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miércoles, 6 de junio de 2018

Cruzada contra el avance político


El reciente anuncio de sanciones a Venezuela por parte de la Unión Europea, Estados Unidos y Canadá, marca otra etapa en la guerra de las grandes potencias contra el avance político en América Latina. Son medidas tomadas por separado, pero descubren una línea de acción adoptada en conjunto. 
El liderazgo de Hugo Chávez impulsó cambios en la correlación de fuerzas a nivel político en América Latina. A finales de la década de 1990, el imperialismo trató de impedir su triunfo electoral, y hasta el año 2012 trató de derrocarlo y de aniquilar su influencia en el continente.
Contra el gobierno encabezado por Nicolás Maduro, Estados Unidos ha dirigido la guerra económica y el apoyo a quienes buscan el restablecimiento de la derecha.
Barack Obama, tras declarar (Orden Ejecutiva del 9 de marzo 2015) que Venezuela representa para Estados Unidos “una amenaza inusual y extraordinaria”, anunció un paquete de sanciones, y a este paquete se han sumado otros.
En el inicio del presente año, Donald Trump propuso un bloqueo al petróleo venezolano, y envió a Rex Tillerson (secretario de Estado hasta abril pasado) a una gira por América Latina para formalizar el apoyo de los gobiernos de Argentina, México, Perú y Colombia.
La Unión Europea y el de Canadá, con sus sanciones, intentan estrechar el cerco económico y otorgar a la acción política un carácter global, aunque la oposición de China y Rusia (entre otros países con grandes economías) constituye un obstáculo en el logro de esa meta.
¿La derecha en posición de ataque?
El hecho de que, a pesar de la crisis y de las carencias que ha impuesto la guerra económica, más de 6 millones de venezolanos sufragaran el pasado mes por Nicolás Maduro, revela hasta qué punto el rechazo a las políticas elitistas ha penetrado en amplios sectores de la población.
A la misma reflexión mueve el triunfo de Alianza País en Ecuador. Lenin Moreno aplica una política abiertamente neoliberal, pero esa realidad no despoja de su significación el voto emitido a su favor, que fue contra los sectores de derecha y por la continuidad de un proceso de avance político.
La derecha logró posicionarse en Argentina y en Chile y mantener su posición en Colombia. En Ecuador, impuso su programa a partir de la traición de un candidato de la izquierda. Esto no significa, sin embargo, que esté destinado al triunfo todo intento de revertir el avance político en América Latina.
¿Hasta cuándo logrará el poder mediático ocultar el sello de la ilegitimidad impreso por jornadas de protesta como las que tuvieron lugar la semana pasada en Argentina, por ejemplo.
El carácter antipopular de las políticas neoliberales es inocultable.
Las recientes protestas en Nicaragua, cuya alta carga de violencia es colocada como costal a los sectores de izquierda, resultaron de medidas abiertamente neoliberales tomadas por el gobierno encabezado por Daniel Ortega Saavedra.
La pretendida imposición de un pago del 5 por ciento de su ingreso mensual a las personas pensionadas y el aumento de casi un uno por ciento a los asalariados, ambos cargos para reformar la seguridad social, son medidas impopulares.
El aumento de la carga a los empresarios, que también estaba contemplado, solo podría ser aceptable si el gobierno estaba en capacidad de impedir que la carga le fuera trasladada de manera directa a los trabajadores.
Las medidas fueron revocadas y la violencia ha continuado en las calles, lo cual hace pensar que la clase dominante tiene las manos metidas en estas acciones, pero las concesiones en aspectos esenciales pueden ser altamente costosas en momentos como este, algo que no debieron ignorar Daniel Ortega y sus asesores.
Por la misma razón, uno de los grandes retos del gobierno que se inicia en Venezuela, es la búsqueda de mecanismos con alta participación popular para enfrentar la guerra económica. El pueblo es afectado por esa guerra y debe ser palpable el enfrentamiento a quienes la sostienen.
