Viganò concluye: “El Papa Francisco debe ser el primero en dar un
buen ejemplo a los cardenales y obispos que encubrieron los abusos de
McCarrick (Theodore Edgar, el excardenal y arzobispo emérito de
Washington) y renunciar junto con todos ellos”.
Es un hecho inaudito, un prelado con resonancia en los medios
conservadores demanda la renuncia del Papa. ¿Quién es Viganò? ¿Un
exterminador de pontífices? El atrevimiento de Viganò fue orquestado y
aún se perciben las réplicas de alta magnitud en actores y medios que
han cerrado filas contra las reformas de Francisco. Hay muchos intereses
en juego, y la exigencia de su renuncia abre con zozobra la anticipada
atmósfera de la sucesión pontificia. Pero también los contrataques de
simpatizantes del ala bergogliana se dejan sentir. Todo el aparato de
Francisco juzga y delibera de manera implacable la sinuosa trayectoria
del arzobispo rijoso. Se exaltan los resentimientos de Viganò, sus
ambiciones frustradas y su inclinación ideológica por la ultraderecha
católica estadunidense.
¿Por qué Francisco afronta un momento de vulnerabilidad? ¿Por qué se
elige este momento, justo en la delicada visita a Irlanda, uno de los
epicentros de pederastia clerical? La bomba soltada por Viganò fue de
gran precisión. Como preámbulo, se debe destacar que Francisco no
afrontó la pedofilia con la severidad requerida ni con medidas
contundentes. Continuó la “tolerancia cero” más como retórica que como
política de Estado. Cayó en desacato a medidas dictadas por la ONU en
Ginebra sobre los derechos de la infancia. Prominentes miembros de la
comisión creada por Francisco para combatir el abuso sexual renunciaron;
Marie Collins y Peter Saunders, activistas y víctimas sobrevivientes de
abuso clerical, denunciaron falta de voluntad del Vaticano y se fueron.
Por si fuera poco, se le reprochó a Francisco ser condescendiente con
algunos miembros de su estructura acusados de encubrimiento y abusos
sexuales; entre ellos el actor más visible es el cardenal George Pell,
secretario de Economía de la Santa Sede, quien ahora enfrenta cargos muy
delicados por la justicia de Australia. Pero hay otros, como Rodríguez
Maradiaga, cardenal de Honduras, señalado por encubrimiento.
En enero de 2018 Francisco visitó Chile, una de las visitas más
tensas de su pontificado. La población y sectores católicos de este país
le reprochan su apoyo público al obispo Juan Barros, encubridor de
Fernando Karadima, un pederasta tipo Marcial Maciel. La defensa de los
obispos fue un desastre. La presión de los medios a nivel internacional
le lleva a realizar una investigación, vía el arzobispo Charles
Scicluna, un maltés experto en derecho canónico, quien concluye
evidenciando una amplia red de complicidad eclesial en aquel país
sudamericano. El Papa pide perdón, reconoce que fue mal informado y
convoca en Roma a una reunión extraordinaria con todos los obispos
chilenos. En pleno, todos renuncian, se formaliza una crisis
institucional de la Iglesia chilena mientras que Francisco recibe a
diversas víctimas.
En agosto pasado, el Informe Pensilvania es devastador. Más de mil
infantes abusados y 300 sacerdotes pederastas en ocho diócesis de aquel
estado en los últimos 70 años. Son detalladas las perversidades de
muchos curas al violar a niños con demencia patológica. El Papa vuelve a
publicar una carta en la cual reitera su compromiso de acabar con esta
lacra; expresa su vergüenza. Se solidariza con las víctimas y critica el
clericalismo de la Iglesia. Justo a la mitad de la delicada visita a
Irlanda, uno de los países más católicos de Europa –con más de 14 mil
casos de abuso–, emerge en los medios el misil del exnuncio Viganò:
acusa de encubrimiento a Francisco y exige su renuncia.
Francisco resiente la embestida de la galaxia medieval de la derecha
católica. No sólo es un ataque; es una provocación. No sólo es un
inédito gesto hostil, sino el objetivo es minar la credibilidad
mediática que Francisco ha alcanzado en estos cinco años de pontificado.
En Irlanda, las calles semivacías son tomadas por las protestas de
activistas y dicha tensión es recogida por el primer ministro irlandés,
Leo Varadkar, al pedir al Papa que pase “a la acción” en el tema de los
abusos.
La carta explosiva de Carlo María Viganò no tiene desperdicio.
