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miércoles, 1 de agosto de 2012

De la primavera árabe al verano islámico: en medio de la emergente tripolaridad global (EU, Rusia y China)

Bajo la Lupa
Alfredo Jalife-Rahme
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El presidente sirio, Bashar Assad, y su ex ministro de Defensa, Dawoud Rajha (derecha), durante una ceremonia por el aniversario de la guerra árabe-israelíFoto Reuters/Sana
 
La pésimamente bautizada primavera árabe por los multimedia propagandísticos occidentaloides –que denominé La revolución del jazmín (Ver mi libro: Las revoluciones árabes en curso: el detonador alimentario global, 2011, ed. Orfila)– se ha metamorfoseado en el verano islámico, poco más de un año después, con el irresistible ascenso de la triada sunnita: 1) Hermanos Musulmanes (apoyados por Estados Unidos, Gran Bretaña y la OTAN, que incluye a Turquía), 2) salafistas –integristas coránicos, apoyados por Arabia Saudita y Qatar, miembros prominentes de las seis petromonarquías árabes del Golfo Pérsico–, y 3) Al Qaeda, presuntamente apuntalada por la CIA/Al-CIA (ver Bajo la Lupa, 29/7/12).
 
En la conclusión de mi libro preví, con rigor (24/10/11), la caída de las repúblicas tiránicas, la consolidación de las petromonarquías, la eclosión del sectarismo, el auge de los Hermanos Musulmanes y el acecho de Al Qaeda/salafistas, escenario que se abate con todo su furor en Egipto, Siria, Irak y Bahrein.

El predominio sunita es avasallante: prácticamente 85 por ciento, tanto en la Organización de la Cooperación Islámica (OIC, por sus siglas en inglés), de 57 países, como en la Liga Árabe, de 22 países, sin contar la RASD (también sunita), que reconoce la Unión Africana. En ambos, la OIC y la Liga Árabe, el chiísmo, tanto árabe como no árabe, oscila minoritariamente entre 10 y 15 por ciento, con excepciones fulgurantes, donde goza de amplia mayoría en países árabes (Bahrein, Irak y Líbano) y no árabes: la persa Irán. En Yemen se da prácticamente un empate técnico entre sunitas y chiítas.
A mi juicio, como destacan al unísono otros geopolitólogos, detrás de la guerra civil en Siria se encontraría el objetivo primordial de golpear a Irán y librar una guerra de baja intensidad de EU, GB y OTAN contra Rusia y China (ver Bajo la Lupa: Fase pos Bashar: guerra de baja intensidad de EU contra Irán, Rusia y China, 22 y 29/7/12).

Por lo pronto, en el verano islámico emergen vencedores, grosso modo, los Hermanos Musulmanes, y vuelven a perder los cristianos (Irak, Egipto y Siria), a punto de ser avasallados y/o expulsados de todo Medio Oriente.

Dígase lo que se diga, Estados Unidos avanza su proyecto regional con objetivo global, acoplado (por ahora) con Turquía: promover a los Hermanos Musulmanes en todo el mundo árabe para desestabilizar las importantes poblaciones islámicas del RIC (Rusia, India y China).

En forma decisiva, los Hermanos Musulmanes han obtenido la presidencia de Egipto, país paradigmático del mundo árabe: primera potencia militar y décima en el ranking mundial; 25 por ciento del total y su primera potencia cultural.

En forma ominosa, tanto en Siria como en Irak, Al Qaeda ha penetrado preponderantemente a los rebeldes sunitas (NYT, 30/7/12, y la Red Voltaire, 26/7/12), lo cual mancilla los legítimos reclamos de los contestatarios.

No se pueden soslayar las consecuencias globales y regionales de un probable colapso del régimen de Bashar Assad (apuntalado hasta donde resista por Rusia y China), cuya cabeza es exigida por EU, GB y la OTAN, al unísono de Turquía, Qatar y Arabia Saudita.

