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viernes, 13 de noviembre de 2009


Los otros muros

ANNE MARIE MERGIER

Veinte años después de la caída del Muro de Berlín –cuyo aniversario se celebra este lunes 9–, el sueño de un mundo sin barreras dista de alcanzarse: una decena de vallas se levantan en todo el planeta para separar pueblos enteros en función de intereses geopolíticos y económicos. Los muros entre Estados Unidos y México, Israel y Cisjordania, Corea del norte y Corea del sur, e India y Paquistán, así como los que se extienden en los enclaves españoles de Ceuta y Melilla en territorio de Marruecos, y entre las comunidades turcas y griegas en la isla de Chipre, son quizá los más conocidos. Pero existen otros igualmente absurdos y trágicos...

PARÍS.- El de Berlín fue el más emblemático de todos los muros construidos para separar a los seres humanos. En la euforia de su caída, el 9 de noviembre de 1989, surgió el sueño de un mundo sin barreras. Veinte años después, ese sueño es más utópico que nunca: no sólo crecen y se fortalecen los muros que ya existían antes del de Berlín, sino que han aparecido otros en diversas partes del mundo.

En los últimos seis años, según el geógrafo francés Michel Foucher, tan sólo en Europa y Asia Central se erigieron muros y barreras a lo largo de 26 mil kilómetros.

En realidad, se levantan muros en todos los continentes: son de concreto o piedra; algunos tienen vallas metálicas y telarañas de alambre de púas electrificadas.

Su construcción cuesta fortunas: el gobierno israelí desembolsa 2 millones de dólares por cada kilómetro de “la barda de seguridad” que separa a su país de los territorios palestinos; Washington tendrá que gastar un total de 8 mil millones de dólares para concluir su “barrera antiinmigrantes” entre Estados Unidos y México.

Tampoco se ahorran medios para vigilarlos: sus alrededores están plagados de minas antipersonales, detectores de movimientos y sensores de temperatura. Proyectores, radares, miradores, sofisticados sistemas electrónicos, soldados, perros y patrullas especializadas, los tienen en la mira las 24 horas del día. Por ejemplo, un millón 100 mil soldados montan guardia a lo largo del muro de 241 kilómetros que separa las dos partes de Corea: 700 mil pertenecen al ejército de Corea del norte y 410 mil al de Corea del sur.

Desde 2003, Botswana se empeña en concluir la construcción de una muralla electrificada de 500 kilómetros para aislarse de Zimbabwe, en África austral. En 2006, Arabia Saudita lanzó una iniciativa similar para erigir una barda de mil 500 kilómetros a lo largo de su frontera con Yemen, para protegerse contra “los traficantes de armas, terroristas y trabajadores clandestinos”, y empezó a hacer lo mismo en su frontera con Irak. Mientras tanto, la India sigue levantando alambradas a lo largo de los 4 mil kilómetros que la separan de Bangladesh…
En Bagdad, la Zona Verde que alberga a las sedes diplomáticas y las instalaciones gubernamentales iraquíes está totalmente cercada por muros y soldados armados hasta los dientes. Las cercas y los muros que dividían las zonas protestantes y católicas de Belfast, capital de Irlanda del Norte, aún no son desmantelados, a pesar de los acuerdos de paz firmados entre ambas comunidades en abril de 1998.

Resulta inacabable la lista de todas las barreras que se erigen año tras año en el mundo, reconocen Alexandra Novosseloff y Frank Neisse, dos expertos franceses, autores de Muros entre los hombres, una recopilación de reportajes que realizaron sobre ocho muros, unos altamente simbólicos, como el que separa a Estados Unidos de México o “la barda de seguridad” israelí, que aísla cada vez más a los palestinos; otros son injustamente olvidados, como el Berm, una muralla de arena y alambres de púas de 2 mil kilómetros construida por Marruecos y que divide en dos el territorio de Sahara Occidental, revindicado como suyo por Rabat.

La última frontera

El más antiguo de los “muros” visitados por Novosseloff y Neisse es el que separa a las dos Coreas. Se trata en realidad de una zona desmilitarizada de cuatro kilómetros de ancho y 241 kilómetros de largo cercada por dos líneas paralelas de altísimas bardas de alambres de púas. Es la última frontera heredada de la Guerra Fría.

Los investigadores franceses resumen su historia: en 1910, Corea fue colonizada por Japón, el cual fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial. En 1945, Corea sufrió el mismo destino que Alemania. El país fue dividido en dos zonas de ocupación: una soviética en el norte, la estadunidense en el sur; el paralelo 38 marcó la línea fronteriza entre ambas.