Confirma el sistema estructural de complicidades que toca las más altas
esferas de la jerarquía eclesiástica. En torno a la escabrosa
trayectoria del cardenal estadunidense Theodore Edgar McCarrick, además
de Francisco exhibe también, aunque con matices, a los Papas Juan Pablo
II y Benedicto XVI. Es muy severo con los secretarios de Estado Angelo
Sodano y Tarcisio Bertone. Desliza la Omertá y encubrimientos al más
alto nivel de la Iglesia. Pone en evidencia el código sinestro de
ocultamiento clerical y el protocolo cómplice que tanto ha denunciado en
México Alberto Athié.
El Papa Francisco ha elegido el silencio y prefiere no comentar sobre
la demanda de renuncia ni las severas imputaciones. En el avión, de
regreso a Roma, declaró ante los periodistas: “Cuando pase un poco de
tiempo y hayan sacado sus conclusiones, quizás yo hable”. En cambio, los
obispos norteamericanos lo presionan, le demandan dar la cara,
investigar a fondo las imputaciones y responder la delicada misiva.
No es la primera vez que Carlo María Viganò aparece en la palestra.
En el escándalo Vatileaks figuran sus cartas en las que denuncia la
corrupción de la curia romana y fustiga al otrora poderoso cardenal
Bertone por promover el llamado Lobby Gay. También el 16 de julio de
2017 firmó un documento que reprochaba las herejías contenidas en el
documento sobre la familia Amoris Laetiti. Este grupo de católicos está
vinculado al lobby petrolero, que también cuestionó la encíclica de
Francisco Laudato Sí. Está emparentado a la derecha religiosa que arropa
a Donald Trump. Además, el grupo tiene lazos con los cardenales
rebeldes en la curia romana encabezados por Raymond Leo Burke y Gerhard
Ludwig Müller.
Los católicos conservadores buscan frenar las reformas y la manera de
concebir la Iglesia del Papa Francisco, y no sólo su apertura a los
homosexuales y comunión a los divorciados vueltos a casar. Temen que en
el próximo Sínodo de la Amazonía de 2019 se abra y se discuta el
espinoso tema del celibato sacerdotal. Recordemos que muchas comunidades
y pueblos originarios en el Amazonas conciben una autoridad religiosa
con la fertilidad y la sexualidad.
Ante la actual crisis, Francisco no va a renunciar. Es jesuita, está
educado para ejercer y forcejear por el poder. Pero la guerra
conservadora está declarada, desde 2015 no ha dado tregua. Ahora, de
manera oportunista, la derecha usa la pederastia eclesial como bandera
cuando ella misma ha ejercido esa práctica, la ha encubierto y ha
guardado silencios cómplices entre sus correligionarios.
Pero no debemos perder de vista que Francisco cumple 82 años en
diciembre. Sea por renuncias o fallecimiento, se está operando una
anticipada atmósfera sucesoria. Casi la mitad de los cardenales actuales
han sido nominados por él. Y aun cuando no podemos afirmar que en el
colegio cardenalicio predomine un ala progresista entre los cardenales
actuales en un eventual cónclave, se perfila el nombre del cardenal
filipino Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila, quien no cuenta con
más de dos tercios de los votos necesarios del colegio.
Tampoco podemos decir que el ala conservadora sea preponderante, pues
hay varios nombres, pero las pujantes y conservadoras Iglesias en
África, muy en desacuerdo con Francisco, podrían proponer al
ultraconservador cardenal africano Robert Sarah, de la Guinea Francesa y
actual Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina
de los Sacramentos, para afirmar la certeza de la tradición católica
como valor propio.
Expertos vaticanistas como Sandro Magister sostienen que si no hay
predominio entre los bandos –sea por conceso o compromiso–, la figura de
Pietro Parolín, actual secretario de Estado, podría emerger como
alternativa. Él es bien visto por una amplia franja de cardenales y se
le identifica con Francisco, aunque no del todo con sus audaces
reformas.
Se respira un aire pesado en Roma. El del flagelo de la pedofilia es
usado contra Francisco paradójicamente por los conservadores que la han
ejercido bajo el manto protector de la impunidad eclesiástica. Su
pontificado está sacudido de manera severa, pero él no renunciará, si
bien esto lo obliga a hacer concesiones. ¿Cuáles? Los conservadores
arremeten contra el Papa reformista y están creando, en nombre de Dios,
un clima golpista.
* Sociólogo experto en el estudio de las religiones.
Este análisis se publicó el 2 de septiembre de 2018 en la edición 2183 de la revista Proceso.
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