Mario Roberto Morales (*)
GUATEMALA - El sábado 10 de diciembre, en su brillante discurso de toma de posesión como Presidenta de la Argentina, Cristina Fernández de Kirschner resumió el “proyecto político nacional, popular y democrático” del gobierno de su esposo Néstor y el suyo, como un esfuerzo colectivo en el que se le ha dado prioridad a la productividad interna mediante el apoyo a la pequeña y mediana empresa, de modo que “los pequeños se han vuelto medianos, los medianos se han vuelto grandes y los grandes se han cansado de hacer dinero”; porque cuando toda la ciudadanía ¬―y no sólo el sector privilegiado― de un país prospera, todos ganan, incluyendo a los que ya son ricos. La apuesta por un mercado interno fuerte y por un comercio exterior creciente ―dijo― han sido dos aspectos de un mismo proyecto económico.
A escasos diez años del funesto “corralito financiero” ―al que la receta neoliberal llevó al país―, Argentina es hoy una nación en perpetuo crecimiento económico y prácticamente sin deuda externa. Sobre esto, Cristina fue enfática cuando dijo: “Yo no soy la presidenta de las corporaciones. Soy la presidenta de los cuarenta millones de argentinos”. A lo cual siguió una lista de cifras que prueban con creces el éxito económico del proyecto político kirschneriano, el cual le ha devuelto a aquella nación su soberanía y, con ella, la autoestima de sus ciudadanos.
La segunda toma de posesión de Cristina como presidenta de su país es prueba de que un proyecto político nacional-popular y democrático que centre el esfuerzo económico en el apoyo financiero a la pequeña y mediana empresa, estimulando así un mercado interno dinámico que haga al país autosuficiente, es el primer paso para alcanzar la autonomía respecto de los buitres financieros internacionales que no se cansan de ofrecer préstamos impagables a las oligarquías y a los políticos corruptos que explotan el recurso natural y la mano de obra barata sin visión ciudadana, sino sólo con su inveterada miopía sectorial.
Liberada del infierno en que la hundió el neoliberalismo de Menem y compañía, Argentina se perfila ahora como un país con una economía basada en la productividad y no en los números de humo de las finanzas corporativas, que han llevado al planeta a la crisis que vive. Es de esperar que el México hundido por Salinas y amigos sea rescatado por López Obrador, a quien esta vez será más difícil robarle las elecciones. Y qué decir de la pobre Guatemala (devorada por su oligarquía torpe e inculta, sus militares sin más horizonte que el de la represión, sus políticos de tugurio y sus empresarios conservadores y a la vez pragmáticos y sin escrúpulos, cuyos capos conforman las cúpulas de la delincuencia organizada) si no que ya es hora de que se incorpore ―en la línea de Arbenz y Kirschner― al progreso capitalista por la vía democrática y mediante un Estado fuerte, eficiente y probo que regule las finanzas para basar su economía productiva en la expansión de la pequeña y mediana empresa: primer paso para lograr la autosuficiencia alimentaria, un fuerte mercado interno y el auge de las capas medias como sector mayoritario de la sociedad.
Sé que la oligarquía no entiende esto pues sus miembros escasamente han terminado la secundaria. Pero es lo que le conviene para seguir haciendo dinero. Ya que por la vía tradicional sólo va a encontrar más conflicto, más violencia y más repudio internacional.
(*) Escritor guatemalteco y colaborador de ContraPunto
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