Sin duda que la creación de la CELAC ha sido uno de los principales acontecimientos que tuvieron lugar en el plano regional en muchos años. La sola idea de una organización que reúna a los países latinoamericanos y caribeños sin la asfixiante presencia de Estados Unidos y Canadá es una muy buena noticia y permite abrigar esperanzas de que la tradicional prepotencia con que la Casa Blanca manejaba los asuntos del área tropezará de ahora en más con crecientes obstáculos.
Claro que la “presunción hegemónica” del imperio no se desvanecerá por la creación de esta organización, pero sus mandatos ya no tendrán el automático asentimiento del pasado cuando un úkase de Washington produjo en 1962 el destierro de Cuba del sistema interamericano.De todos modos, convendría dejar de lado excesivos entusiasmos porque poner en marcha efectivamente la CELAC, es decir, convertirla en la protagonista que se haga merecedora de las grandes esperanzas en ella depositadas, no será tarea sencilla. Su creación es un logro importantísimo, pero por ahora es apenas un proyecto que, para ser eficaz, deberá ser capaz de convertirse en una organización; es decir, en un sujeto dotado de suficientes capacidades de intervención en el ámbito de Nuestra América. Pero, como veremos más adelante, no es ese el proyecto que proponen los gobiernos de la derecha latinoamericana con la bendición de la Casa Blanca.
La inusitada gravedad de la crisis capitalista en curso hizo que hasta los gobiernos más derechistas de la región consintieran en unirse a la CELAC. Es un gesto importantísimo y sería tan errado minimizar su trascendencia y el mal trago que esto significó para Washington como exagerar el impacto inmediato que habrá de tener la CELAC. No es un misterio para nadie que la extrema heterogeneidad sociopolítica del continente (desde la Revolución Cubana hasta el régimen títere de Porfirio Lobo en Honduras -instalado por la Casa Blanca al derrocar a Mel Zelaya- pasando por Santos, Calderón, Martinelli, Chinchilla, Cristina, Dilma, el “Pepe” Mujica, Humala hasta llegar a Chávez, Evo y Correa) habrá de constituirse en un muy serio obstáculo a la hora de pasar del inconsecuente plano de los discursos a las acciones concretas en candentes asuntos regionales. Pongamos un par de ejemplos: uno, es bien sabido que Washington dispone de grandes partidas presupuestarias así como “asesores” y otros recursos para “ayudar” a actores locales que en diversos países hostigan o procuran desestabilizar (cuando no derrocar) a gobiernos que no son de su agrado. Bolivia, Ecuador y Venezuela, además de Cuba, son blancos favoritos de estas políticas. Si en muchos casos esta ingerencia imperial se procesa a través de organizaciones de pantalla, en otros el involucramiento en la política de los países latinoamericanos se realiza de forma abierta, directa e inmediata por las agencias u organismos federales como la DEA, la CIA y la USAID, entre los más importantes. ¿Será posible que la CELAC condene esas prácticas intervencionistas del imperio y tome las decisiones requeridas para neutralizarlas, habida cuenta de su carácter violatorio de la legalidad internacional y su naturaleza profundamente antidemocrática? Parece muy poco probable, si bien bajo algunas circunstancias extremas podría tal vez haber excepciones. ¿Habrá unanimidad en respaldar una política de ese tipo o a otra -y este es el segundo y más crucial ejemplo- que exigiera poner fin al status colonial de Puerto Rico? No parece; tal vez haya sido por eso que varios gobiernos -entre ellos Chile, Colombia y México- insistieron en que todas las decisiones de la CELAC debían adoptarse por unanimidad, temerosos de que los gobiernos más radicales de la región pudieran llegar a constituir una circunstancial mayoría que disguste a los ocupantes de la Casa Blanca y entorpezca las “amigables relaciones” que varios países latinoamericanos y caribeños mantienen con Washington. Por algo los gobiernos que quieren que la CELAC sea un organismo efectivo y no un periódico torneo de discursos están viendo la forma de instituir una normativa que exija una mayoría calificada (en qué proporción es algo que todavía no ha sido decidido) para adoptar las decisiones de la institución.
