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miércoles, 18 de julio de 2012

Solalinde el último siervo de la Teología de la Liberación

Hace más de una década conocí a Alejandro Solalinde, era yo un joven catequista tartamudo en la Parroquia de San Vicente Ferrer, que en ese entonces era la única parroquia en Juchitán. El obispo era Don Arturo Lona Reyes y la teología de la liberación permeaba en toda la diócesis. Con desconfianza vimos los jóvenes catequistas a aquel sacerdote de maneras delicadas, siempre pulcro en el vestir, con un pañuelito blanco en la mano con que se limpiaba el sudor en la frente y las comisuras de la boca. Decían que venía del norte y que provenía de una familia rica. Lo ligaban sin fundamento con los grupos opuestos a la opción preferencial por los pobres como los Carismáticos. Monseñor Lona sufría en ese tiempo los ataques de los altos jerarcas como el Nuncio Apostólico Girolamo Prigione y el Arzobispo de México.

Lo juzgamos mal por supuesto, habíamos visto a algunos sacerdotes que venían del norte escandalizarse porque imitando a Lona Reyes los sacerdotes en la Diócesis de Tehuantepec ignoraban o no le daban mucha importancia a la liturgia. El encargado de la liturgia en la Diócesis “el padre diablo” como le decíamos pasaba las de Caín cuando el padre obispo pasaba por alto algunos aspectos del ceremonial. A diferencia de las otras diócesis en donde se cumple al pie de la letra la liturgia, en donde visten sus ropajes dorados y un escuadrón de acólitos, sacerdotes, diáconos, monaguillos, cumplen rigurosamente con la celebración y tienen funciones detalladas en cada momento de la liturgia, el Obispo Lona parecía detestar tanto protocolo y había simplificado todo aquello. Lona había dado la espalda al altar para mirar al pueblo.

En lo personal no traté mucho al padre Solalinde, pero sin duda había llegado al Istmo interesado por la práctica de la Teología de la Liberación, la opción preferencial por los pobres. Su adaptación o adopción del servicio al más débil se refleja en la sencilla cruz de madera en su pecho. El mismo obispo Lona nunca lució una cruz de oro o plata como los demás obispos. Solalinde es uno de los pocos sacerdotes comprometidos realmente con el trabajo con los más desprotejidos y los despreciados de la sociedad. Ahora que el obispo es otro y muchos sacerdotes prefieren su cómodo puesto en una parroquia, viviendo cómodamente de las limosnas y los pagos de los servicios y que solo son adeptos a la Teología de la Liberación en la homilía pero no en la práctica, Solalinde nos demostró lo equivocados estábamos a juzgarlo solo por su apariencia.

Dejé la catequesis para emigrar de Juchitán y años después ya de regreso supe de Solalinde cuando empecé a trabajar como reportero. En una misa en una iglesia ubicada en la Colonia coceísta Gustavo Pineda, el sacerdote habría dicho en la homilía que bloquear una carretera era un pecado. Por supuesto la declaración del sacerdote tuvo opiniones encontradas. Resaltaba el hecho que lo dijera en una iglesia ubicada en una colonia popular y en presencia de los que seguramente alguna vez cerraron una carretera como manera de presión. Otro hubiera sido el sentido de lo declarado si lo hubiera dicho en una iglesia ubicado en la Riviera, seguramente los reunidos allí le hubieran dado la razón y hasta le hubieran aplaudido. Lo dicho por Solalinde hacía público que la Iglesia en el Istmo desde hacía mucho que había dejado de apoyar a la COCEI y sus prácticas. Era lejano el día cuando en una misa oficiada en la Parroquia de San Vicente Ferrer me parece que en memoria de Enedino Jiménez, cuando los líderes coceístas habían acudido a saludarlo el Obispo Lona había hecho un último intento por sacudirles la conciencia les había dicho que volvieran a unirse como antes. Este dicho por supuesto que lo desmintió Monseñor Lona cuando este reportero le inquirió sobre el suceso. Sin duda el viejo obispo que intercedió por aquellos líderes ante los gobiernos, exigiendo respeto a sus derechos humanos, que le valió que los priístas le fueran a quemar la diócesis, y dar de patadas la puerta del obispado, todavía mantenía cierta fe en aquellos dirigentes ya echados a perder, el obispo tenía cerrada la nariz ante tanta porquería.

