La Diaria
Julio María
Sanguinetti regresó a la política activa. Sus notas dejaron en claro las
razones; el Frente Amplio (FA) está en problemas, prisionero de sus
contradicciones y de varias irresoluciones, además del desgaste natural
de tres períodos de gobierno. Su olfato político, cualidad a resaltar,
le indicó que era el mejor momento para golpear a un adversario que no
tolera. Pero principalmente, creo, a Sanguinetti le preocupa que su
potencial aliado, el Partido Nacional (PN), no da la talla para
desbancar a la izquierda. Debe ser difícil para un talento político como
el suyo ver cómo se pierde una oportunidad histórica no por el mérito
de sus adversarios, sino por la incapacidad de la oposición
conservadora. Quizá este desespero explique en algo su regreso.
La limitación conservadora
La
oposición carece de cuadros sólidos y de liderazgo creíble. Una larga
lista de decisiones desacertadas evitó que el PN capitalizara los
problemas del gobierno y del Frente Amplio (FA). Mientras que el
oficialismo echaba a Raúl Sendic, los blancos no tuvieron ni fuerza ni
capacidad para aclarar sus casos de corrupción. Lo que pudo ser una
derrota histórica de la izquierda se transformó en un episodio resuelto,
en el que se puso bien alta la vara moral. El affaire Agustín
Bascou dejó en evidencia que el PN no puede llegar a hacer lo mismo que
el oficialismo –por nombrar sólo uno de los casos más sonados–.
Luego,
el lanzamiento de sendas campañas de firmas que pueden ser recolectadas
o no, pero que dejan al nacionalismo entrampado en su mensaje netamente
conservador. Sacar el Ejército a la calle no es exactamente una medida
progre mirando al futuro. Los uniformes verdes están muy presentes en
los malos recuerdos de los uruguayos. Firmar contra la inclusión
financiera no convoca, y deja un perfume clasista en la propuesta de
aquellos que tienen intereses no muy claros que defender gracias al
secreto bancario y la evasión fiscal. Luego, aumentar la edad de
jubilación, cuestionar leyes sociales, no haber votado reformas claves y
queridas, con el agregado de una imagen errática y, en varios casos,
más afín con un capataz de estancia cimarrona que con un empresario
moderno, deben desesperar al conservadurismo inteligente que ve cómo la
oportunidad coyuntural del desgaste de la izquierda se escurre entre las
manos por la incapacidad de la dirigencia nacionalista. Julio María
Sanguinetti debe estar entre los desesperados. Por eso su reaparición.
Decir
qué y cómo hacer las cosas a su “familia ideológica” es su meta actual.
A los 82 años no puede aspirar a un retorno presidencial, pero sí a
marcar rumbos a una oposición que no está a la altura de la situación. Y
en la oposición, tanto liberal como conservadora, nadie como él conoce a
la izquierda.
Un gran debe del liderazgo blanco es su
desconocimiento enciclopédico de la izquierda uruguaya y de su
movimiento social. Nunca la entendió ni la analizó a cabalidad, más allá
del prejuicio ideológico, lo que ayudó, y mucho, a las sucesivas
derrotas que no pudo revertir ni comprender. Julio María Sanguinetti,
impronta batllista mediante, entiende al FA mejor que nadie.
Su
padre fue director nacional de Trabajo en la presidencia de Juan José de
Amézaga. Lo vio negociar con los sindicatos de entonces y conoció de
niño a sus dirigentes. José Pepe D’Elía lo tuteaba y el ex
presidente lo trataba de usted. Sanguinetti se aproxima a la izquierda
desde el reformismo, sabe y promovió la autonomía del movimiento obrero,
y se negó –como siempre hizo el batllismo– a cooptar los gremios para
volverlos funcionales al Estado. Mientras la dirigencia blanca actual
mira a la izquierda en clave de patrón de estancia, Sanguinetti la ve
como un actor central, consecuencia, al fin y al cabo, de un siglo de
batllismo.