Con la caída del alawita Bashar, la teocracia jomeinista de Irán sufriría un severo golpe geopolítico, ya que el creciente chiíta –que va desde el occidente de Afganistán hasta la parte oriental del mar Mediterráneo– se vería fracturada en Siria: desconectada de Hezbolá (mayoría chiíta de Líbano) y Hamas (en Gaza, cuyo sunismo es muy cercano a los Hermanos Musulmanes de Egipto y Siria), así como de Irak (mayoría chiíta árabe y con óptimas relaciones con la persa Irán).

A mi juicio, desde la primavera árabe hasta su metamorfosis en el verano islámico se ha asentado y acentuado el nuevo orden tripolar global, de corte geoestratégico, que desplaza subrepticia y gradualmente el mortinato orden hexapolar, de corte economicista: taxonomía tanto de un servidor –BRIC (sin Sudáfrica) + EU + Unión Europea (UE)– como del geoestratega Zbigniew Brzezinski, quien coloca a Japón en lugar de Brasil.

Hoy, lamentablemente, la UE se ha desvanecido, tanto desde el punto de vista geoeconómico como geoestratégico, cuando los otros tres actores cupulares (Estados Unidos, Rusia y China) han eclipsado la emergencia de India y Brasil.

Rusia y China favorecen el orden mundial en transición de la unipolaridad a una multipolaridad que en realidad es tripartita (EU, Rusia y China): los tres supremos jugadores, cuando el G-20, como tal, padece catatonia y la eurozona se extingue a fuego lento, mientras Rusia y Alemania profundizan sus relaciones gaseras y tecnológicas.

Se trata de una tripolaridad geoestratégica más que multipolaridad, sin una guerra de por medio, que favorece la evolución de las caducas instituciones a nuevas por formarse: un G-20 todavía disfuncional; el BM donde existió acuerdo Estados Unidos-Rusia por la elección de un presidente estadunidense de origen sudcoreano; el FMI, corto de capitales, donde gradualmente China amplía su cada vez más valiosa participación.

En la cúpula de la tripolaridad geoestratégica existen muchos traslapes y acuerdos, pero también desacuerdos notables.

EU y Rusia no están peleados, como abultan las primitivas mentes maniqueas y lineales condicionadas, sino compiten por sus respectivas esferas de influencia cuando se acaba de gestar un acuerdo seminal por la explotación del superestratégico Ártico entre las petroleras rusas con ExxonMobil y la expulsión estruendosa de BP.

Sucede algo similar con China y sus altibajos sadomasoquistas con EU cuando la banca china acaba de ingresar a Estados Unidos por la puerta trasera y a Latinoamérica por el pórtico principal.

En el caso de Siria e Irán, se están delimitando las respectivas esferas de influencia de la tripolaridad geoestratégica, como se reflejó en la cumbre de Los Cabos entre Obama y Putin, donde quedó sellado el acuerdo sobre el régimen de transición sirio. Leáse: sueltan –para no decir, el acuerdo cupular tripolar geoestratégico con anuencia regional– a Bashar con maquillajes en el establishment sirio, que pasaría del binomio alawita-sunita al control depurado sunita con el ascenso del general Manaf Tlass, hipótesis que me atreví, primero en el mundo, a lanzar en CNN y en Proyecto 40, la cual está resultando viable para las partes antagónicas.

Muchas interpretaciones de corte occidentaloide se han quedado paralizadas en la nostalgia del caduco orden unipolar de Estados Unidos, que se está colapsando aceleradamente, como denotan los graves escándalos financieros a los dos lados del Atlántico norte.

A mi juicio, nos encontramos ante un nuevo orden tripolar geoestratégico que no se atreve a pronunciar su nombre: con el temor fundamental de Estados Unidos, que busca como sea contener a China. De ahí se desprende la gran inestabilidad mundial producto de las derrotas militares estadunidenses en el gran Medio Oriente y del doble ascenso de Rusia y China.

Como la teoría de juegos de Von Neuman, el orden tripolar es muy inestable por la presencia de tres jugadores cupulares cuando Estados Unidos pretende seducir tangencialmente a Rusia y se centra diáfanamente en contener a China a como dé lugar.

alfredojalife.com
@AlfredoJalife

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