Desde esa declaración que apareció como nota en el periódico, Solalinde siempre ha sido controversial y sus opiniones han sido tomadas bien por unos y criticadas por otros. En esta misión cristiana de socorrer a los migrantes, el padre Solalinde no ha sido comprendido. Llevar al pie de la letra el mensaje cristiano es inconcebible para algunos, principalmente políticos que envidian la convocatoria del sacerdote e incluso algunos medios. En una sociedad tan corrompida, algunos medios no pueden concebir que un sacerdote ponga el ejemplo del servicio desinteresado por los pobres y despreciados como son los centroamericanos. A Solalinde se le ha acusado en público y de forma velada de traficar con menores y en el menor de los casos se la ha declarado un enamorado de las cámaras.

Cuando el vigor de Lona Reyes ha disminuido por la edad la antorcha de la opción de la iglesia por el pobre, el incomprendido, el despreciado, el apestado, el sin patria, en el istmo es Solalinde. En el pasado al líder de la Iglesia de los pobres Arturo Lona se le acusó de defender a delincuentes cuando intercedía por las organizaciones campesinas e indígenas, hoy a Solalinde se le acusa de socorrer y esconder a asaltantes, asesinos, violadores, y la serie de epitetos estigmas del migrante.

Como antes la Iglesia de los pobres en el istmo es apoyada por los medios nacionales e internacionales y en ellos radica el poder y la salvación de Solalinde; sin esa convocatoria ya se le hubiera eliminado sin que nadie lo notara, ya se le hubiera cerrado las puertas y lo hubieran silenciado y se le hubiera metido el pie como hicieron los altos jerarcas con el Obispo Lona.

Los políticos, algunos medios y los altos jerarcas de iglesia coinciden en la opinión que el deber del sacerdote es no salir del templo y dedicarse a sermonear a sus feligreses sobre el temor a Dios “su deber es acercar a Dios al pueblo y no inmiscuirse en asuntos que no le corresponde” dicen. Sin duda los primeros no entienden la misión y el compromiso de Solalinde como soldado de la opción por el pobre. Y los llamados príncipes de la Iglesia mantienen su postura de que sólo se agrada a Dios en el altar. A propósito de esto quiero recordar una vez que el padre Martín párroco de Esquipulas en la Sétima sección me llamó emocionado para que acudiera a cubrir la visita del Arzobispo de Antequera Monseñor Chavez Botello a la séptima. Llegue a la hora de su arribo, apenas bajo de su carros de lujo al jerarca las tecas lo llenaron de guie’chachi, tapizaron de flores por donde iba a pisar, mientras tanto Monseñor no expresaba ninguna emoción más bien parecía que venía a cumplir un compromiso penoso o molesto. Llegado el momento de la misa, las paisanas ignorantes de la liturgia pusieron dos sendos jarrones sobre el altar. Aquello molestó de sobremanera a Monseñor y en vez de dar un mensaje de esperanza y de amor a los fieles, se dedicó a regañar a las señoras por haber mancillado el altar, puesto que en este debería estar sólo los aditamentos señalados en la liturgia, para luego dar una larga perorata aburridísima sobre la limpieza del altar y su profundo significado ecuménico. Aquello me obligó a salirme a media homilía, decepcionado y molesto ante un representante de la Iglesia que había olvidado la sencillez y el amor cristiano.

Lo que nadie puede poner en duda, ni siquiera sus más enconados críticos, es la valentía del sacerdote encargado del albergue hermanos en el Camino. En un tiempo que mencionar zetas es un atrevimiento temerario para muchos medios, el padre no sólo los mencionó en público si no que denunció sus prácticas hacia los migrantes que van de la extorsión, el secuestro y el asesinato. Este pronunciamiento llevó incluso a algunos reporteros, entre veras y bromas, a tener preparado la nota del asesinato del sacerdote. Nadie entendió que aquella denuncia medía el compromiso del padre con su misión cristiano hacia su rebaño que debía proteger incluso si ello significaba que aquellos temidos asesinos entraran a balazos a sacarlo en donde estuviera para torturar y asesinarlo. Lo anterior es sólo una muestra del grado de compromiso del sacerdote hacia su deber como cristiano y el amor hacia el que no tiene nada. Sus críticos han buscado el provecho que el sacerdote saca de su relación con los migrantes pero resulta que los migrantes no representan votos, ni pueden ser usados para cerrar carreteras y negociar con el gobierno.

Gandhi, que admiraba el cristianismo, resaltaba el desprendimiento de Tolstoi, dijo alguna vez que los preceptos cristianos de amor desinteresado al prójimo llevado al extremo de amar a los enemigos no tenía comparación con otras religiones, sin embargo decía que el jamás había conocido a un verdadero cristiano, es decir que siguiera al pie de la letra a aquellos mandamientos. Si se me preguntara que de la Iglesia de la cual formo parte quién es el que se acerca a más al verdadero cristiano, sin duda señalaría al padre Solalinde.

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