El próximo 1 de julio
serán las elecciones presidenciales en México. Todo parece indicar que
Andres Manuel López Obrador (AMLO) va a obtener la victoria. El
candidato de la coalición "juntos haremos hitoria" (Morena-Partido
Encuentro Social y Partido del Trabajo) tiene más del 50% de intención
de votos según diferentes encuestas. Tiene una cómoda ventaja de casi
20% sobre su seguidor más cercano, Ricardo Anaya, que representa a la
alianza PAN-PRD. En un tercer lugar está José Antonio Meade del PRI,
quien apenas tiene 20% de la intención por el voto aproximadamente.
Jaime Rodríguez Calderón (el "Bronco"), candidato independiente, tiene
cerca de 3% en las encuestas. En lo que va de las campañas AMLO ha ido
subiendo en las encuestas. Esta vez no ha cometido errores de discurso,
se ha mostrado muy pacífico y la llamada "guerra sucia" contra él, una
campaña mediática contra él que busca ligarlo a Hugo Chávez, al
populismo, la revolución bolivariana, a Trump y a los intereses
geopolíticos rusos simplemente no ha generado ningún efecto entre los
votantes.
Si López Obrador gana la presidencia sería algo histórico.
No sólo porque sería el primer presidente identificado con la izquierda
en llegar a la presidencia de México desde los tiempos de Lázaro
Cárdenas, que gobernó de 1934 a 1940. Sino porque mostraría que esta vez
la voluntad popular mayoritaria se va a imponer en un país que tiene
débiles instituciones democráticas. Ahora las élites tienen muy difícil
el contexto para imponer un fraude, porque ahora, el escenario es muy
distinto a 2006: escasa diferencia en las encuestas entre AMLO y Felipe
Calderón, una guerra sucia que surtía efectos, una élite unificada en
contra de él, un poder mediático muy fuerte de las televisoras etc.
Ahora ninguno de esas condiciones se da.
Pero hay más. La posible
victoria del tercer intento de AMLO por llegar a la presidencia se da en
un contexto de agotamiento de las instituciones y los discursos
neoliberales. En el tema institucional, queda claro que hay un gran
desgaste porque estas son incapaces de evitar la corrupción, la
inseguridad y la violación de los derechos humanos. Con el regreso de
Enrique Peña Nieto la corrupción se desató a niveles escandalosos. Casos
de corrupción que ocurrieron en este sexenio son la "estafa maestra",
Odebrecht, la "casa blanca", el saqueo de Javier Duarte de las arcas del
Estado de Veracruz, entre otros (como las dos fugas de Joaquín el Chapo
Guzman). La inseguridad no disminuyó. Al contrario, se incrementó, a
tal punto que este sexenio fue uno de los más violentos en la historia
reciente del país (cerca de 90 mil asesinados, el secuestro y la
extorsión también han aumentado). La violencia se desató por todo el
país. De las 10 primeras ciudades más peligrosas del mundo, 5 son
mexicanas (Los cabos, Acapulco, Tijuana, La Paz y Ciudad Victoria).
Sobre la violación de los derechos humanos tenemos casos como la
desaparición forzada como los 43 de Ayotzinapa, el asesinato de
periodistas (como los de la colonia Narvarte de la Ciudad de México) y
los feminicidios (de 2007 a 2016 han muerto 22 mil 482 mujeres, según el
INEGI).
Hay un gran malestar social que se ha alimentado además por
la falta de crecimiento económico, disminución de la pobreza y por los
crecientes "gasolinazos" que han ido encareciendo los precios de los
bienes de la canasta básica. En ese contexto la campaña sucia contra
AMLO ya no funciona, pues la gente ya no se impresiona por lo que ocurre
en Venezuela, pues en algunos aspectos México está igual o peor que ese
país. La narrativa neoliberal antipopulista ya no se reproduce tan
fácilmente porque la gente identifica en México lo mismo que se critica
en Venezuela: gobiernos autoritarios (acá han reprimido de manera brutal
a movimientos sociales como a los maestros de la CNTE y estudiantes de
las normas rurales).El manejo de las finanzas públicas ha sido
irresponsable (la corrupción de los políticos es enorme), se han
aplicado políticas económicas ineficaces (no han impulsado el
crecimiento económico), hay inflación (por los gasolinazos), hay
violencia (ahora mismo la ciudad más violenta del mundo es Los Cabos en
Baja California Sur, por encima de Caracas). Incluso en México hemos
tenido saqueos. En 2017 se organizaron saqueos a supermercados en
diferentes partes del país.
Y por si fuera poco, el contexto
económico internacional es adverso a las élites neoliberales. En
particular la victoria de Donald Trump ha puesto de manifiesto el
carácter caduco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN). Ese presidente ha humillado a los mexicanos y ahora amenaza con
construir un muro que tiene una importancia simbólica para su gobierno,
más que ser una via eficaz para evitar los flujos migratorios. El
"libre mercado" ya no tiene el prestigio que tuvo en la década de los
noventa, y ahora vemos más prácticas proteccionistas en diversas partes
del mundo.
