Ilka Oliva Corado
Muchas veces nos sentimos derrotados, frustrados y nos decimos una y
otra vez, molestos, furiosos, cuestionantes que; tenemos derecho a una
vida mejor. Una vida con derechos laborales, con soltura económica.
Derecho a una casa mejor, espaciosa, con gran patio y a otros muebles. A
tener el refrigerador lleno de comida. A poder comprarnos lo que
queramos, a tener ese dinero extra para viajar y comprar un carro o
cambiar el que ya tenemos. A un mejor trabajo, sí tenemos derecho y ese
mismo derecho lo tienen otras personas en las que no pensamos por estar
ensimismados en lo que creemos que nos falta sin darnos cuenta que otros
la están pasando muy mal.
¿A qué tendrá derecho el cortador de caña al que se le va la vida
entre el sol, el lomo curtido y los sueños rotos? ¿El jornalero
golondrina que va de finca en finca cortando frutas y verduras a cambio
de un pago que no le alcanza ni para lo básico? Ese jornalero al que
humilla constantemente el caporal que se cree dueño de la finca. ¿No
tienen derecho a una cama esos jornaleros que duermen en galeras
amontonados en el suelo como leña aperchada?
¿A qué tendrán derecho las mujeres que se llenan las piernas de venas
inflamadas paradas durante 16 y 18 horas al día trabajando en fábricas y
maquiladoras? ¿A ir al baño por lo menos? Maquiladoras que salen de sus
casas en la madrugada y llegan a media noche, que no vieron un solo
rayo de sol durante el día, a las que les toca trabajar todos los días
del año. A las que las horas extras no se les pagan.
¿Y las que son contratadas para hacer tortillas? En esos restaurantes
de lujo, donde hacen las tortillas ahí a un costado de las mesas,
¿cuánto ganan esas mujeres, tienen beneficios laborales? No es solo
hacer tortillas, son las que cocinan y limpian cuando el restaurante se
cierra. Las que son bonitas para la foto del folclore que los comensales
publican en redes sociales.
Los niños que lustran zapatos, que trabajan en tiendas y
abarroterías, que cargan bultos en los mercados, ¿ellos a qué tendrán
derecho? ¿A que nosotros los utilicemos como animales de carga? ¿A que
altaneros pongamos los zapatos para que les saquen brillo, a los que les
exigimos ligereza para atendernos? ¿A qué tienen derecho los niños que
vemos todos los días haciendo malabares en los semáforos? ¿A las
familias que viven en los basureros? ¿Tendrán derecho a una casa como la
nuestra, con muebles parecidos a los nuestros, a nuestro carro, a
nuestro patio, a nuestro refrigerador? ¿O qué, nosotros pertenecemos a
otro nivel y ellos no tienen permitido un techo para dormir y tener una
cama y una lámpara, una mesita de noche?
¿Esos niños no tienen derecho a una bicicleta como la tienen los
nuestros? ¿No tienen derecho a ir a la escuela, a dejar de ser
explotados trabajando? ¿Ese cargador de bultos no tiene derecho a un
trabajo que no le parta la columna vertebral? ¿No tiene derecho a tener
una casa con una silla dónde sentarse a descansar? ¿Vamos, no tiene
derecho al tiempo de ocio?
¿Esas niñas, adolescentes y mujeres secuestradas con fines de
explotación sexual acaso no tienen derecho a otra vida? ¿Y los adultos
mayores vendiendo en las calles, exponiéndose a humillaciones, a que les
llamen estorbo, a que se burlen de ellos y que les exijan rebaja que
jamás pedirían en un supermercado? ¿Ellos a qué tienen derecho?
Muchas veces por estar inmersos en nuestro propio dolor, en nuestra
propia cólera y frustración que por supuesto tenemos derecho a tenerlos y
tenemos derecho a soñar con vidas distintas, no vemos que hay personas
que están viviendo una vida de infierno, a las que pudiéramos ayudar,
porque siempre se puede ayudar, nadie está realmente mal para no ayudar a
otra persona en peores circunstancias. ¿Qué tanta es nuestra ira para
exigir a un gobierno que cambie las condiciones de vida no nuestras,
porque techo para dormir tenemos, sino las de ellos, de los miles que
viven en los basureros? ¿Que cambie las condiciones laborales de los
cortadores de caña, de los jornaleros golondrina, de las maquiladoras?
¿Qué tanto estaríamos dispuestos como sociedad a no utilizar el trabajo
de los cargadores de bultos y a no explotar a niñas y adolescentes en
trabajos de limpieza de casas? ¿Qué tanto haríamos para que esas niñas
tengan la oportunidad de estudiar? ¿De que esos niños que lustran
zapatos y hacen malabares frente a los semáforos estudien? ¿Y por esas
niñas y adolescentes que dejan los brazos en los comales y fogones
haciendo tortillas para que otros se llenen los bolsillos? ¿De los
adultos mayores humillados por pararse frente a la banqueta de una casa a
vender su canasto de verduras?
Siempre pensamos en derechos y beneficios para nosotros y los
nuestros, pero somos incapaces de pensar en que otros en peores
circunstancias también los merecen.
Siempre pienso en esto y es una forma para medir nuestro egoísmo
humano o nuestra generosidad. Si tuviéramos dinero para comprar un par
de zapatos nuevos, ¿le donaríamos los viejos a alguien en necesidad y
compraríamos los nuevos para nosotros o nos quedamos con los que tenemos
y les compraríamos los nuevos a alguien en necesidad? Es fácil
desprenderse de lo que ya no necesitamos y está en mal estado, creemos
que otra persona por estar en peores circunstancias económicas que
nosotros merece eso que prácticamente es basura, y para lavarnos de
culpas lo donamos. Pero somos incapaces de comprar algo nuevo y darlo a
un completo desconocido, aun sabiendo que lo necesita más que nosotros.
No, no somos tan buena gente como aparentamos. Y no no estamos en tan
malas condiciones económicas como para no voltear a ver alrededor y
saber que podemos ayudar a alguien que realmente lo necesite. Si no es
con dinero es con tiempo, con lo que sabemos hacer, pero de que se puede
ayudar se puede.
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Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado
02 de marzo de 2020.
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