No en vano, durante la transición a la democracia
empujó a la izquierda al Pacto del Club Naval, para luego intentar
neutralizarla con la Concertación Nacional Programática (Conapro).
Cuando la lucha de clases hizo el resto, subrayó por cadena de radio y
televisión que su gobierno “nunca perdió una huelga”, alineándose con un
lado del conflicto, perdiendo equidistancia y dando imagen de hombre
fuerte. Y así, cuando no ganó las partidas pudo sobrevivir incluso a la
debacle histórica del Partido Colorado. Sanguinetti sabe que el FA
sustituye a su partido en gran parte; nadie mejor que él para analizar
la coyuntura, marcar rumbos y dirigir la deriva conservadora. El FA hace
mucho para esta reaparición.
Los problemas del FA
El FA
está en problemas. Muchos no están dispuestos a hacer campaña en el
mismo estrado que Sendic y sus compañeros. Actitudes contradictorias
ante cuestiones sensibles, que antes eran de resolución evidente, lo
dejan mal parado ante todos, pero principalmente ante los
frenteamplistas. La crisis en la educación, los vaivenes de las
candidaturas al mejor estilo partido tradicional, la burocratización por
momentos obscena. Esquivar definiciones sobre Venezuela y Nicaragua,
tensar las cuerdas sobre los Tratados de Libre Comercio por razones
ideológicas y no económicas, así como otra lista de indefiniciones que
van desde la crisis de la Asociación Uruguaya de Fútbol, pasando por la
venta del dique Mauá y de una parte de la rambla Sur al empresario Juan
Carlos López Mena, son perlas de un largo collar de malas decisiones y
ambigüedades que nunca debieron haber sucedido para el imaginario
frenteamplista. Finalmente, la crisis de la seguridad es el punto
culminante de una serie de faltas de respuesta, por burocratismos, por
inercias ideológicas y por errores de diagnóstico.
La interna del
FA es otro de los factores críticos. Se impone, desde hace rato, una
renovación que llega lenta y torpe. Por suerte, la derecha tiene
líderes, por lo menos, anodinos que, quizá, desesperan la intuición de
Sanguinetti, que sabe que un momento así difícilmente se repetirá.
¿Qué
hacer? El ex presidente salió al ruedo marcando las faltas
frenteamplistas, conocedor como es de su historia y de sus
contradicciones. Se reunió, públicamente y varias veces en privado, con
un liderazgo nacionalista al que le propuso unidad y coordinación de
esfuerzos y de discursos. Luis Lacalle Pou sintonizó con la propuesta;
sabe que la sumatoria es clave para ponerse la banda presidencial. Jorge
Larrañaga fue más prudente, tal vez más conocedor de la relación
blanquicolorada, en la que los primeros siempre salieron perdiendo. La
“comadreja colorada” fue nefasta cuando entró en el “rancho de los
blancos”, desde el primer batllismo hasta la ley de caducidad.
Sin
embargo, hay un punto en esta coyuntura en el que Sanguinetti también
se sabe baqueano. Es probable que el FA gane, pero sin mayoría
parlamentaria. Habrá que acordar y pactar. Nadie mejor que él para
dialogar con la izquierda en un escenario en el que se necesitarán votos
legislativos y repartos de cargos e influencias. Don Julio ha arrancado
varios brazos sin anestesia a los suyos y a los blancos; sabe cómo
hacerlo. Es colorado, se formó en la escuela del poder y se sabe ducho
para acordar con un FA gobernante al que ya ha manipulado y combatido.
También sabe ningunear a sus potenciales aliados. Es colorado y quiere
la resurrección de su partido, por razones del corazón y porque, al fin y
al cabo, sabe que ellos debieron haber sido la oposición y no “el
oribismo” como les decía Don Pepe.
Fernando López D’Alesandro es historiador, docente y dirigente de Banderas de Liber, FA.
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