En 1948 se creó la República de Corea, en el sur, y la República Popular Democrática de Corea, en el norte. El 24 junio de 1950, Corea del norte lanzó una ofensiva militar para reunificar el país. Fue el inicio de una guerra en la cual las fuerzas estadunidenses y de la ONU apoyaron a Corea del sur, mientras que las de China, asesoradas militarmente por la URSS, combatieron al lado del ejército de Corea del norte. El conflicto duro tres años y fue uno de los episodios más tensos de la Guerra Fría.

El 27 de julio de 1953, las dos Coreas firmaron un armisticio que oficializó la frontera que serpentea alrededor del paralelo 38. Es la más militarizada del mundo, vigilada por más de 1 millón de soldados de ambos lados.

Durante 56 años de aislamiento absoluto, esa larguísima franja de territorio inhabitable para los seres humanos se convirtió en paraíso para múltiples especies animales, muchas en vías de desaparición: acoge a 20 mil aves migratorias, osos negros de Asia, linces euroasiáticos y tigres coreanos, los más raros del planeta.

Seúl estima que 6 mil norcoreanos lograron fugarse de su país para instalarse en Corea del sur. Novosseloff y Niesse explican que viven en condiciones difíciles, en conflicto permanente por el contraste entre el sistema dictatorial oscurantista de Corea del norte y el capitalismo desenfrenado de Corea del sur.

Desde 1990, Seúl y Pyongyang sostienen pláticas “amistosas” con vistas a una eventual reunificación; incluso autorizan con discreción encuentros de familias separadas por la división del país. En 2007 se inauguró una línea de ferrocarril para unir a los dos territorios, cuyo tráfico es bastante limitado e inaccesible para los extranjeros.

Más allá de la retórica oficial de los dos gobiernos, la reunificación del país plantea graves problemas. El régimen de Corea del norte no la desea porque no sobrevivirá si abre su frontera. El gobierno de Corea del sur teme también por su sobrevivencia, pues sabe que le tocará asumir todo el costo de esa reunificación que podría alcanzar mil millones de dólares. Su economía no resistiría semejante gasto.

La línea verde

El “muro” que corta en dos a la isla de Chipre y su capital, Nicosia, mide 180 kilómetros de largo y, según las zonas, puede tener entre siete y 20 kilómetros de ancho. No está hecho de concreto, sino de alambres de púas, bolsas de arena y barriles metálicos oxidados.

El 16 de agosto de 1960, la ONU reconoció la independencia de esa excolonia británica ubicada en el mar mediterráneo y poblada por comunidades griegas y turcas. Naciones Unidas intentó preservar un equilibrio entre ambos grupos y los convenció de que el presidente debía ser griego, mientras que el vicepresidente debe ser turco.

Pasaron tres años, en que se multiplicaron incidentes entre las dos comunidades. El 21 de diciembre de 1963 hubo enfrentamientos violentos que se iniciaron en Nicosia y se extendieron a toda la isla. Intervinieron soldados británicos y luego Cascos Azules enviados por la ONU. Griegos y turcos se replegaron cada cual en una parte de la isla y vivieron en un clima de Guerra Fría hasta 1974, año en que la dictadura militar griega derrocó al presidente de Chipre, el obispo ortodoxo Michail Makarios, acusándolo de apoyar a sus opositores. La reacción de Ankara no se hizo esperar: sus tropas invadieron la isla para proteger a la comunidad turca.

Le costó bastante esfuerzo al Consejo de Seguridad de la ONU sentar a los contrincantes a la mesa de negociaciones.

Finalmente, el 16 de agosto de 1974 Turquía aceptó firmar un cese al fuego. La isla quedó oficialmente dividida en dos a lo largo del paralelo 35. El 13 de febrero de 1975, la comunidad turca de Chipre anunció la creación del Estado turco-chipriota, que se convirtió en República Turca de Chipre del Norte (RTCN) el 15 de noviembre de 1983.

La RTCN sólo es reconocida por Turquía y Azerbaiyán. La ONU la considera una aberración y sostiene relaciones exclusivamente con la Republica de Chipre (Griega). Esta última se integró a la Unión Europea en 2004.

