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lunes, 8 de marzo de 2010

La no violencia: mito y realidades

por Domenico Losurdo *

Un libro que sale a la venta hoy en Italia, « La non-violenza. Una storia fuori dal mito », del profesor Domenico Losurdo explora el concepto de no violencia y su uso en la historia contemporánea. Dejando de lado las ideas preconcebidas, muestra también sus ambigüedades. Lo que a menudo ha sido una exigencia de carácter pacifista, también puede ser una manera de huir de las responsabilidades y se convierte hoy en un disfraz de la propaganda para justificar todo tipo de injerencias. El profesor Domenico Losurdo responde a las preguntas de Marie-Ange Patrizio sobre este tema.


Mohandas Karamchand Gandhi.
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Marie-Ange Patrizio: El concepto de no violencia nos hace pensar inmediatamente en Gandhi. ¿Qué piensa usted de esa gran personalidad histórica?

Domenico Losurdo: Hay que separar la evolución de Gandhi en dos fases. Durante la primera fase, Gandhi no tiene para nada en mente la emancipación general de los pueblos colonizados. Por el contrario, lo que hace es exhortar a la potencia colonial, Gran Bretaña, a no confundir el pueblo indio –que, al igual que los ingleses, proviene de una antigua civilización y cuyos orígenes raciales son «arios»– con los negros, ni tampoco con «los rústicos cafres, quienes tienen la caza como ocupación y cuya única ambición consiste en reunir cierta cantidad de cabezas de ganado para conquistar una mujer y llevar posteriormente una existencia de indolencia y desnudez» (sic).

En aras de obtener la aceptación de la raza dominante, del pueblo de señores (arios y blancos), a principios del siglo 20 Gandhi llama a sus compatriotas a ponerse al servicio del ejército imperial, que había emprendido por aquel entonces una feroz campaña de represión contra los zulúes.

Lo más importante es que, durante la Primera Guerra Mundial, el presunto campeón de la no violencia decide reclutar 500 000 hombres para el ejército británico. Pone tanto celo en esa tarea que incluso envía una carta al secretario personal del virrey: «Me parece que si me convirtiera en reclutador en jefe, yo sería capaz de sumergirlo de hombres». Al dirigirse a sus compatriotas y al virrey, Gandhi insiste de manera casi obsesiva en su propia disposición a asumir el sacrificio del que todo un pueblo está llamado a dar prueba: hay que «ofrecer al Imperio nuestro apoyo total y decidido»; la India debe estar dispuesta a «ofrecer, en el momento crítico, sus hijos sanos para que se sacrifiquen por el Imperio», a «ofrecer en este momento crítico todos sus hijos aptos para el combate como ofrenda al Imperio»; «en defensa del Imperio debemos dar todos los hombres de que dispongamos».

Dando muestra de una coherencia de acero, Gandhi expresa el deseo de que sus propios hijos se enrolen y participen en la guerra.

Marie-Ange Patrizio: En ese sentido, usted contrasta la actitud de Gandhi con la del movimiento antimilitarista de inspiración socialista y marxista y el que sale mejor parado [en la comparación] es precisamente este último.

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Karl Liebknech.

Domenico Losurdo: Sí. Yo refuto el mito de que el marxismo es sinónimo de culto a la violencia. Como ejemplo cito en particular a Karl Liebknecht, quien fue posteriormente uno de los fundadores del Partido Comunista alemán, antes de ser asesinado con Rosa Luxemburgo. Después de haber luchado durante mucho tiempo contra el rearme y contra los preparativos para la guerra, al ser llamado a partir para el frente, antes de su arresto por pacifista, Liebknecht envía a su esposa y sus hijos una serie de cartas: «No voy a disparar […] Yo no voy a disparar aunque me lo ordenen. Podrán fusilarme por eso».

Marie-Ange Patrizio: Queda el hecho de que Liebknecht acaba por saludar la violencia de la Revolución de Octubre, dirigida por Lenin.

