Editorial La Jornada.
Tal es la circunstancia en la que se produjo la agresión, en aguas internacionales del Mediterráneo, contra la Flotilla de la Libertad, en las que viajaban unos 700 integrantes de organizaciones humanitarias de varias nacionalidades –turcos, principalmente– y que transportaba cerca de 10 mil toneladas de ayuda humanitaria (alimentos, medicinas, material educativo y de construcción) a la franja de Gaza, la cual padece un despiadado bloqueo por parte de Tel Aviv.
Como es su costumbre, la propaganda oficial israelí presentó a los agredidos como agresores y los acusó de haber atacado, golpeado y apuñalado
a los efectivos castrenses que tomaron por asalto las embarcaciones y dispararon indiscriminadamente contra quienes se encontraban en ellas.
Tales falsificaciones propagandísticas muestran claramente que el ataque contra las embarcaciones humanitarias no fue un caso aislado de descontrol, sino consecuencia de una decisión de Estado a la que no se le puede ver más propósito que descarrilar los esfuerzos diplomáticos que venían realizándose con miras a aliviar, así fuera en una mínima medida, la ocupación depredadora en Cisjordania y el cerco israelí contra Gaza, cuya población ha venido padeciendo actos de genocidio que evocan, de manera inevitable, la circunstancia terrible de los judíos que fueron hacinados y masacrados por los nazis en el gueto de Varsovia.
En esta perspectiva, las balas que segaron la vida de más de una decena de activistas pro palestinos habrían ido dirigidas en última instancia, y en forma por demás certera, contra la política hacia Medio Oriente emprendida por la administración de Barack Obama.
La indignación mundial generada por la agresión contra la Flotilla de la Libertad, caracterizada por gobiernos y organizaciones sociales como un acto de terrorismo de Estado, no basta, sin embargo, para poner un alto a la impunidad con la que se ha conducido desde siempre el gobierno israelí. Las manifestaciones y las muestras de repudio contra las acciones criminales de ese régimen parecen haber generado un umbral de tolerancia que permite a Tel Aviv proseguir con sus crímenes de guerra, incluso en medio del rechazo planetario.
Este fenómeno hace necesario redirigir los esfuerzos sociales de solidaridad hacia los palestinos y reformularlos en exigencias concretas dirigidas a los gobiernos de Estados Unidos y Europa occidental: las notas diplomáticas deben ser remplazadas por sanciones políticas y económicas concretas, así como por acciones judiciales orientadas a llevar a los gobernantes de Israel a las instancias internacionales de justicia. Cabe recordar, en este punto, la doble vara que ha caracterizado la conducta de las naciones ricas de occidente, las cuales arrasaron a Irak y a Serbia, y sometieron a juicio a sus ex gobernantes, por atrocidades no muy distintas de las que Israel ha cometido en la Palestina ocupada y en otras partes del mundo.
Si Washington y la Unión Europea permiten que quede impune la agresión criminal, perpetrada en aguas internacionales, contra las embarcaciones civiles que se dirigían a Gaza en una misión humanitaria, anularán con ello sus discursos a favor de la legalidad internacional, los derechos humanos y la justicia, y el mundo avanzará no hacia la civilización, sino hacia el salvajismo.
No contengan el aliento.
Basta leer la timorata declaración de la Casa Blanca: el gobierno de Obama trabaja para entender las circunstancias que rodean a la tragedia
. Ni una sola palabra de condena. Eso es todo. Diecinueve muertos. Apenas una estadística más que añadir a la cuenta de Medio Oriente.
Pero no lo es.
En 1948, nuestros políticos –estadunidenses y británicos– lanzaron una incursión aérea de socorro sobre Berlín. Una población que moría de hambre (y que apenas tres años atrás era nuestra enemiga apenas tres años atrás) estaba rodeada por un ejército brutal, el ruso, que había erigido una muralla en torno a la ciudad. La incursión a Berlín fue uno de los grandes momentos de la guerra fría. Nuestros soldados y nuestros pilotos arriesgaron y dieron la vida por aquellos alemanes desfallecientes.
Increíble, ¿verdad? En aquellos días, nuestros políticos tomaban decisiones; nuestros líderes tomaban decisiones para salvar vidas. El primer ministro Attlee y el presidente Truman sabían que Berlín era importante en términos morales y humanos, no sólo políticos.
¿Y hoy? Personas comunes y corrientes –europeos, estadunidenses, sobrevivientes del Holocausto (sí, por Dios, de los nazis)– fueron quienes tomaron la decisión de ir a Gaza, porque sus políticos y estadistas les habían fallado.
¿Dónde estaban nuestros políticos este lunes? Bueno, tenemos al ridículo Ban Ki-moon, la patética declaración de la Casa Blanca, y la expresión de profundo pesar y conmoción por la trágica pérdida de vidas
de nuestro querido señor Blair. ¿Dónde estaba Cameron? ¿Dónde estaba Clegg?
Allá en 1948, habrían desdeñado a los palestinos, por supuesto. Después de todo, es una terrible ironía que la incursión aérea en Berlín coincidiera con la destrucción de la Palestina árabe.
Pero es un hecho que personas ordinarias –llámenlos activistas, si quieren– son las que ahora toman decisiones para cambiar el curso de los acontecimientos. Nuestros políticos son demasiado endebles, demasiado cobardes para tomar decisiones que salven vidas. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué este lunes no escuchamos palabras valerosas de Cameron y Clegg?
Porque es un hecho, sí o no, que si algunos europeos (y sí, los turcos son europeos, ¿o no?) hubieran sido asesinados por cualquier otro ejército de Medio Oriente (y eso es el ejército israelí, ¿o no?), entonces sí habría oleadas de indignación.
¿Y qué dice esto de Israel? ¿Acaso Turquía no es su aliada cercana? ¿Es esto lo que los turcos pueden esperar? El único país aliado de Israel en el mundo musulmán dice que ha sido una masacre… y a Tel Aviv parece no importarle.
Pero, bueno, tampoco pareció preocuparse cuando Londres y Canberra expulsaron a diplomáticos israelíes luego que se falsificaron pasaportes británicos y australianos y se entregaron a los asesinos de Mahmoud al-Mabhouh, comandante de Hamas. No le importó cuando anunció nuevos asentamientos judíos en tierra ocupada en Jerusalén oriental en momentos en que Joe Biden, el vicepresidente de su antiguo aliado, Estados Unidos, estaba en la ciudad. ¿Por qué habría de inquietarse ahora?
¿Cómo llegamos a este punto? Tal vez porque nos acostumbramos a ver a los israelíes matar árabes; tal vez los israelíes se acostumbraron a matar árabes. Ahora matan turcos. O europeos.
Pero algo ha cambiado en Medio Oriente en las 24 horas pasadas, y los israelíes (a juzgar por su extraordinariamente estúpida respuesta política a la matanza) no parecen haberse dado cuenta de ello. El mundo está cansado de estos hechos indignantes. Sólo los políticos callan.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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