En relación a este tema el Canciller chileno Alfredo Moreno expresó con absoluta claridad la postura del imperialismo cuando dijo que “la CELAC será un foro y no una organización, que no tendrá sede, secretariado, burocracia ni nada de eso”. Para Moreno, representativo de la derecha latinoamericana, de lo que se trata es de esterilizar un proyecto, de castrarlo a poco de nacer, para reducirlo a una intrascendente sucesión de “cumbres presidenciales” (2012 en Chile, 2013 en Cuba, 2014 probablemente en Costa Rica). Por eso quien finalmente presidirá la CELAC durante este próximo año no será otro que Sebastián Piñera. No hace falta aguzar demasiado la vista para percibir que un proyecto de este tipo, “descafeínado”, es el que respaldará la derecha latinoamericana, cuya carta de identidad es el servilismo y la genuflexión antes los dictados del imperio. Pero hay otro proyecto para la CELAC: en línea con el programa bolivariano del Congreso Anfictiónico de 1826 y con los anhelos de Artigas, San Martín, Sucre, Martí, Morazán, Sandino y tantos otros patriotas latinoamericanos y caribeños. Un proyecto que hace medio siglo fue brillantemente sintetizado en la Segunda Declaración de La Habana, impulsada por Fidel, Raúl y el Che. En fin: la disputa entre los dos proyectos será inevitable, y las circunstancias históricas (profundización de la crisis general del capitalismo, intervencionismo norteamericano en la región, maduración de la conciencia política de nuestros pueblos, etcétera) irán moviendo el fiel de la balanza, ojalá en que un sentido positivo. Hay que recordar que los baluartes de la influencia norteamericana en la región: Piñera, Santos y Calderón, se encuentran sentados sobre un polvorín que puede estallar en cualquier momento.
La actitud de Washington hasta ahora ha sido la de esperar a que se desenvuelvan los acontecimientos. El lanzamiento de la CELAC ha sido una muy mala noticia para el imperio, pero sabe que todavía cuenta con varias cartas en sus manos. Sabe, por ejemplo, que tiene varios “Caballos de Troya” dentro de la incipiente organización y que en cuanto lo considere oportuno se pondrán dócilmente a su servicio para implementar las órdenes emanadas desde la Casa Blanca. Sabe también que su incansable labor de desestabilización de los gobiernos más radicales puede debilitarlos, creándoles dificultades que afecten su protagonismo en el marco de la CELAC. Sabe, por último, que sus cantos de sirena hacia los gobiernos de la así llamada “centroizquierda” (Argentina, Brasil, Uruguay, ¿Perú?) puede tentar a algún gobernante a desertar del proyecto emancipador que se encuentra en las raíces históricas de la CELAC y que fueran actualizadas por Fidel, Raúl, Chávez, Evo y Correa, para no nombrar sino las principales figuras. Los gestos reconciliatorios de Obama con el gobierno de Cristina Fernández y la permanente labor de seducción que la Casa Blanca ejerce sobre Brasilia se encuadran inequívocamente como piezas de esta estrategia. Separar a la Argentina y el Brasil del proyecto radical de la CELAC, aislar a Chávez, Evo y Correa y, de paso, ajustar más el torniquete del bloqueo contra la Revolución Cubana. El imperio no dejará nada librado al azar. El premio es muy grande: 20 millones de kilómetros cuadrados, un mercado de 600 millones de habitantes, siete de los diez principales productores de minerales estratégicos del mundo, la mitad del agua dulce y de la biodiversidad del planeta tierra, además de petróleo, gas, energéticos de todo tipo y alimentos como para saciar el hambre de más de mil millones de personas. Y, como lo recordaba el Che, “América Latina es la retaguardia estratégica de Estados Unidos”, y bajo las actuales condiciones de crisis económica internacional y acelerada descomposición del precario “orden mundial” creado por Washington desde la posguerra esa retaguardia adquiere un valor supremo. Por eso debemos librar la batalla por la CELAC, para que el proyecto emancipador que le dio nacimiento sea quien finalmente prevalezca y abra aquellas grandes alamedas de las que hablara Salvador Allende en su último discurso, y por las cuales transitarían nuestros pueblos en su larga marcha hacia la justicia, la libertad, la autodeterminación nacional y la democracia.
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