Poco a poco se ha ido dando un proceso de agotamiento
del régimen socioinstitucional neoliberal en México. El hartazgo ahora
es generalizado. Aunque en algunos lugares se expresa de manera más
cruda que en otros. Tales son los casos de la formación de grupos de
autodefensa y policia comunitaria que hacen lo que el gobierno no puede:
protegerlos de la depredación del crimen organizado.
En este
contexto México enfrenta un creciente desgaste que puede convertirse en
lo que Antonio Gramsci llama "crisis orgánica del régimen", pues el
hartazgo de la gente puede minar la "dominación por consentimiento" que
hace posible la estabilidad del gobierno. Pero el tema es muy delicado,
porque incluso en varios lugares del país el gobierno ha perdido lo que
Max Weber llama "el monopolio del uso legítimo de la violencia". La
gobernabilidad en México es débil, por lo que no es descabellado hablar
de un estado fallido.
Es en este contexto nacional e
internacional de crisis orgánica del régimen neoliberal en el cual hay
que comprender la emergencia del liderazgo de AMLO.
Pero cabe
preguntar: ¿Exactamente qué está liderando AMLO? Se trata de un bloque
interclasista que va desde multimillonarios que son parte de la lista de
Forbes de los hombres más ricos (como Ricardo Salinas Pliego, dueño de
Tv Azteca), grandes líderes sindicales charros (como Napoleón Gómez
Urrutia), líderes sociales como Nestora Salgado (ex-presa política,
comandante de la policia comunitaria), políticos que tienen un pasado
ultra-reaccionario (como Manuel Espino, miembro del anticomunista
yunque), así como intelectuales ligados a la izquierda bolivariana (como
Paco Ignacio Taibo II entre otros). Así como jóvenes de escuelas de
élite que participaron en yosoy132 (como Antonio Attolini). El apoyo
popular de AMLO es muy amplio. Va desde las llamadas clases medias hasta
miembros de la clase trabajadora. Ahora todo mundo es "obradorista".
Incluso el propietario de Televisa, Emilio Azcarraga, se dice ahora muy
cercano de AMLO.
¿Cómo es posible que en un mismo partido y en un
mismo bloque social haya uniones políticas que en otros contextos
históricos serían imposibles? La respuesta parte de un concepto
fundamental de Antonio Gramsci: hegemonía. AMLO ha ido construyendo su
hegemonía, poco a poco, desde que decidió romper con las élites
burocráticas del PRD y fundó Morena. Una vez fundado ese partido, pasó a
tejer una serie de alianzas muy pragmáticas. También pasó a moderar su
discurso (y gestos), de tal modo que ha logrado revertir la imagen que
grupos mediáticos ultraderechistas le generaban para asociarlo con
intolerancia y autoritarismo.
Pero también ha sabido identificar
qué demandas populares son las que unifican, de manera transversal
(interclasista) a la mayoria de mexicanos: a) erradicar la corrupción y
b) generar paz en México. Con esas dos demandas, ricos y pobres, gente
que tiene pensamiento de derecha, centro, o izquierda, pueden estar de
acuerdo. El proyecto de nación de Morena incluye más puntos que pueden
leerse como continuidades con el neoliberalismo, sobre todo en el plano
de lo económico. Pero eso, frente a la crisis social (y de derechos
humanos) que enfrenta México, aparece como algo invisibilizado (a la
mayoría de la gente no le molesta que AMLO mantenga la "disciplina
fiscal", ni el llamado "equilibrio macroeconómico", ni que en su
proyecto no se planteen medidas de redistribución de la riqueza). No
porque esto no sea importante, sino porque ahora mismo no tiene el mismo
nivel de urgencia que si tiene resolver el saqueo y despilfarro de las
finanzas públicas por parte de políticos, los asesinatos de ciudadanos,
periodistas, la desaparición forzada, los feminicidos, etc.
El
liderazgo de AMLO también se explica por los severos errores políticos y
la arrogancia de la élite que ha gobernado México desde hace más de
treinta años. Esa élite está compuesta por empresarios, políticos y
tecnócratas con nombres y apellidos. Ellos han fallado en satisfacer las
dos grandes demandas populares que ha enarbolado AMLO. Esta situación
de enriquecimiento por medio de corrupción en el arriba social, mientras
que abajo haya un clima de enorme inseguridad, violencia, represión y
hartazgo, ha generado lo que Ernesto Laclau caracteriza como la
formación de un "ellos-élite" y un "nosotros-pueblo" en la mentalidad de
la mayoria de la gente. AMLO ha sabido leer bien esta "situación
populista" y ha nombrado al "ellos-élite" en claves mexicanas: "la mafia
del poder". Esto ha generado una cierta unidad ideológica en amplios
sectores del país que identifican en AMLO a un gran líder
AMLO se
puede convertir en una figura-símbolo, muy parecida al peronismo que
tanto teorizó Ernesto Laclau. AMLO mismo se puede convertir en un
"significante vacio", un símbolo muy general, abstracto, que unifica a
diferentes sectores de la población porque carece de contenido (no es ni
socialista, ni capitalista, ni neoliberal). Donde cada sector social le
da el contenido que ellos proyectan de si mismos. Una especie de espejo
donde diferentes sectores sociales se ven reflejados a si mismos y sus
propias demandas y aspiraciones.