Domenico Losurdo: No hay que perder de vista que al principio de la Primera Guerra Mundial, Lenin, lejos de celebrar como Gandhi el valor de la vida militar y de la lucha en el frente, expresa su «profunda amargura».

La esperanza, que reviste un carácter moral antes de ser de carácter político, renace en él gracias a un fenómeno que pudiera quizás frenar la infernal máquina de la violencia: se trata de la «fraternización entre los soldados de las naciones beligerantes, incluso en las trincheras». Lenin escribe: «Está bien que los soldados maldigan la guerra. Está bien que exijan la paz. La fraternización puede y debe convertirse en fraternización en todos los frentes. El armisticio de hecho en un frente puede y debe convertirse en armisticio de hecho en todos los frentes».

Desgraciadamente, esa esperanza no se cumple. Los gobiernos beligerantes tratan la fraternización como una traición. Es en ese momento que se plantea la necesidad de escoger, no ya entre la violencia y la no violencia, sino más bien entre la violencia a través de la continuación de la guerra o la violencia de la revolución llamada a poner fin a una carnicería carente de sentido.

No existe diferencia alguna entre los dilemas morales de Lenin y los dilemas morales que enfrentan, en Estados Unidos, los pacifistas cristianos de las primeras décadas del siglo 19 (mi libro parte de ese momento de la historia). Contrarios a cualquier forma de violencia así como a la esclavitud de los negros (que constituye en sí misma una forma de violencia) en momentos en que se perfila y finalmente estalla la guerra de Secesión, los pacifistas cristianos se ven ante una trágica disyuntiva: ¿dar su apoyo directo o indirecto a la continuación de la forma particularmente horrible de violencia que es la institución esclavista o unirse a esa especie de revolución abolicionista que acaba siendo la guerra de la Unión? Los pacifistas más maduros escogen la segunda solución. Adoptan una posición similar a la que más tarde habrá de caracterizar a Lenin, Liebknecht y los bolcheviques en su conjunto.

Marie-Ange Patrizio: Dejamos a Gandhi en su papel de reclutador al servicio del ejército británico. Usted mencionó una segunda fase. ¿Cuándo y cómo se produce?

Domenico Losurdo: Dos acontecimientos lo condujeron a ella: uno de carácter internacional y otro nacional. La Revolución de Octubre y la difusión de la agitación comunista en las colonias y en la propia India imprimen un formidable impulso a la ideología de la pirámide racial y convierte en algo obsoleto la aspiración a obtener la aceptación de la raza blanca o aria, que se verá entonces ante la rebelión generalizada de los pueblos de color.

Pero el factor decisivo es una experiencia directa y dolorosa para el pueblo indio. Este último esperaba mejorar su condición luchando valientemente en las filas del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, apenas terminadas las celebraciones por la victoria, el poder colonial comete la masacre de Amritsar, durante la primavera de 1919.

Esa represión no sólo cuesta la vida a cientos de indios desarmados sino que constituye además una terrible humillación nacional y racial ya que se obliga a los habitantes de las ciudades rebeldes a arrastrarse a cuatro patas para regresar a sus casas o salir de ellas. Como dice el propio Gandhi, «hombres y mujeres inocentes fueron obligados a arrastrarse como gusanos, sobre el vientre».

El resultado es una ola de indignación provocada por las humillaciones, por la explotación y la represión impuestas por el Imperio británico. Su comportamiento es un «crimen contra la humanidad, posiblemente sin paralelo en la historia». Todo eso hace que desaparezca entre los indios el deseo de ser aceptados como miembros de una raza dominante que ahora les parece odiosa y capaz de cualquier infamia.

Marie-Ange Patrizio: ¿A partir de qué momento toma Gandhi realmente en serio su compromiso con la no violencia?

Domenico Losurdo: En realidad, en el segundo Gandhi la disposición a llamar a sus compatriotas a lanzarse a los campos de batalla al lado de Gran Bretaña no ha desaparecido en lo absoluto, sólo que ahora pone la independencia de la India como condición a ese llamado a las armas.

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