Desde 2003 se abrieron varios puntos de cruce en la valla conocida como Línea Verde que separa las dos partes de la isla, pero pocos chipriotas los aprovechan, según observaron Novosseloff y Neisse. Las estadísticas son elocuentes: en los últimos seis años, sólo 50% de los habitantes de la República de Chipre visitaron la otra parte de la isla. De acuerdo con los sondeos de opinión, la mitad de los grecochipriotas griegos no aspira a la reunificación de la isla y 80% de ellos son jóvenes.

No se tienen datos precisos sobre el sentir de los turcochipriotas, pero todo parece indicar que tampoco sueñan con una reunificación. Sólo se sabe que, desde 2003, unos 10 mil de ellos cruzan diariamente la frontera para trabajar como albañiles en la parte griega de la isla, donde se sienten despreciados.

Desde hace 35 años la ONU se encarga de vigilar el “muro” chipriota. Dispone de 850 soldados, 60 policías, 30 funcionarios internacionales y un centenar de empleados locales para cumplir esa misión, financiada por Grecia y la República de Chipre.

Puertas cerradas

Otras barreras se levantaron en los últimos años para “proteger” a Europa. Las más trágicas son las inmensas rejas que separan los enclaves españoles de Melilla y Ceuta, en territorio marroquí.

Ambas están integradas por una triple línea de vallas metálicas de seis metros de altura, 12 kilómetros de largo en Melilla y ocho kilómetros en Ceuta. Están custodiadas por la guardia civil española y el ejército marroquí, que cuentan con un arsenal de cámaras y sensores para detectar la presencia de inmigrantes ilegales.

Melilla mide 12.3 kilómetros cuadrados y Ceuta 19. La primera “pertenece” a España desde 1497 y la segunda desde 1668. Las dos hacen soñar a una multitud de africanos en busca de trabajo. Son “puertas” para entrar a Europa. En 1995 fue tan fuerte el flujo de migrantes hacia los dos enclaves, que España empezó a construir vallas.

En 2005, Ceuta y Melilla acapararon la atención de los medios masivos de comunicación internacionales, cuando cientos de migrantes tomaron por asalto el patético muro. Sus únicas armas eran escaleras de madera rudimentarias y su férrea voluntad de cambiar su destino. Diez de ellos cayeron, víctimas de las balas, mientras que otras decenas resultaron heridas. Muchos lograron su cometido: penetrar en ese minúsculo espacio europeo.

Desde esos terribles acontecimientos, España y Marruecos reforzaron aún más su vigilancia, y hasta la fecha las cercas son infranqueables. En 2004 se registraron 55 mil intentos de brincarlas; en 2005 se redujeron a 12 mil.

Pero eso no significa que se haya interrumpido el flujo desesperado de migrantes. Éstos toman cada vez más riesgos: se lanzan en alta mar a bordo de embarcaciones precarias con el propósito de llegar a las Islas Canarias o a territorio continental español. Otros van hasta Libia para atravesar el mar Mediterráneo y llegar a las islas de Malta o de Lampedusa.
Zona de control

El “muro” que separa a la India de Paquistán, en la muy conflictiva región de Cachemira, comenzó a levantarse en 2002. Esa valla de 550 kilómetros, que cuenta con tres hileras de alambres de púas electrificadas de 3.5 metros de altura, parte en dos a Cachemira: la región de sureste es controlada por la India; la del noroeste, por Paquistán.

La peligrosa rivalidad entre la India y Pakistán –países que cuentan con armas nucleares– se remonta a la división que en 1947 realizó el imperio británico sobre las Indias. Y su disputa por Cachemira parece inacabable: moviliza a 30 mil soldados paquistaníes concentrados en Azad Cachemira, y 450 mil soldados indios en pie de guerra en Jammu y Cachemira.

Explican Novosseloff y Neisse: “El valle de Cachemira es una gigantesca reserva de agua que irriga toda la cuenca del río Indus. Es un verdadero cruce entre el mundo indo-paquistaní, Afganistán, Asia Central y China. Fue comprado a Inglaterra en 1846 por el maharajá Gulab Singh, quien siguió reconociendo la soberanía británica sobre “su” territorio. En 1947, Londres explicó a Hari Singh, descendiente de Gulab, que su país tenía que integrarse a la India o a Paquistán.

El maharajá escogió una tercera opción: convertir a Cachemira en reino independiente. Londres aceptó, pero dicha independencia sólo duró 73 días. De inmediato empezaron los conflictos que siguen enlutando a ese país. En octubre de 1947, miles de soldados paquistaníes invadieron Cachemira. Hari Singh se unió a la India a cambio de apoyo militar para resistir a Paquistán. Los soldados indios intervinieron a su vez en Cachemira. Explotó la guerra. La ONU impuso un cese al fuego en 1949, pero Cachemira quedó dividida en dos.

