Gobiernos gemelos, los
de Argentina y Brasil, siguieron los mismos guiones. Superar a
gobiernos populistas, que habían hecho a sus países gastar más de lo que
podían –
Vivir arriba de sus posibilidades, como les gusta repetir–, restablecer el equilibrio en las cuentas públicas, controlar la inflación. Y listo, las economías retomarían sus cauces normales, orientadas por los equilibrios mágicos del mercado.
Para crear las condiciones para que la gente aceptara los
inconvenientes que las medidas de ajuste traerían, estaba el arsenal de
acusaciones en contra de los gobiernos populistas, tanto en los gastos
excesivos en políticas sociales, como en los casos de corrupción, lo
cual daría tiempo de que la transición entre las herencias recibidas y
el porvenir glorioso de las económicas liberadas de las trabas estatales
pudiera darse.
Bastaría retomar los ajustes fiscales como eje de las políticas
económicas, para que las inversiones de adentro y de afuera de los
países llegaran ansiosas por obtener pingües ganancias en los procesos
de privatización y con la retomada expansión económica. Asimismo, los
éxitos permitirían sepultar definitivamente los liderazgos populistas
nefastos, responsables por todos los males de los países.
Pero, de repente, factores extra campo, incluso desde adentro del
campo, hacen que el flamante gobierno de Macri tenga que hacer una
intervención televisiva patética, depresiva, desesperada, para anunciar
que lo peor estaba todavía por venir para los argentinos, que la
situación de los pobres empeoraría todavía más.
Su gobierno gemelo, que ni siquiera ganó elección para arribar a la
presidencia de Brasil, llega a su final reducido a su mínima expresión.
Ningún resultado económico positivo, su ministro de Economía, candidato a
la presidencia de Brasil, tiene uno por ciento de apoyo.
Naufragan juntas las dos esperanzas del gobierno de Estados Unidos,
abrazadas al modelo neoliberal. Llevando a la debacle a los dos países,
que se habían recuperado de los efectos de la primera experiencia
neoliberal y volvierion a sufrir sus consecuencias desastrosas. Las
esperanzas blancas del imperio caen estrepitosamente. Pasarán a la
historia como breves intentos desesperados de recuperar un modelo
fracasado.
Intentaron borrar de la historia de los dos países todo lo que habían
vivido en los años anteriores de este siglo y de la memoria de las
personas lo que habían mejorado sus vidas. Se han valido de todo:
acusaciones, apelaciones al olvido, recuentos falsos, pero la realidad
no se deja llevar por esas trampas.
Mauricio Macri y Michel Temer están derrotados. Sus políticas han
fracasado. Sus gobiernos están en pedazos. Las personas de los dos
países están indignadas y se rebelan en contra de ellos. Fueron breve
intervalo de tiempo, borrable de nuestras historias. Personajes
grotescos, ridículos, mediáticos, cuyo discurso se ha agotado
rápidamente.
Uno eligido por un operador de marketing, que mal sabe
explicar porque su hechizo se ha agotado tan rápidamente. El otro,
triste figura de un golpe, nunca ha dejado de ser un mediocre personaje
que será fragorosamente derrotado en las próximas elecciones de octubre
en Brasil.
Han fracasado, como fracasan todos los gobiernos neoliberales, porque
ese modelo no tiene capacidad de generar amplios apoyos sociales, menos
todavía los de carácter popular. Porque promueven los intereses del
capital especulativo, que no genera expansión económica sino, al
contrario, vive del endeudamiento de gobiernos, de empresas y de
personas, reproduciendo los mecanismos de recesión económica.
Es una circunstancia histórica única para la izquierda recomponer la
capacidad hegemónica de un programa antineoliberal. Todas las
diferencias deben estar subordinadas a la recomposición del bloque
popular, democrático y nacional. En Brasil ese proceso ha avanzado
mucho. En Argentina puede perfectamente avanzar. Llegaríamos al final de
2019 con gobiernos hermanos de nuevo, aliados, ejes de los procesos de
integración regional, de rearticulación de los organismos regionales.
Habremos pasado por inmensos sufrimientos, pero estaremos a la altura
de aprender de los errores del pasado reciente y de volver a
protagonizar la historia latinoamericana como países aliados y
solidarios, camino que Néstor y Lula encauzaron.
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