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lunes, 17 de septiembre de 2018

Percepción vs realidad


Arturo Balderas Rodríguez

Alo largo de las últimas décadas las zonas rurales y las ciudades medianas y de menor tamaño de Estados Unidos perdieron relevancia económica con relación al crecimiento sostenido en las zonas urbanas y suburbanas. Según un estudio reciente del Instituto Brookings, en los últimos meses el crecimiento económico se ha recuperado en esas áreas, y el proceso se ha revertido (Brookings, septiembre 9). La idea de que ese fenómeno se debe única y exclusivamente al gobierno federal y la política que emana de Washington está muy arraigada entre millones de estadunidenses. Lo que desconocen es que el crecimiento económico depende de una combinación de factores, como el manejo de las tasas de interés por parte del Banco Central, el funcionamiento de la Bolsa de Valores, costo de los energéticos y mercancías en los mercados mundiales, la situación económica internacional y no sólo de las buenas o malas decisiones de un determinado gobierno.
Por ejemplo, la crisis que estalló en 2008, debido a la especulación en el sector privado con la complacencia del gobierno, se superó con las decisiones conjuntas del Congreso, el Banco Central y el tesoro de Estados Unidos. Pero a final de cuentas, fue la utilización de los impuestos de la mayoría de los estadunidenses, a través de un paquete de salvamento a la banca, lo que evitó la quiebra del sistema financiero en su totalidad. Semanas después, el gobierno de Obama apuntaló el salvamento mediante una serie de medidas que sentaron las bases para lograr el crecimiento actual. Al hacer caso omiso de esa historia y aprovechando la ignorancia de millones de electores, el señor Trump se adjudica dicho crecimiento. Sus más fervientes admiradores, por ignorancia o conveniencia, están convencidos que las medidas en materia de política económica del gobierno actual, aprobadas por los republicanos en el Congreso son en efecto, las que han propiciado el crecimiento. Esa errónea percepción pudiera ser un factor que influya en las próximas elecciones de noviembre.
El otro factor importante que definirá cómo se conformará el Congreso será la supresión del voto en algunos estados, como sucedió en las elecciones de 2016. El caso de Wisconsin es paradigmático: ese estado se distinguió por su alta participación electoral en las elecciones de 2008 y 2012, pero en 2016 aproximadamente 40 mil personas, principalmente afroamericanos y gente de escasos recursos, no pudieron votar debido a una ley que exigía la presentación de una identificación oficial. El gobernador republicano, en concierto con la legislatura estatal, promovió dicha ley cuyo pretexto fue evitar un fraude imaginario, el cual nunca había ocurrido en la historia de esa entidad. A final de cuentas, la maniobra permitió a Trump ganar ese estado por 21 mil votos. Una maniobra similar se prepara para 2018 en lugares como Ohio, Georgia, Arkansas y Alabama (Mother Jones noviembre-diciembre 20017).
A pesar de esos factores, la realidad es que el bajísimo nivel de popularidad del presidente (37 por ciento, según Gallup) pudiera arrastrar a los candidatos del partido que lo llevó al poder a perder en las elecciones de noviembre. Por eso crece la posibilidad de que, para evitarlo, el Partido Republicano empleará diversas estratagemas. Obstaculizar el derecho de minorías raciales y pobres, que en su mayoría votan por los candidatos del Partido Demócrata, ha sido y continuará como una de ellas. De esta situación están conscientes los votantes demócratas e independientes, quienes consideran que es urgente cambiar la relación de poder, por ahora en el Congreso y en 2020 en el Ejecutivo. Con ese fin, decenas de organizaciones han construido una impresionante maquinaria para promover el voto y evitar un desaguisado como el de 2016. En ocho semanas se sabrá si el Partido Demócrata nominó a los candidatos mejor preparados para representarlo y si la maquinaria funcionó.

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