En 1972, India y Paquistán firmaron un acuerdo para definir la frontera entre ambas partes, que llamaron Línea de Control. Pero a partir de los noventa volvió la tensión debido a la infiltración de yihadistas paquistaníes en Jammu y Cachemira. En 2002, India inició la construcción de una inmensa “valla de protección” que acabó en 2003, justo después de haber firmado un nuevo cese al fuego con Paquistán.

La Línea de Control es quizás el “muro” más extravagante del mundo, ya que cruza el Himalaya a 5 mil metros de altura y trepa hasta 6 mil 827 metros en los montes de Saltoro. Sólo cubre 550 kilómetros de los 740 que separan las dos partes de Cachemira. Los 190 kilómetros restantes son tan inaccesibles que no permitieron acabar la obra.
A raíz del terremoto de 2005, que causó estragos en Azad Cachemira (controlado por Paquistán) y costó la vida a 75 mil personas, bajaron mucho las tensiones en la Línea de Control, pero no se vislumbra solución alguna a ese conflicto que lleva ya medio siglo. Los expertos de la ONU piensan que la mejor solución sería otorgar una amplia autonomía de esa región de 13 millones de habitantes, aunque por el momento la India y Paquistán se aferran a sus reivindicaciones territoriales.
Muro de la vergüenza
Israel también decidió levantar una “valla de seguridad”, conocida como “barrera antiterrorista”, para apartarse de Cisjordania. Los palestinos hablan del “muro de la vergüenza” o “muro del apartheid”. Su construcción empezó en octubre de 2003.
La aparición de ese “muro” sigue causando escándalo en el todo el mundo. La Corte Internacional de Justicia de La Haya lo condenó por violar los derechos más elementales de los palestinos y la ONU insiste en que debe desmantelarse.
El repudio internacional no parece detener al gobierno israelí que repite en Cisjordania lo que ya había hecho en Gaza a finales de ochenta: esta franja de 360 kilómetros cuadrados que cuenta con 1 millón y medio de habitantes lleva dos décadas totalmente cercada por vallas metálicas y muros; su perímetro terrestre y marítimo está bajo estricta vigilancia del ejército israelí. Gaza se convirtió en la cárcel a cielo abierto más grande del planeta.
Una vez acabada, la “barrera de seguridad” de Cisjordania se desplegará a lo largo de 790 kilómetros. Hay tramos en que la construcción es de concreto, a la manera del antiguo Muro de Berlín, sólo que las bardas son más altas y alcanzan hasta 9 metros; en otros, sólo hay cercas metálicas. La prensa israelí afirma que el gobierno de Tel Aviv ha gastado mil 727 millones de euros en esa obra.
Lejos de seguir la Línea Verde (la frontera entre Israel y Cisjordania establecida por los británicos en 1949), el “muro” penetra con frecuencia en Cisjordania, reduce cada vez más el espacio vital de los palestinos e impide cualquier continuidad territorial para su futuro Estado.
El trazado inicial de esa verja preveía la anexión de facto de 20% de Cisjordania. La presión internacional ha logrado frenar un poco las ambiciones israelíes, pero aun así el muro y los espacios de seguridad que lo rodean ocupan ya 4.5% de los territorios palestinos.
Para su edificación, cientos de viviendas palestinas fueron arrasadas, lo mismo que miles de frutales y olivos. La barda corta pueblos en dos e impide que niños y jóvenes asistan a sus escuelas, que los enfermos acudan al hospital, que los campesinos cultiven sus tierras, que las familias se visiten.
El “muro” cortó todos los lazos entre Jerusalén oriental y el resto de Cisjordania. En 1949, los palestinos disponían de seis kilómetros cuadrados en Jerusalén oriental y de 64 kilómetros cuadrados en sus alrededores. Hoy, 200 mil judíos colonizaron ya gran parte de ese espacio.
Las consecuencias económicas y sociales de la construcción de esa barrera de seguridad son desastrosas: en Jerusalén, 67% de las familias palestinas viven por debajo del umbral de pobreza, mientras que 40% de los palestinos en edad productiva están desempleados en Cisjordania.
Los expertos coinciden: el muro no acabará con las seis décadas de violencia entre israelíes y palestinos. Eso lo sabe muy bien el gobierno de Tel Aviv. Por eso quiere ganar tiempo.

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