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domingo, 12 de septiembre de 2010

ALEPH: ¡Uy, las feministas!


Carolina Escobar Sarti
Del tamaño de nuestros monstruos son nuestros miedos. Nos asusta lo que no conocemos, lo que no sabemos, lo que propone quebrar el sacrosanto orden en que crecieron los abuelos, lo que nos saca “de los laberintos de nuestro propio ombligo”, como diría un buen amigo. De ahí que el feminismo suene amenazador aún para muchas personas en nuestro país, aunque, afortunadamente, cada vez para menos.

De entrada, algunas personas me han dicho que no les gusta el sufijo “ismo” en la palabra, porque consideran los “ismos” parte de una moda políticamente correcta, asociada a una ideología que, por supuesto, no es la de ellas. Lo raro es que a esas personas solo les asustan algunos “ismos” de los discursos modernos y posmodernos, porque en la práctica se adhieren o le dan importancia menor a otros como fascismo, machismo, colonialismo, neoliberalismo y racismo, que vienen de tiempo atrás.

Pero dejando las cuestiones estéticas por un lado, a otras personas que, por cierto, jamás han leído nada sobre el feminismo, se les antoja adoptar para sí el estigma que pesa sobre las feministas: todas odian a los hombres y quieren ser como ellos. No cabe duda de que la ignorancia es audaz. Claro que el proceso de maduración feminista ha demandado históricamente romper primero con un sistema de dominación (casi a modo de terapia de shock) que lleva más de 25 siglos de presencia, y que, por su propia definición, tiene a un género en condición de subordinación respecto de otro, pero las generalizaciones siempre nos hacen trivializar asuntos mucho más profundos.

Por ejemplo, la burka, que tiene a millones de mujeres del mundo árabe sometidas a las formas de represión y exclusión más brutales, no es un simple símbolo cultural. Es un símbolo de la opresión. Ahora bien, en un momento de la historia, el conservador gobierno de George Bush, que reprimiera las políticas sexuales y reproductivas e impulsara la corriente del creacionismo sobre el evolucionismo en su propio país, usó la burka para condenar a un país al que le armó la guerra y, con ello, vació de contenido las denuncias feministas que han llegado desde hace años desde distintas partes del mundo, con relación a este problema.

Paradójicamente, cuando Affaire Sohaue, una joven árabe que vivía en las áreas marginales de Francia, fue quemada viva por unos jóvenes, para castigar a su novio, que se había pasado por un territorio prohibido, muchos dijeron que si hubiera tenido la burka, no la hubieran quemado. Así, la burka terminó siendo un símbolo de satanización y protección al mismo tiempo, según la visión de cada quien. Pero las feministas sabemos que, si bien ese velo que cubre todo el cuerpo no puede ser disociado de todas las demás prácticas sociales perversas que se ejercen sobre las mujeres en aquel contexto, también estamos conscientes de que no es el velo el que tiene que proteger a una mujer, sino las leyes de un país democrático que las considere en su condición de ciudadanas.

En el mundo entero, la segunda causa de muerte de mujeres en el mundo sigue debiéndose a la violencia ejercida por los hombres que, generalmente, conviven con ellas en sus ambientes. Eso sería más que suficiente para hablar de un sistema de dominación basado en antivalores como la violencia, el odio a las mujeres y el autoritarismo. Pero de ahí a que todas las feministas odien a los hombres o quieran ser como ellos, la distancia es mayúscula. Hay más odios quizás entre las mujeres no feministas que, como mecanismo comprensible de sobrevivencia, se niegan a decir en recio lo que sienten o que se distancian de las feministas por considerarlas traidoras a su mandato “natural”.

Temas como los anteriores y otros fueron debatidos en un conversatorio que recientemente fuera organizado por Flacso, Pnud, Idei y el Instituto Universitario de la Mujer, al cual llegamos mujeres y hombres. La doctora Annie Sugier, como expositora principal, hizo una exposición cálida, rigurosa y brillante sobre el feminismo. Siendo ella contemporánea y amiga de Simone de Beauvoir, presentó una parte de la película Quiero todo de la vida. La Libertad según Simone de Beauvoir. Nos quedamos con ganas de más, porque nunca basta una jornada para filosofar y aterrizar.

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