Prensa Latina
La teoría de Karl Marx
(1818-1883) ingresó a Nuestra América Latina al comenzar el siglo XX,
aunque algunos intelectuales, así como inmigrantes europeos, la conocían
con anterioridad. Pero la difusión amplia de esa teoría, así como la
búsqueda de interpretaciones ajustadas a las realidades de la región a
fin de orientar las luchas políticas fue obra de los partidos marxistas,
que inicialmente se identificaron bien como Socialistas o bien como
Comunistas. Los anarquistas y los anarcosindicalistas convivieron con
estos partidos en la misma época, aunque tuvieron más influencia en unos
países (México, Argentina) que en otros.
Los partidos marxistas
definieron y marcaron el espacio de la izquierda política en la región.
Fueron fundamentales en el origen de las organizaciones clasistas de
los trabajadores, pero también de campesinos e indígenas, como ocurrió
en Ecuador, donde el Partido Comunista (1931) fue el gestor de la
Federación Ecuatoriana de Indios (FEI, 1944) y de la Confederación de
Trabajadores del Ecuador (CTE, 1944). Además, dieron paso a la
superación histórica del viejo bipartidismo (conservadores y liberales).
Sus intelectuales, así como la difusión del ideario y la acción
política en el ejercicio de la lucha de clases, igualmente generaron una
conciencia favorable -y hasta inédita- con los sectores populares y
particularmente con los trabajadores.
La Constitución Mexicana
de 1917, pionera en inaugurar el constitucionalismo social
latinoamericano, no solo fue una consecuencia teórica de la Revolución
de 1910, sino del espacio afirmado por la izquierda política. Los
códigos del trabajo, que también se irán adoptando en los distintos
países con el avance del siglo XX (en Ecuador el Código del Trabajo se
expidió en 1938), provenían del ambiente social y cultural creado
precisamente por el espacio político de la izquierda, en el que, sin
duda, tuvo decisiva influencia la Revolución Rusa (1917). El hecho de
que los códigos laborales hayan sido acusados de “comunistas” y
resistidos a su debido tiempo por los empresarios, da cuenta del avance
logrado por las izquierdas.
Los populismos latinoamericanos de
la primera mitad del siglo XX pueden ser ubicados en el espectro de la
izquierda política, aunque no son necesariamente marxistas. Así, la
Revolución Juliana (1925-1931) en Ecuador inauguró el intervencionismo
estatal en la economía, la institucionalización de la cuestión social en
el Estado con las primeras leyes y entidades protectoras del trabajo,
la seguridad social, los impuestos directos con el de rentas a la
cabeza, y además, un largo proceso de lucha por la superación del
régimen oligárquico.
Tampoco es una ubicación tajante y
definitiva. En Chile, la dictadura de Carlos Ibáñez (1927-1931), con
apoyo de liberales y conservadores, más la ilegalización del Partido
Comunista, combinó la participación económica del Estado con cierto
enfoque social. Pero el tenentismo en Brasil desde 1922, libró
una constante batalla antioligárquica y uno de sus líderes, Luis Carlos
Prestes, se reconocía como socialista revolucionario. Esa lucha es un
antecedente para la revolución de los treinta y los gobiernos de Getulio
Vargas (1930-1945 y luego 1950-1954) impulsaron el Estado Novo, con una modernización económica significativa, reforma social y “populismo”.
En rápido repaso, por la misma época Uruguay estabilizó su democracia y
las instituciones progresistas; Costa Rica suprimió sus fuerzas
armadas; en Argentina tomó impulso la Unión Cívica Radical (UCR) que
llevó al triunfo a Marcelo Torcuato Alvear (1922-1928) e Hipólito
Yrigoyen (1928-1930), quienes modernizaron al país, y solo después de la
“década infame” (1930-1943) ascendió Juan Domingo Perón (1946-1955) con
quien se marcó una política “populista” inédita. En Perú aparecieron el
APRA fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Comunista
fundado por Carlos Mariátegui; en Bolivia surgió la Federación Obrera
del Trabajo antecesora de la COB, y años más tarde se produciría la
impactante Revolución Nacional iniciada por la alianza minero-campesina,
que posibilitó el largo gobierno del Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR) entre 1952 y 1964. En México, el ascenso de Lázaro
Cárdenas (1934-1940) volvió sobre la reforma agraria y nacionalizó el
petróleo, dando continuidad a los “populismos” clásicos.
