A pesar de los vientos desestabilizadores del Norte, la integración suramericana avanza a pasos firmes. En la XXXIX Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del Mercado Común del Sur (Mercosur), efectuada la primer semana de agosto, en la que Lula Da Silva recibió la presidencia del organismo, Brasil y Argentina firmaron importantes acuerdos bilaterales relacionados con la cooperación nuclear, la coordinación macroeconómica y la ratificación del apoyo de Brasilia a Buenos Aires, en su reclamo de soberanía sobre Las Malvinas. Bajo esta misma dinámica, Brasil y Venezuela acaban de fortalecer sus lazos por medio de la firma de 27 acuerdos de desarrollo.
Aunado a este esfuerzo pacífico de integración, y bajo la mirada atenta de la diplomacia brasileña, Venezuela y Colombia decidieron el 10 de agosto pasado reanudar sus relaciones bilaterales. El arreglo de este conflicto se dio en el transcurso de una reunión de la Unión de Naciones del Sur (Unasur), que desembocó en una solución diplomática que la Organización de Estados Americanos (OEA) no había podido lograr. Un verdadero descalabro para la política exterior estadunidense.
La integración pacífica
Todo indica que la intensidad con la que se ha desempeñado la política exterior de Brasil, en el último tramo de la presidencia de Lula Da Silva, tiene como objeto consolidar la posición de su país en el área, así como la protección de su proyecto nacional. Entre los socios brasileños predomina el buen entendimiento, pues en la XXXIX Cumbre del Mercosur se aprobó la redacción de un código aduanero que servirá para consolidar la unificación de los países del bloque en diversos ámbitos estratégicos.
Ante los integrantes del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay), Da Silva manifestó su deseo de proporcionar un vigoroso impulso a este bloque integracionista durante los próximos seis meses en que será presidido por su país. Agregó “que América Latina es una región en la que se puede vivir en paz y que desde hace muchos años atrás no sufre una guerra”. Como potencia emergente, la diplomacia brasileña es global, por lo que en su intervención Lula evocó las gestiones que su país desempeñó junto con Turquía, ante el caso de Irán, con el objeto de amortiguar la preocupación de las potencias mundiales respecto del programa atómico de Irán. El esfuerzo por encontrar una salida negociada a la crisis iraní fue en vano, pues finalmente el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) impuso diversas sanciones al gobierno iraní. Las sanciones a Irán, intensamente promovidas por el gobierno estadunidense, han llegado ahora a tensar la situación hasta el punto de temer una guerra de dimensiones inconmensurables. Lula no ha cesado de manifestar su asombro ante el hecho de que ninguno de los presidentes del Consejo de Seguridad de la ONU hubiera conversado previamente con el presidente de Irán.
La política exterior brasileña mantiene en alto todos sus flancos. Con Venezuela, en el marco de las reuniones trimestrales que se llevan a cabo para evaluar el avance de sus vínculos comerciales, Lula y Chávez acordaron, el 6 de agosto, la creación de un distrito motor para consolidar las relaciones productivas entre la Gran Sabana venezolana y el Roraima brasileño. Esto forma parte de los 27 acuerdos bilaterales de desarrollo en los que hay una fuerte participación del sector privado de ambos países. Cabe destacar el impulso que darán al desarrollo del complejo hidroeléctrico Uribante-Caparo. Asimismo, concertaron el desarrollo de un sistema nacional de producción de semillas de alto valor estratégico y la creación de un grupo bilateral para la unificación industrial y productiva en el ámbito del Mercosur.
Para tener una idea del grado de avance del buen entendimiento bilateral Brasil-Venezuela, cabe recordar las palabras que en algún momento dijo el presidente Lula al evaluar los logros alcanzados por ambas naciones: hemos hecho “dos o tres veces de lo que se hizo cinco siglos atrás”.
Por otra parte, ante el reciente cambio presidencial en Colombia, Lula expresó su interés en reunirse a la brevedad con Juan Manuel Santos, quien tomó posesión el 7 de agosto, para tratar temas de cooperación y aprovechó la ocasión para subrayar la importancia del fortalecimiento de la Unasur en el desarrollo de Suramérica.
