Acabo de llegar a Washington para el concierto de mañana. El de anoche en el teatro de la Universal, en Los Angeles, fue uno de los más ajustados que hemos hecho. Salvo un par de acordes que olvidé en Sinuhé, lo demás quedó donde debía. En el público hubo mucho entusiasmo, se notaban la espera y los deseos. Muchos cubanos. Entre ellos, por la voz y por lo que gritaba, estaba el Dennis, un trovadicto de La Víbora, muy socio de Santiago Feliú en sus primeros años. El Dennis nos gritaba su amor, decía que yo era el mismo, que se sentía en una descarga universitaria, que el concierto no había tenido propaganda y aún así ¡mira como está esto! Y en una de las repeticiones de A dónde van dijo, bajito pero lo escuché: a Cuba. Eso me apretó un poco la garganta porque estos conciertos han sido encuentros con lugares y personas que nunca había visto, pero también reencuentros con partes de mi vida y mi país. Esa ha sido una zona de alegría especial y a la vez de tristeza que ha flotado.
El concierto de anoche fue también inolvidable porque en la mañana de ayer se nos murió Tula, nuestra perra más entrañable. Era una pastora alemana de 13 años que ya tenía muchos achaques. Llegó a nuestra familia con 40 días de nacida, en julio de 1997, cuando Niurka acabó sus estudios en París y empezamos a vivir juntos. Tula es para siempre uno de los primeros encantos que tuvo nuestro hogar. Pienso que de alguna manera nuestra vieja amiga estuvo echada anoche entre Niurka y yo, mientras duró el concierto. No tengo otra forma de explicar algo de mágico que hubo.
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