Al
mismo tiempo podría hacerse una extensa relación de la influencia de la
izquierda y del marxismo entre intelectuales, profesionales y artistas,
que se caracterizaron por la sensibilidad social, de manera que entre
ellos, o en la literatura latinoamericana y además en el arte, se puede
contar con personalidades que no dudaron en identificarse con el
marxismo e incluso en militar en los partidos marxistas. En Ecuador el
realismo social, la literatura de denuncia y la pintura, bien para la
protesta, el indigenismo o el laborismo, marcaron una pujante generación
en la década de 1930.
Si bien la superación del régimen
oligárquico fue posible por el aparecimiento de la izquierda política y
por intermedio del papel económico del Estado, la afectación al sistema
terrateniente y la promoción de políticas sociales, también es cierto
que los “populismos” y los reformismos de aquellas décadas contribuyeron
a la modernización capitalista. Pero debe reconocerse que este solo
hecho era, en América Latina, un paso adelante frente al pasado
tradicional, que en mucho se mantuvo como continuidad de la colonia en
la república.
El avance del socialismo en el mundo después de la
Segunda Guerra Mundial (1939-1945), particularmente en Europa del Este y
en China (1949), al mismo tiempo que sirvió para la instauración de la guerra fría,
afirmó al marxismo y a las izquierdas marxistas en América Latina,
porque a la época sus postulados se tuvieron como verdaderos y únicos
capaces de derrotar definitivamente al capitalismo.
Pero fue la
Revolución Cubana (1959) la que potenció, como nunca antes, la
posibilidad de que la izquierda marxista se convirtiera en la verdadera y
segura opción de lucha contra el capitalismo y frente a las otras
fuerzas del espectro político de las izquierdas. Sin embargo, con el
avance de la década de los sesenta, entre las filas marxistas surgieron
divisiones ideológicas y nuevos dogmatismos a través de los cuales unas
fuerzas creían tener la verdad revolucionaria auténtica frente a otras.
En todo caso, el esfuerzo por la convergencia política entre las
izquierdas marxistas fue singular con la Unidad Popular (UP), que logró
el triunfo de Salvador Allende (1970-1973) en Chile, que buscó
constituirse en la primera experiencia de construcción del socialismo
por la vía electoral. Años después triunfaba, por la vía armada, el
Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua (1979). Pero la
vía chilena fue sangrientamente liquidada con el fascismo militar
liderado por Pinochet (1973-1990) y seguido por los militares
anticomunistas del Cono Sur latinoamericano.
Durante el ascenso de la UP en Chile surgió, entre otras expresiones artísticas, la canción protesta
que se generalizó en toda la América Latina. Existía euforia marxista y
enorme prestigio de su doctrina. Precisamente a consecuencia de la
creciente influencia del marxismo en los medios académicos, al comenzar
la década de los ochenta, despegó la ciencia social latinoamericana,
cuyos ejes teóricos se definían por la afinidad u oposición a la teoría
marxista. Fue una década fructífera y que produjo, en mucho, lo mejor de
la literatura social de la región, a tal punto que las obras de
aquellos años son hoy consideradas como referentes obligados en la
ciencia social.
El derrumbe del socialismo provocó un golpe
histórico a la izquierda marxista y al marxismo como teoría: perdieron
influencia y disminuyó su presencia política. El socialismo parecía una
vía agotada. Pero fueron los gobiernos de nueva izquierda, democráticos y
progresistas, los que marcaron un nuevo ciclo en América Latina y
generaron un renovado espacio político precisamente para las fuerzas de
la izquierda en general y de las marxistas en particular. A la
vanguardia de ese ciclo estuvieron Hugo Chávez en Venezuela (1999-2013),
Rafael Correa en Ecuador (2007-2017) y Evo Morales en Bolivia
(2006-hoy).
El ciclo de los gobiernos progresistas igualmente
despertó las fuerzas de la oposición: derechas nuevas y tradicionales,
elites empresariales, medios de comunicación privados y, sin duda, el
imperialismo. También hubo fuerzas marxistas que en forma dogmática
creyeron ser la verdadera y única izquierda, incluso asumiendo la
oposición a los gobiernos progresistas. Y, además, solo en Ecuador
apareció un sector de “marxistas pro-bancarios”, un fenómeno inédito en
la historia de la izquierda latinoamericana.
Pero el examen
de estos procesos contemporáneos merece otro tipo de análisis que
rebasa el propósito de este artículo. Por el momento, queda en pie esta
visión general sobre la presencia del marxismo en la creación del
espacio de la izquierda en Nuestra América Latina.
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