El doble rasero
El imperialismo impone sanciones a Nicaragua, pero pretende instalar un gobierno que tome, y no revoque, medidas neoliberales como las que pretendió tomar Daniel Ortega. Y más aún, que reparta la carga entre trabajadores y pensionados y no afecte a los empresarios, porque rebajar los impuestos al gran capital es lo que manda la derecha, no aumentárselos.
Para ese gobierno, cambiaría el calificativo a las acciones de represión. Ya lo hizo en Honduras, cuando en diciembre pasado aupó la reelección de Juan Orlando Hernández en una elección (de algún modo hay que llamar al adefesio electorero) abiertamente fraudulenta. 34 muertos causó la represión a las protestas contra el fraude, pero Juan Orlando Hernández es un demócrata reconocido como tal por el imperialismo. ¡El colmo del retorcimiento!
Igual que con las sanciones a Venezuela, son medidas que afectan a la población y los estrategas lo saben. Es inocultable, pues, el sello clasista de estas políticas.
Arrodillar a Venezuela es una vieja meta, y Donald Trump y sus aliados europeos tratan de lograrla incrementando las carencias y sacrificando a la población.
El imperialismo actúa contra los pueblos. ¿Cómo calificar un crimen de semejante magnitud y alcance?
Es palpable también el caso de Colombia, donde han sido asesinados en el presente año (sin incluir los casos ocurridos después del 10 de mayo) 47 líderes sociales y 22 exguerrilleros, y el gobierno encabezado por Juan Manuel Santos ha ignorado la denuncia, documentada por organizaciones sociales, de que hay organismos paramilitares en acción y cuentan con el apoyo de las Fuerzas Armadas y de empresarios colombianos.
Hay que citar, además, la política de exterminio de jóvenes en Argentina. En menos de dos años, los cuerpos argentinos de represión mataron 725 jóvenes argentinos. Es el saldo de la represión ejercida en momentos distintos y mediante métodos distintos (hasta atropellan con vehículos a grupos que protestan).
El poder mediático y la estructura social clasista contribuyen a invisibilizar políticas de este tipo, pero hay que denunciarlas como criminales por definición y esencia.
Fuera de la región, pero no menos escandaloso, es el caso de la masacre en Palestina. Estados Unidos vetó en la Organización de las Naciones Unidas la condena por la masacre al criminal gobierno de Israel.
Luis Almagro, secretario de la OEA y siervo fiel de Estados Unidos. Hace unos días, reaccionó ante el traslado a Jerusalén de la embajada de Estados Unidos y de otras embajadas latinoamericanas diciendo que “Jerusalén es la capital de Israel”. Volvió a ignorar el costo en sangre, ¡porque hasta ahí llega su seguidismo y su compromiso con Donald Trump!
Hablemos de futuro
El ordenamiento neoliberal se sirve de la represión abierta en y de veladas políticas de exterminio con sello clasista.
No es casual que Mauricio Macri se reuniera personalmente con un policía (Luis Chocobar) acusado de ejecutar a un joven sospechoso. En los casos de Colombia, México y Honduras, el compromiso de los gobernantes con políticas de este tipo también es notorio, pero eso no es tema de análisis en la prensa dominada por el gran capital, porque son políticas a favor de la propiedad.
Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea, no cercan a estos gobiernos ni apoyan acciones de boicot contra ellos, porque los tienen como peones.
Ellos se han prestado a convertirse en obstáculos para la construcción de la Patria Grande, y a mantener a la Organización de Estados Americanos como un organismo al cual todavía le cabe el calificativo de Ministerio de Colonias.
Los procesos revolucionarios de América Latina tienen el reto de superarse a sí mismos y de sacar de sus entrañas grandes males, pero la derecha es parte del problema, no de la solución. La prueba es que sus políticas son contrarias a los intereses de las mayorías… La humanidad seguirá buscando vías contrarias al capitalismo… No lo van a impedir las grandes potencias. 

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