado en oposiciones binarias a las cuales la deconstrucción intenta cuestionar y derrumbar. Veo, de una Cumbre a otra, un gesto antiestructuralista que manda deshacer, descomponer, des-sedimentar estructuras, para hablar en clave derridiana.
Sin embargo, para que esto sea real, falta sumar las voces de las sociedades latinoamericanas que estuvieron representadas en una Cumbre paralela, al margen de todos los espacios mediáticos y político-hegemónicos. Para que ya no sea el centro (ergon), el lugar desde donde se decidan la vida y la muerte, hay que permitir que desde los bordes (parergons) se dé respuesta a nuevas miradas que relativicen el centro y terminen, por qué no, impregnándolo. En un contexto mundial cada vez más complejo e inseguro, es paradójico que la seguridad no haya estado en el centro del avispero. Esta Cumbre, en cambio, dejó un sabor a Más América Latina.
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