Marielos Monzón
El año termina con la noticia de que Guatemala es el segundo país a nivel mundial más vulnerable frente al cambio climático y el más vulnerable de todo el continente americano. Lo que eso significa ya lo hemos notado en los últimos años, tras el paso de tormentas y depresiones tropicales que han devastado grandes zonas del territorio nacional, sumado a las sequías y picos de temperatura que antes no se registraban. A la vulnerabilidad ambiental hay que sumarle la vulnerabilidad social, que nos coloca en una situación de permanente riesgo.
Un informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente en América Latina y el Caribe señala: “Las fallas en la adaptación y la vulnerabilidad aumentaron debido a la pobreza, a la degradación de los recursos naturales, a la carencia de planeación del uso de suelo y a la falta de preparación de un plan importante para contrarrestar los daños causados por los desastres relacionados con el clima”.
Más que cambio climático, lo que estamos viviendo es una crisis climática, afirma Fabián Pacheco, un agrónomo costarricense con una maestría en Agrobiología Ambiental, quien recientemente estuvo en Guatemala, invitado por la Escuela de Pensamiento Ecologista Savia. Pacheco afirmó que se viene una crisis alimentaria sin precedentes y que las medidas que se han propuesto a nivel mundial para afrontarla son inadecuadas e insuficientes, porque están ligadas a un modelo que fue el que originó el problema y cuya aplicación solo aumentará sus nocivos efectos. Se refiere al uso de fertilizantes químicos provenientes del petróleo, a la proliferación de monocultivos como la palma africana, a la industria extractiva —que utiliza enormes cantidades de agua y contamina con cianuro y otros químicos altamente tóxicos el suelo y las fuentes hídricas— y al uso de alimentos transgénicos para dizque combatir el hambre.
Siendo Guatemala el “ombligo” de Mesoamérica, la segunda región de origen de biodiversidad del mundo, y poseyendo una variedad magnífica de semillas criollas, que son la base de la alimentación de la población, el tema de los organismos genéticamente modificados representa un riesgo inminente, en beneficio de los grandes oligopolios corporativos que luego terminan por patentar como propias las semillas nativas. La polinización convierte el patrimonio agrícola de un país en patrimonio privado.
“Los transgénicos son un paso más en la dirección equivocada”, afirma Pacheco, quien enfatiza que el problema del hambre tiene raíces sociales e históricas que inician con el despojo y el inequitativo acceso a la propiedad de la tierra. Y esto claramente no se resuelve con políticas basadas en la distribución de organismos genéticamente modificados, que la naturaleza por sí misma nunca produciría.
La crisis climática y alimentaria que afrontamos, y que seguramente alcanzará dimensiones alarmantes, merece una discusión seria y un abordaje integral, que pasa por transformar el “modelo de desarrollo” que nos han impuesto y buscar alternativas que eviten que sigamos siendo parte del problema.
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