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martes, 16 de abril de 2019

Réquiem por Daniel Ortega

 Iosu Perales

El sábado 16 de marzo fueron detenidas en Managua la ex guerrillera Mónica Baltodano y su hija Sofana, además de otras cuarenta personas entre las cuales se encontraban la feminista Sofía Montenegro y Azalea Solís, esta última designada por la oposición para la mesa de negociación con el Gobierno. Sucedió cuando en el marco de una concentración pedían pacíficamente la libertad de las más de 600 presas y presos políticos, la mayoría estudiantes acusados de haber querido derribar al presidente Ortega. Comprendo que para quien lea este artículo es un dato más que explica la represión del régimen. Pero lo cierto es que Mónica es para mucha gente en el país un icono, un símbolo de la lucha sandinista contra Somoza, y su detención ha desvelado que la pareja Daniel Ortega-Rosario Murillo no tiene límites cuando se trata de defender su poder. Hay que hacer notar que otra hija de Mónica, abogada, se encuentra exiliada en Costa Rica huyendo de persecuciones y amenazas. Además, Ricardo Baltodano, hermano de Mónica y profesor de la UPOLI, se encuentra encarcelado sin juicio desde hace ya varios meses.
Mónica es autora de la monumental obra Memorias de la Lucha Sandinista, en tres grandes tomos. Es la mujer que doblegó la resistencia final de los militares somocistas. Eduardo Galeano lo cuenta así: “El cuartel La Pólvora, en la ciudad de Granada, último reducto de la dictadura, está al caer. Cuando el coronel se entera de la fuga de Somoza, manda callar las ametralladoras. Los sandinistas también dejan de disparar. Al rato se abre el portón de hierro del cuartel y aparece el coronel agitando un trapo blanco. - ¡No disparen! El coronel atraviesa la calle. - Quiero hablar con el comandante. Cae el pañuelo que cubre la cara: - La comandante soy yo -dice Mónica Baltodano, una de las mujeres sandinistas con mando de tropa. - ¿Que qué? Por boca del coronel, macho altivo, habla la institución militar, vencida pera digna, hombría del pantalón, honor del uniforme: - ¡Yo no me rindo ante una mujer! -ruge el coronel. Y se rinde”.
Madre de cuatro hijos y licenciada en Sociología, Mónica fue nombrada comandante guerrillera honorífica, condecorada con la orden Carlos Fonseca (la más alta distinción de Nicaragua), nombrada viceministra de Asuntos Regionales, luego diputada, miembro de la Dirección Nacional del FSLN, hasta que se distanció de Ortega y crea el Movimiento por el Rescate del Sandinismo en 2005. Su detención ha sido analizada en el país como el producto de una huida hacia adelante del régimen orteguista.
Lo cierto es que desde hace algunos meses apenas se habla ya de Nicaragua. Sin embargo, en ese país, las protestas y las detenciones continúan sin que algunos amagos de negociación hayan podido consolidarse. De hecho, en el seno de la oposición se han detectado al menos dos estrategias: mientras los empresarios, preocupados por la caída de sus ganancias, quieren sentarse en la mesa con el Gobierno, sin condiciones; los estudiantes y movimientos sociales no quieren negociar con más de 600 presos políticos como rehenes de Ortega y exigen previamente su libertad. En todo caso, la unidad vigente en el interior del Movimiento de Unidad Nacional Azul y Blanco (con los colores de la bandera de Nicaragua este movimiento integra a la Alianza Cívica y a la Articulación de los Movimientos Sociales) se mantiene en la medida en que más allá de tácticas, toda la oposición quiere que de una u otra manera Daniel Ortega y Rosario Murillo se vayan.
Desde 2006, año en que ganó las elecciones, Daniel Ortega venía vendiendo la idea de la continuidad de la revolución iniciada en julio de 1979. Era una farsa. En abril de 2018, las encuestas cocinadas para bendecir democráticamente el régimen autoritario cayeron rotas. En pocas horas se vinieron abajo las pretensiones de seguir gobernando violando leyes, golpeando la Constitución. La arrogancia de la pareja presidencial Ortega- Murillo, que durante doce años había ignorado las críticas, se vino abajo y fue sustituida por un terrorismo de Estado, de policías y milicias armadas, cuya misión no era otra que sembrar el miedo y evitar que el pueblo se manifestara en las calles. Creían que su violencia no les pasaría factura, pero la dignidad y la valentía siguieron desfilando por avenidas y plazas, y en su locura el régimen se cobró más de 300 muertos, más de 600 presos y 30.000 refugiados en Costa Rica.
La Nicaragua que quiere quitarse de encima la pesada losa de una dictadura, lejos de ser golpista como dice el matrimonio Ortega-Murillo, ama la libertad y pelea por ella. Rechaza los fraudes electorales. Exige una justicia independiente, no al servicio del régimen. Que se acaben los asesinatos extrajudiciales. Que se combata la corrupción de la que participa la pareja presidencial y su familia. La nueva Nicaragua que se está gestando desde la base ciudadana quiere terminar con el acoso y represión sobre organizaciones feministas, medioambientales, ONGs, sindicatos libres y organizaciones de derechos humanos. Esta agenda de la oposición nada tiene que ver con golpes de Estado, menos aún frente a un régimen que cuenta con el apoyo cerrado del ejército, de las policías, de las milicias armadas, de los jueces y de la mayoría del parlamento. Además, los estudiantes exigen que se les devuelva la autonomía universitaria, actualmente intervenida, hasta el punto de que el régimen filtra quién entra y quién no a la universidad pública.
En la Nicaragua de Ortega-Murillo no existe una auténtica libertad de expresión. Los medios de comunicación, incluyendo los del partido gobernante (Frente Sandinista de Liberación Nacional) fueron casi todos privatizados a favor del régimen. La mayoría de los canales de TV forman parte de un duopolio: o son de los hijos del matrimonio gobernante o son de su socio, el empresario mexicano Juan Ángel González.
A estas alturas del partido hay una unanimidad en la oposición nicaragüense: sólo una negociación que incluya la salida de los Ortega-Murillo puede dar lugar a una nueva realidad nacional democrática. La violencia como vía para lograrlo ni es posible ni es deseable. Todos los sectores sociales y las iglesias comparten esta idea. Nicaragua ya sufrió una guerra entre 1979 y 1990, organizada, financiada y dirigida por Estados Unidos, que se cobró unos 50.000 muertos. Ahora se trata de evitar, aunque sea en escala menor, una nueva guerra. El desvarío de Daniel Ortega y su grupo de incondicionales ha impulsado la escalada de la protesta a niveles hasta ahora desconocidos durante su gobierno. Se extendió territorialmente, incorporando a sectores populares: jubilados, gente desempleada, trabajadores por cuenta propia, obreros, campesinos, principalmente jóvenes de las ciudades, estudiantes. Las marchas en los pueblos más alejados han sido totalmente pacíficas. Ha sido en Managua donde la violencia de los cuerpos policiales y milicias armadas ha desatado reacciones violentas de jóvenes incontrolados que ahora la oposición trata de evitar a toda costa, pues la estrategia debe ser pacífica.
Una vez, las mayorías sociales de Nicaragua derrocaron a Anastasio Somoza. Cerca de cuarenta años después esas mayorías se proponen hacer caer a un régimen autoritario, dictatorial. El carrusel de la vida a veces repite escenarios ya vividos. Muchos de los que fuimos a aquella Nicaragua fuente de ilusiones, seguimos estando al lado de la gente. Somos los mismos que ahora estamos por el réquiem político de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
08/04/2019
Iosu Perales es escritor y experto en temas relacionados con Centroamérica.

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