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jueves, 20 de septiembre de 2018

El problema no es Francisco sino el papado


Bernardo Barranco

A raíz del anuncio de que el Vaticano proporcionará una respuesta a las acusaciones de monseñor Carlo Maria Viganò, se puso fin a las especulaciones sobre el silencio de Francisco. Asímismo, el Papa ha convocado una cumbre de obispos para febrero próximo, una reunión sin precedente con todos los presidentes de las conferencias episcopales sobre la protección de los menores de edad. Estas dos decisiones son tan repentinas como oportunas, dada la escala de lo que ha sucedido. Más que un ataque contra Bergoglio parece ser un ataque al reformismo del papado. Recordemos, monseñor Viganò redactó un duro documento que acusa al papa Francisco de encubrimiento en el caso del cardenal estadunidense McCarrick y le pide la renuncia. Un hecho sin precedente en la historia reciente de la Iglesia. El arzobispo Viganò ha cruzado un umbral insospechado, apoyado por el fundamentalismo católico. Acto considerado insalvable que pide al papa Francisco dimitir. Me hizo recordar un artículo del jesuita Ignacio González Faus, a año y medio del pontificado de Bergoglio, sin dar su nombre cita a un obispo amigo a quien Francisco, el actual obispo de Roma, le dijo literalmente en conversación privada: reza por mí; la derecha eclesial me está despellejando. Me acusan de desacralizar el papado (¿Desacralizar el Papado? 20/10/14)
Francisco es jesuita. Saben cómo acceder y mantener el poder, así fue formado. El Papa va con todo, máxime cuando ha recibido grandes apoyos incluidos la mayoría de los episcopados. En la cumbre de presidentes, sobre la protección de los menores de edad, esperamos no se produzca un nuevo racimo de bonitas palabras, solicitudes de perdón ni avergonzamientos por la pedofilia eclesial. Esperamos se tomen medidas contundentes y drásticas para enfrentar este lastre patológico que tanto ha lastimado a cientos de miles fieles inocentes y a la Iglesia a escala mundial. Sobre todo destruir ese código clericalista de omertá y complicidad que ha imperado en la historia reciente de la Iglesia
La derecha católica, política y fundamentalista, le ha declarado la guerra no a Francisco sino al papado. Juega con una actitud revanchista, sueña con el retorno de pontífices conservadores como Ratzinger o Wojtyla. Ahora frente al pontífice sudamericano buscan, con aire cismático, desacralizar su papel y de manera soberbia le encaran, le tachan de Papa hereje. La hostilidad no es novedosa, ya en septiembre de 2017, con mayoría norteamericana, unos 60 historiadores, teólogos y sacerdotes divulgaron una carta en la que señalan siete presuntas herejías del Papa contenidas en su exhortación apostólica sobre la familia, Amoris Laetitia. Seguramente el siguiente paso será abolir la infalibilidad del Papa decretada en el Concilio Vaticano I bajo los auspicios del también ultraconservador Pío IX en el siglo XIX. Muy al estilo ejecutivo, Carlo Maria Viganò concluye en su carta con la petición al Papa para renunciar de la misma manera que un CEO de alguna empresa privada estadunidense. Este hecho ha provocado un terremoto escala 7.5 en Roma. Una enorme agitación de opiniones en la curia, análisis de vaticanistas, expertos en política miran sorprendidos esta coyuntura tan excepcional que ha desnudado las posiciones políticas y eclesiales en torno a Francisco como epicentro de esta excepcionalidad eclesial que suponía miraba la historia con la parsimonia de los siglos. Las redes sociales lo han amplificado todo, vía Internet nos asomamos a las intrigas palaciegas, los alineamientos al Papa, los análisis de los vaticanistas plegados y de los rebeldes también. Pero algo va quedando claro. Mario Bergoglio no va claudicar a Francisco. El jesuita va luchar con todo el poder que le confiere su investidura. Y seguramente resultará triunfador.
Lo positivo de esta disputa es que en efecto se está desacralizado el papado. ¿No era una demanda progresista de Carlo Maria Martini? Desabsolutizar el rol pontifical, acabar con esa ridícula aureola idolátrica en torno al sucesor de Pedro. Vuelvo a retomar al jesuita González Faus, al señalar que el cristianismo ha abolido la distinción entre lo sagrado y lo profano: porque, según Jesús, lo único sagrado es el ser humano, que está por encima de todos los sábados de la historia. La lucha por el poder y la nueva circunstancia en la cultura católica no debe desviarnos de la pederastia eclesial. El tema del abuso plantea a la Iglesia la urgente necesidad de superar el clericalismo. Francisco, ha admitido que ha cometido errores, pero aún está a tiempo de corregirlos, reparar en justicia las miles de víctimas y el daño a la propia Iglesia.

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