En México ya empezamos a ver
diferentes expresiones políticas del obradorismo: obradoristas de
derecha (como Manuel Espino), obradoristas de izquierda (Paco Ignacio, o
Gerardo Fernández Noroña). Obradoristas de élite (como el
multimillonario Ricardo Salinas Pliego), así como expresiones
obradoristas subalternas (habitantes de colonias populares que hacen
suyo, en un plano folckórico, el símbolo de "el peje"). Pero todos ellos
conviven dentro de un mismo bloque social, popular, donde lo que media
entre ellos es la hegemonía de AMLO. Pero aún está formarse de una
manera más clara esas ideologías o visiones del mundo. Y justo es aquí
donde el papel que pueden tener sus ideólogos cercanos (como el gran
filósofo Enrique Dussel o el politólogo John Ackerman ) puede ser clave.
La ideología política obradorista aún está por formarse. Pero están las
condiciones de posibilidad para ello.
La "mafia del poder", pese
a su guerra sucia ahora es impotente pues no pueden frenar el ascenso
del populista AMLO. Y esto es así porque ahora mismo hay una hegemonía
que se ha construido entorno a él. Él emarca la agenda pública, el que
pone los términos del debate, el siempre lleva la iniciativa, mientras
los demás partidos políticos son sólo reacciones en contra de él.
Recordemos que para Gramsci, cuando se se dan las crisis orgánicas del
régimen, pueden darse algunas tendencias que pueden llevar a reacomodos.
Uno de ellos es el "cezarismo", que consiste en un liderazgo fuerte,
carismático, con gran apoyo social, que puede impulsar cambios para
restablecer la gobernabilidad. Pero el "cezarismo" puede ser de
progresista o reaccionario. En Estados Unidos claramente tenemos un
cezarismo reaccionario (que con Trump se ha despertado y desatado el
racismo), mientras que puede ser que en México tengamos un cezarismo
progresista que va a requerir de amplias movilizaciones sociales para
lograr conquistas sociales.
Si es que Morena gana, se levantará
la moral de gran parte del pueblo mexicano que lleva décadas soñando con
un cambio. Se despertarán esperanzas dentro y fuera de México. Adentro
porque el pueblo mexicano gozará la derrota de la mafia (quitarle la
millonaria pensión a los ex-presidentes mexicanos será motivo de fiesta
nacional). Fuera de México se verá a López Obrador como parte de un
nuevo ciclo progresista internacional.
Me parece bien que Morena
gane. Pero no hay que perder de vista que después vendrán los
equilibrios de poder imposibles típicos del capitalismo neoliberal. No
olvidemos que en el capitalismo hay clases sociales con intereses
materiales contrapuestos. Los grandes empresarios que hoy apoyan a AMLO
demandarán más reformas neoliberales y más concesiones para sus
negocios. Los trabajadores, si es que se organizan, demandarán mejores
salarios y mejores condiciones laborales. Habrá movimientos sociales que
exigirán echar atrás las reformas neoliberales (como los maestros de la
CNTE que buscarán revertir la mal llamada reforma educativa). Las
llamadas clases medias exigirán más oportunidades de ascenso social,
etc. Habrá un punto en el cual López Obrador no podrá satisfacer a todos
y tendrá que tomar partido. El punto es que si decepciona a las mayoría
de la población, pasará lo que describió Wilheim Reich para el caso de
la socialdemocracia de la república de Weimar: el desengaño llevará a la
psicología de masas de los trabajadores hacia la derecha, no hacia la
izquierda, porque la gente pensará que ahora "la izquierda" será quien
gobierna. Mientras tanto, hoy como en aquel momento, se carece de un
proyecto político radical que pueda ser opción a la tibieza de Morena.
Si AMLO gana la presidencia se abrirá un a oportunidad para que Morena
inicie la construcción de un nuevo bloque histórico. Gramsci entiende
por bloque histórico una unidad orgánica entre economía, cultura y
política. Y para eso se va a requerir de saber gobernar, saber construir
y mantener la hegemonía (atendiendo demandas sociales) así como saber
reorganizar la economía para dejar atrás los lastres de un
neoliberalismo cada vez más caduco.
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