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sábado, 8 de septiembre de 2018

Guerra de poder contra Francisco


Bernardo Barranco V.

En el libro Luz del mundo (2010) el papa Benedicto XVI reconoce que la pederastia y los escándalos de abusos clericales han constituido los momentos más difíciles de su pontificado. En ese sentido, en su despedida, el jesuita Federico Lombardi, como vocero de la sala de prensa del Vaticano, en un repaso retrospectivo, recordó que los momentos más difíciles que afrontó fueron las crisis por los abusos sexuales de menores. Sin embargo, el papa Francisco no tomó nota suficiente del riesgo que conllevan los escándalos de abuso sexual a menores por parte del clero. A cinco años de su pontificado se desencadenaron verdaderos tsunamis para los cuales no estaba preparado. Ya no se trata de investigaciones periodísticas que fueron descalificadas como agresiones mediáticas tendentes a desprestigiar a la Iglesia.
Ahora los gobiernos fueron los que llevaron a cabo pesquisas utilizando los archivos diocesanos confiscados. El número de casos se multiplica, porque son investigaciones de Estado, vinculantes, y nos ofrecen un cuadro aterrador de pestilencia, sodomía y diversos tipos de patologías que señalan a un número importante de sacerdotes católicos. Así, los gobiernos de California y Pensilvania (Estados Unidos), Irlanda, Australia y Chile han develado cifras y casos aterradores que siguen el mismo patrón que indigna.
Nos referimos al ocultamiento, la complicidad y el encubrimiento de las más diversas estructuras de la Iglesia. Desde la parroquial, ámbitos diocesanos, hasta los más altos niveles de la jerarquía en Roma. Marcial Maciel sigue siendo un paradigma de la protección eclesiástica que contó con la complicidad delincuente de autoridades, empresarios y de medios de comunicación.
Justo cuando Francisco sortea diversas crisis que estallan casi de manera simultánea, como la renuncia del episcopado chileno, surge el caso del cardenal estadunidense Theodore McCarrick, acusado de violación. El informe de Pensilvania narra con estupor más de mil casos de abusos a menores a cargo de 300 sacerdotes en ocho diócesis. Justo durante la difícil visita a Irlanda sacudida por más de 14 mil denuncias de pedofilia. Es decir, en el momento de mayor fragilidad del Papa ante el tema de abusos sexuales, el ultraconservador Carlo Maria Viganò, ex alto funcionario de la curia y del cuerpo diplomático, publica una carta de 11 páginas en que acusa de encubrimiento al pontífice argentino y osa pedir su renuncia, juzgando: El papa Francisco debe ser el primero en dar buen ejemplo a los cardenales y obispos que encubrieron los abusos de McCarrick y renunciar junto con todos ellos. Imposible creer que no estaba planeado, orquestado y que es un hecho aislado. Por el contrario se esperan réplicas y nuevos ataques de la Iglesia conservadora que se opone a las reformas de Francisco.
En la crisis que vive el pontificado de Francisco debemos distinguir al menos dos vertientes. Una: la de la pederastia y la estructura de encubrimiento sistémica de la cual nadie se salva, ni siquiera el propio papa Bergoglio. Y la otra, la sorda guerra que la derecha católica ha declarado a Francisco desde 2015, cuando estalla la rebeldía de cerca de 10 cardenales encabezados por George Burke y Gerard Muller, que se opusieron férreamente a reformas en el Sínodo sobre la Familia, como la comunión a los divorciados vueltos a casar. Entre ellos estaba el inefable Norberto Rivera. El documento de Viganò no tiene desperdicio, porque denuncia el armazón de encubrimientos estructurales que toca los más altos niveles de la Iglesia: pontífices, secretarios de Estado y altos miembros de la Iglesia. La segunda arista se desenvuelve en una lucha de poder, de privilegios y de conducción de la Iglesia católica. La ultraderecha estadunidense, ligada a Donald Trump, y el fundamentalismo político católico europeo han articulado estrategias tendentes a minar la figura de Francisco, frenar sus reformas y preparar el terreno para reconquistar el trono petrino. Creen que la elección del argentino Mario Bergoglio fue un accidente que nunca debió producirse. Se produjo justo cuando esta derecha católica se fracturó y guerreó intestinamente en el conjunto de escándalos que se llamó de manera genérica Vatileaks. El operativo montado por la letra en blanco y negro del arzobispo y ex nuncio en Estados Unidos, Viganò, tiene carácter golpista e intrigante, fue preparado con habilidad y sin duda es el primero de muchos misiles que ya están cargados.
Francisco no es ingenuo. Como jesuita, está educado en el poder. Tiene todos los recursos para resistir y contratacar. La ultraderecha está violando el código canónico que prohíbe, en los cánones 1372 y subsecuentes, todo acto de insubordinación al sumo pontífice y condena no sólo con amonestación, sino castigo con penas severas. La guerra entre las sotanas ha pasado a diferentes campos de batalla.

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