Es precisamente en el contexto de la Unasur que se llegó a una solución pacífica en el diferendo causado por la acusación de Colombia a Venezuela de albergar en su territorio a miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Lula siguió de cerca este proceso de distensión entre ambos países, en el que Néstor Kirchner, recién nombrado secretario general de esa instancia regional, logró el 10 de agosto que ambos países restablecieran las relaciones bilaterales, rotas desde el 22 de julio pasado. Kirchner, en sólo tres horas de dialogo continuo, alcanzó una innegable victoria diplomática para su gestión, misma que ha puesto en entredicho la eficiencia de la OEA, así como la voluntad negociadora de su secretario general, José Miguel Insulza. De hecho, Ecuador responsabilizó a Insulza por el rompimiento de las relaciones entre Venezuela y Colombia, por haber hecho caso omiso de las advertencias emitidas por diferentes países, pues le había recomendado posponer la reunión, más no suspenderla, para realizar consultas con los demás miembros de la organización, con el objeto de analizar el momento político, y no tratar de forma precipitada un asunto que ponía en riesgo el mantenimiento de la paz en la región.
Los vientos desestabilizadores del Norte
La evidente reducción de su capacidad de financiamiento y la derrota en su intento por imponer el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas han llevado a Estados Unidos a militarizar su política exterior hacia América Latina. Esto es, exportar al Sur del continente la guerra contra los cárteles de las drogas, en la cual se encuentran anegados tanto el gobierno de México como el de Colombia. ¿Qué se encuentra atrás de esa guerra de fachada contra las drogas? Para el reconocido analista uruguayo Raúl Zibechi, “el objetivo del Pentágono y la Casa Blanca es Brasil, siendo Venezuela un objetivo colateral en la estrategia para contener al principal rival del imperio en la región”.
En su artículo “Se intensifica disputa hegemónica en Sudamérica”, publicado por el diario La Jornada el 13 de agosto, Zibechi proporciona las claves para entender la inquietud de la potencia estadunidense en torno al relevante papel de Brasil en el proceso de integración de Suramérica.
El autor uruguayo afirma que Washington “ni siquiera puede garantizar que Colombia y Venezuela resuelvan su conflicto en la OEA y acepta la intervención de la Unasur”. Bajo ese esquema, Estados Unidos emplea la fuerza de las armas para retrasar el proceso suramericano por medio de la instalación de nuevas bases militares en Colombia, Panamá y ahora en Costa Rica.
Para Zibechi, “los hechos se van encadenando”: Estados Unidos ha sido desplazado por China como el mayor socio comercial de Brasil, además de ser también el primer socio comercial del Mercosur y de Chile, así como el segundo de Argentina y Perú. Cabe agregar que a partir del segundo trimestre de 2010, China es la segunda economía del mundo y junto con Brasil, Rusia e India, integra un emergente y poderoso grupo.
El artículo subraya las supuestas relaciones militares secretas entre Brasil y China como parte del proyecto brasileño de desarrollo de su industria de misiles. Informa además que Brasil, aunado a su importante complejo militar-industrial, acaba de demostrar su estrategia nacional de defensa en recientes maniobras militares, en las que puso énfasis en la defensa de las plataformas petrolíferas en mar abierto y sus instalaciones nucleares.
Por el momento, el futuro de la disputa por la hegemonía en Suramérica, entre Brasil y Estados Unidos, está ligado a las elecciones que tendrán lugar en este país suramericano el próximo 3 de octubre. Hasta el 6 de agosto, en la contienda electoral brasileña, las sondeos favorecen a Dilma Rousseff (exjefa de gabinete del presidente Lula), candidata por el Partido de los Trabajadores, con casi 42 por ciento frente a su opositor derechista, José Serra, quien no logra rebasar el 32 por ciento. De los resultados que se desprendan de estas elecciones, dependerá en gran medida el proyecto brasileño y el proceso de integración del Sur. En todo caso, como lo señala Zibechi, “la América del Sur con que sueña Brasil excluye a Estados Unidos”.
* Doctor en derecho de la cooperación internacional por la Universidad de Toulouse I, Francia
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