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jueves, 24 de junio de 2010

Vísperas de Toronto


Jorge Eduardo Navarrete

En más de un sentido, el Grupo de los Veinte (G-20) concluye, este fin de semana, un periodo de gestación, iniciado hace nueve meses en Pittsburg, cuando fue proclamado locus primario para la cooperación económica y financiera internacional, relegando al G-7 y sus adláteres, que habían jugado ese papel por demasiado tiempo. Es de esperarse que el alumbramiento no sea el del ridículo ratón que suele surgir del parto de los montes. A diferencia de la cumbre de Washington, reunida en noviembre de 2008 en pleno vendaval financiero, y de las celebradas en Londres y Pittsburg en abril y septiembre del año siguiente, en medio de una severa recesión económica que afectaba a todas las economías del grupo (salvo Australia, China, India e Indonesia), la de Toronto ocurre en un ambiente global menos angustioso, tras de que, en el primer trimestre de 2010, todas ellas lograron reactivar su crecimiento (excepto España y Reino Unido), aunque éste sea débil e insuficiente para superar las caídas en la producción y, sobre todo, el empleo provocadas por la crisis. De alguna manera, la urgencia de impulsar la recuperación, restaurar las finanzas y abatir la desocupación, que presidió las anteriores cumbres, parece disiparse y ser sustituida por preocupaciones relacionadas con la pronta corrección de los desequilibrios fiscales, la inmediata reducción de los niveles de endeudamiento y el temor de que resurjan las presiones inflacionarias. Estas inquietudes resultan incongruentes con la todavía en buena medida postrada situación de la economía y las finanzas mundiales, que no ha conjurado el riesgo de fuertes recaídas. Compartirlas equivale a aceptar que la orientación de conjunto de la economía mundial sea dictada por los mismos operadores financieros privados –bancos, instituciones financieras y agencias calificadoras– que hace dos años desataron la crisis y que ahora deciden la fuerza y oportunidad de los nuevos ataques especulativos. De este modo, el enfrentamiento entre quienes proponen pasar cuanto antes a políticas de consolidación y los que pugnan por mantener lo esencial de las políticas de impulso marca la tensión que caracteriza a estas vísperas de Toronto.

Esta tensión atraviesa el comunicado de la reunión de principios de junio de los ministros de Finanzas y gobernadores de bancos centrales del G-20, preparatoria de la cumbre. El júbilo por una reactivación económica más pronta y más rápida que la prevista se ve atemperado por la reciente volatilidad de los mercados financieros, a la que se alude como una suerte de fenómeno inevitable que nos recuerda que persisten desafíos significativos y subraya la importancia de la cooperación internacional. Parece que más que seguir combatiendo el estancamiento y el desempleo y preocupándose por la economía real, hay que responder a esa volatilidad financiera con medidas recesivas que aborten la incipiente reactivación. Además, la cooperación internacional, expresada en la coordinación de políticas económicas, debe tener en cuenta la necesidad de que nuestros países apliquen medidas creíbles, favorables al crecimiento, que produzcan sustentabilidad fiscal y que sean diseñadas y puestas en práctica según las circunstancias nacionales. Esta última cláusula del comunicado puede leerse como un réquiem a la coordinación de políticas, que exige ver más allá de las coyunturas nacionales, y a las acciones de impulso al crecimiento, consideradas como fiscalmente insostenibles.

Otro párrafo del mismo comunicado revela el predominio de las posiciones ortodoxas: Saludamos los recientes anuncios de algunos países [léase Grecia, España, Portugal, Reino Unido, Alemania y Francia, por lo menos] de reducir sus déficit en 2010 y fortalecer sus instituciones y posiciones fiscales. [...] Esto dará seguridad a la recuperación en marcha. Ha habido una apreciación casi unánime de que las políticas de ajuste recesivo y contracción del gasto anunciadas por los tres primeros de esos países han sido probablemente excesivas, como sin duda lo son en el caso de los tres últimos. A lo que dan la bienvenida los funcionarios del G-20 es al abandono de las políticas de estímulo y al retorno a la austeridad a ultranza para preservar los cotos de caza del sector financiero en la economía real. Nadie debe sorprenderse si se revierte la naciente reactivación de Portugal, Francia y Alemania (que crecieron menos de 2 por ciento en el primer trimestre) y si se agudiza la continuada contracción de España, Grecia y Reino Unido (que registraron un trimestre más de crecimiento negativo).

Este deprimente panorama se vio atemperado por la carta que el presidente Obama dirigió a sus colegas del G-20 el pasado 16 de junio. Para salir al frente a las expresiones equívocas –como las antes citadas del comunicado de ministros y gobernadores– aclara: La más alta prioridad en Toronto debe ser salvaguardar y fortalecer la recuperación. [...] Debemos asegurar el apoyo público necesario para conseguir un fuerte crecimiento económico. Es esencial que consigamos una reactivación autosostenida que genere los empleos adecuados que la gente reclama. Si la confianza en la fortaleza de la recuperación disminuye, debemos responder de nuevo, con la velocidad y vigor necesarios, para evitar la contracción económica. Vaya varapalo para el señor Geithner y sus colegas: son el crecimiento y el empleo, ¡estúpidos!

(La página web de Los Pinos registra entre el 16 y el 23 de junio varias cartas de Calderón: de felicitación a presidentes electos y equipos de futbol. No hay referencia a que se haya respondido, o recibido siquiera, carta de Barack Obama.)

El otro gran tema de Toronto es, por supuesto, la regulación de bancos, instituciones financieras y agencias de calificación. Parece haber un ambiente favorable para avanzar en acciones que aseguren que sean las instituciones mismas las que paguen los descalabros que causan, a través de fórmulas impositivas o de reservas o depósitos ad hoc. Habrá que volver a este tema a la luz de lo que ocurra en Toronto.

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