El propio Obama no quiso fotografiarse en el país mesopotámico en este final de una intervención sin gloria
Por Anne-Beatrice Clasmann (*)
BAGDAG - El presidente estadounidense, Barack Obama, envió por último a Irak a su vice, Joe Biden. Su secretario de Defensa, Leon Panetta, tuvo que cerrar la última base militar estadounidense en Bagdad. El propio Obama no quiso fotografiarse en el país mesopotámico en este final de una intervención sin gloria. Y es que, casi nueve años después de la invasión de tropas estadounidenses que llevó a la caída del presidente Saddam Hussein, la de Irak no es una historia de éxitos.
El portavoz del gobierno iraquí, Ali al Dabbagh, disparó todavía durante la estadía de Biden una andanada verbal contra los antiguos aliados. De las palabras del iraquí se desprendía un odio profundo contra los soldados extranjeros, que muchos iraquíes comparten.
Y mientras los últimos soldados estadounidenses cruzaban la frontera hacia Kuwait, los políticos iraquíes volvían a enfrentarse unos con otros. El jefe de gobierno shiita Nuri al Maliki quería convencer a los parlamentarios de retirar la confianza al legislador sunita Saleh al Mutlak, trascendió desde Bagdad. El grupo parlamentario de la secular lista Al Irakiya resolvió entonces boicotear las sesiones del Parlamento.
Mientras tanto, el gobernador de la provincia de Diyala, que en el norte limita con Bagdad, se quejó de "milicias, que son apoyadas por algunos policías, que tienen apoyo en la política". Estas milicias, aseguró, cortan las calles arbitrariamente y matan civiles. Poco después, moría un miembro del servicio secreto kurdo ("Asaish") en Diyala por una bomba.
Ya bajo el gobierno de Saddam, quien discriminaba a chiitas y kurdos, en Irak había animosidades entre los diferentes grupos étnicos y religiosos. Y éstas se profundizaron aún más por el hecho de que los estadounidenses destruyeron las instituciones dominadas por los sunitas. Las provincias de Diyala y Salaheddin presentaron hace poco un reclamo de autonomía.
"La presencia de los estadounidenses en Irak causó al país grandes daños", dijo Al Dabbagh. Los soldados estadounidenses se comportaron de manera arrogante frente a los iraquíes, y la presencia de sus tanques ha sido dolorosa para todos los locales. Un mal necesario, que había que aceptar debido a la difícil situación que vivía el país.
Los miembros de la minoría kurda lo ven de otra manera. Ellos saben que deben a los extranjeros la autonomía parcial en las tres provincias del norte Erbil, Dohuk y Suleimaniya. "Sin los estadounidenses, no podemos respirar bien", se lamentó el kurdo residente en Erbil Kadir Hama, de 63 años. "Nos trajeron una seguridad y bienestar que nosotros no habíamos alcanzado en años de lucha armada".
Por eso, muchos kurdos habrían preferido que la intervención de las tropas estadounidenses se prolongara. Pero para ello no hubo mayoría en el Parlamento en Bagdad, donde tienen la palabra los partidos religiosos de los chiitas.
Finalmente fracasó incluso el plan de dejar a algunos miles de soldados estadounidenses como formadores en el país, dado que los partidos chiitas no pudieron garantizar que los soldados pudieran seguir siendo juzgados por sus actos sólo por tribunales militares estadounidenses.
Los estadounidenses abandonaron Irak con una sensación desagradable. Y es que no sólo el portavoz del gobierno Al Dabbagh hace un balance amargo de la intervención. Tampoco los hechos permiten que la operación militar estadounidense iniciada en marzo de 2003 se pueda vender como un éxito.
La invasión fue justificada en su momento con una serie de mentiras y las supuestas armas de destrucción masiva de Saddam nunca fueron halladas. Costó la vida de unos 4.500 soldados estadounidenses y decenas de miles de iraquíes, otorgó al régimen iraní influencia política en Bagdad y convirtió a Irak en campo de acción para terroristas, que se basan en la ideología de la red terrorista islámica Al Qaida.
Si bien la cifra de ataques terroristas y atentados se redujo algo en los últimos cuatro años, las autoridades siguen contabilizando unos 30 actos terroristas por semana.
(*) DPA- Agencia Alemana de Prensa
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