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En un reciente artículo, el premio Nobel de Economía Paul Krugman usó el término “fanatical centrists” (centristas fanáticos) para identificar a los políticos que buscan situarse en el justo medio entre dos extremos opuestos. Lo interesante de este enfoque es que afirma que los centristas fanáticos no ocupan verdaderamente el centro ideológico, debido fundamentalmente a que las propuestas conservadoras están mucho más escoradas que los planteamientos progresistas. Dicho de otro modo: si la extrema izquierda representa el 0 y la extrema derecha el 10, los políticos conservadores realizan propuestas habitualmente en valor promedio 9 y, en cambio, los políticos progresistas se sitúan más próximos al 3. De tal manera que el justo medio deja de estar en el valor 5 para convertirse en el 6, es decir, algo más a la derecha que el verdadero centro ideológico.
Si miramos hacia Argentina y buscamos ubicarnos en el “centro”, entre la política económica de Mauricio Macri y del kirchnerismo, seguramente nos encontraremos más escorados hacia la derecha de lo que creemos. Es decir, opciones encabezadas por Sergio Massa o Roberto Lavagna no constituyen ningún centro, sino que son el resultado de una polarización asimétrica en la que la propuesta de Cambiemos está mucho más inclinada hacia el extremo neoliberal de lo que el kirchnerismo está en el sentido inverso. Por ejemplo, en el caso de la deuda: el macrismo endeudó mucho más de lo que se pudo desendeudar en la “época K”; si observamos con la industria, ocurrió algo similar: el macrismo destruye a mayor velocidad de lo que se pudo ir industrializando en la anterior gestión; en términos financieros, el macrismo giró más a la derecha de lo que el kirchnerismo pudo hacer políticas progresistas en esa dirección. Así que colocarse en el medio de estas dos opciones dominantes en Argentina es posicionarse más cerca de un extremo que del otro, esto es, carece de la imparcialidad de la que presumen las nuevas propuestas centristas.
Algo similar ocurrió con Lenín Moreno en Ecuador, que se autopresentó como apaciguador en tiempos de confrontación. Nuevamente, esta supuesta equidistancia acabó desembocando en un proyecto más derechizado de lo imaginado. La ambigüedad inicial de Lenín no fue, en absoluto, una buena consejera para fungir como equilibrista entre una derecha que cada día se radicaliza más en sus planteamientos morales y un progresismo que propone (y propuso) todo lo que fue posible en un mundo en el que los límites están marcadísimos por superestructuras internacionales y por medios de comunicación que imponen matrices conservadoras. Se demostró así, también en Ecuador, que el centrismo fanático de Lenín camufla una posición económica más acorde con el neoliberalismo del Fondo Monetario Internacional y más que regresiva en términos de derechos para la ciudadanía.
Lo sucedido en Argentina y en Ecuador no son excepciones. La regla general es la emergencia de este centrismo fanático en Latinoamérica, que retoma y actualiza aquello que en su momento fue considerado como “tercera vía”. Cualquier exponente de este centrismo fanático goza del apoyo mediático. Siempre son presentados como candidaturas amigables en base a la idea-fuerza de la no polarización, de estar supuestamente en el centro. Así ocurre con Lavagna-Massa en Argentina o Lenín en Ecuador, Julio Guzmán y George Forsyth en Perú, Carlos Mesa en Bolivia, Henry Falcón en Venezuela o el actual presidente Nayib Bukele en El Salvador. Incluso lo hicieron con Juan Manuel Santos en Colombia. En realidad, tienen un cierto aire a Poncio Pilatos: se lavan las manos ante cualquier conflicto y llegan hasta a condenarlo, como si la política no fuera eso, conflicto y confrontación de ideas.
La consecuencia directa de este centrismo fanático es la reordenación del campo de la política, inclinando la cancha hacia el extremo conservador, transformando la geometría política y resituando el justo medio en un lugar cada vez más alejado de los principios más progresistas y posneoliberales. De esta manera, muchas veces se corre el peligro de creer que estamos ante propuestas equilibradas de centro cuando en verdad son más propias del paradigma conservador, aunque no sean tan radicales. Los centristas fanáticos son de facto una fórmula política que ha llegado para quedarse. El objetivo es sustituir a los extremos para inclinarse más hacia el neoliberalismo y conservadurismo en detrimento del progresismo y las propuestas posneoliberales.