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jueves, 19 de marzo de 2020

Nuevos transgénicos, más riesgos


Fuentes: Biodiversidad

Una nueva generación de transgénicos llega a los campos y a las mesas. No se trata solo de cultivos, sino también de animales diseñados mediante manipulación genética. Sin estudios independientes que avalen su inocuidad, empresas y gobiernos publicitan la “seguridad” de los productos. La responsabilidad científica.
Cortar y pegar genes. Y así lograr cultivos (o animales) de laboratorio a medida del cliente. Desde soja resistente a más agrotóxicos hasta papas que no se oxidan (“ennegrecen”), caballos supuestamente más fuertes y vacas con más kilos. Y hasta prometen bebés de diseño, inmunes a enfermedades. Son las promesas de una nueva técnica, denominada Crips/Cas9, que las empresas de biotecnología publicitan como una solución mágica para “producir más” y mejorar razas. Los gobiernos (con Argentina y Brasil a la cabeza) impulsan la propuesta empresaria e incluso evaden las regulaciones con la que cuentan los transgénicos.
Compañías de biotecnología, científicos y funcionarios no presentan estudios sobre cómo esta tecnología, y los alimentos y animales de laboratorio, impactan en la salud y el ambiente.
Discurso empresario
«Tarde o temprano será posible modificar la especie», tituló el diario La Nación en Argentina. “La edición de genes logra luchar contra las infecciones”, destacó el diario Clarín. El portal de noticias Infobae celebró: “La vaca argentina del futuro. Logran mejorar el ADN de los animales en una sola generación”.
Los genes son unidades moleculares de los seres vivos que, en su interacción con el ambiente, inciden en las características de los organismos (también son unidades que se heredan, que pasan de padres a hijos).
Los artículos periodísticos difunden acríticamente la técnica de modificación de genes llamada “edición genética (o génica)”. Consiste en un conjunto de métodos y tecnologías que permiten realizar modificaciones en el genoma sin requerir la introducción de un gen foráneo. Con está nueva tecnología se pueden eliminar genes, invertirlos, modificar su secuencia, silenciarlos o aumentar su expresión. Nahuel Pallitto y Guillermo Folguera, investigadores de la UBA y el Conicet, explican que las posibilidades de manipulación, en principio, parecen ser mayores que las que tradicionalmente ofrece la transgénesis.
 La técnica más publicitada de la edición genética es la llamada Crispr (“Repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas”, por sus siglas en inglés). Una manera muy simple de explicar de qué se trata: es una suerte de GPS con un par de tijeras. Crispr es un GPS que lleva a una parte específica del genoma, y Cas9 son las tijeras que cortan esos genes. La publicitan como una forma más precisa, barata y eficaz que los transgénicos anteriores, que permitiría resolver el hambre, las enfermedades y hasta “diseñar” seres humanos que resistirán enfermedades. Cuenta con una gran maniobra de propaganda mediática para no pasar por ninguna ley de bioseguridad y, al mismo tiempo, ocultar las críticas o dudas que implica la tecnología.
 Con edición genética las empresas pueden producir cualquier tipo de organismos genéticamente modificados, con resistencia a diversos y cuestionados agrotóxicos.
 Gobiernos
 Argentina fue el primer país de América Latina en aprobar la soja transgénica. Fue en marzo de 1996 y en tiempo récord, 81 días. Lo hizo en base a estudios de la empresa Monsanto, sin tener en cuenta los impactos sociales, ambientales ni sanitarios. Significó un cambio drástico en el modelo agropecuario argentino. Fue una decisión tomada por un puñado de funcionarios (encabezada por el secretario de Agricultura y actual canciller, Felipe Solá), sin ningún tipo de información pública ni participación ciudadana.
 De igual forma, Argentina avanzó en la regulación de la edición genética. No fue una ley tratada en el Congreso Nacional y, al igual que con la soja, no hubo ningún tipo de información a la ciudadanía. Se trata de una simple resolución ministerial (173/15), del 12 de mayo de 2015, firmada por el secretario de Agricultura, Gabriel Delgado. En una interpretación tendenciosa define que la edición genética está dentro de las “Nuevas Técnicas de Mejoramiento (NBT)” y no se trata de transgénicos. Por lo cual considera que no es necesario ningún estudio sobre posibles impactos en el ambiente ni la salud de la población.
 “Argentina es el primer país del mundo que tiene regulación para la edición génica”, suele ufanarse Martín Lema, titular de la Dirección de Biotecnología del Ministerio de Agricultura. Lema, que tiene papers “científicos” firmados juntos a Bayer/Monsanto y Syngenta, es un camaleón político, pasa de un color a otro sin sonrojarse: fue funcionario del kirchnerismo, luego del macrismo y ahora responde a Alberto Fernández. Se mantuvo siempre fiel a las empresas transgénicas: defiende los intereses del agronegocio, niega cualquier prueba sobre los efectos tóxicos de los agroquímicos y nunca escucha a las víctimas del modelo.
 Brasil sigue el mismo camino que la Argentina. En 2018, mediante una polémica resolución normativa (RN 16) de la CTNbio (Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad), dio luz verde para la producción de semillas e insectos producidos mediante edición genética, sin considerarlos transgénicos.
En 2018 se realizó en Egipto la Conferencia de las Partes (COP14) del Convenio sobre Diversidad Biológica (CBD),donde se regula la biotecnología mundial. Argentina fue el principal impulsor pro-edición genética. Martín Lema, director de Biotecnología de Argentina, fue el vocero fundamental para disociar edición genética de los transgénicos y rechazó burlonamente la aplicación de los derechos indígenas (propuesto por Bolivia). Negó que se aplique el derecho a la consulta libre, previa e informada, vigente en normativas internacionales. También reiteró en diversas oportunidades que Argentina tenía “regulada” la edición genética desde 2015 y afirmó que no eran necesarios estudios extras.
El gobierno de Argentina resaltó la rapidez en la aprobación de semillas mediante la edición genética porque, argumenta, no se debe pasar por las pruebas y trámites que atraviesan los transgénicos. La cuestionada técnica atraviesa y unifica a los gobiernos: comenzó con Cristina Fernández de Kirchner, continuó con Mauricio Macri y se mantiene con Alberto Fernández.
En noviembre de 2018 el gobierno argentino presentó ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) una “declaración sobre biotecnologías de precisión aplicadas al sector”. Según dice el comunicado oficial “se expresa la importancia de la edición génica para la agroindustria y procura su aceptación a nivel internacional”.
Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC, explica que las grandes empresas instalaron agresivamente que no se consideren los productos de estas tecnologías como transgénicos, porque en algunos casos el producto final no necesariamente contiene material genético foráneo, aunque su genoma haya sido manipulado. “Este absurdo intento de la industria biotecnológica y de los agronegocios tuvo un revés significativo cuando en 2018 el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó que los productos de las nuevas biotecnologías son organismos genéticamente modificados y deben seguir las regulaciones de bioseguridad. Paradójicamente, los gobiernos de Brasil y Argentina, comportándose como buenos lacayos de las trasnacionales del agronegocio, emitieron normativas de bioseguridad sobre edición genética que son más laxas aún que las regulaciones existentes sobre transgénicos” [1].
Riesgos
Elizabeth Bravo, doctora en ecología de microorganismos y miembro de la Red por una América Latina Libre de Transgénicos (Rallt), explica que estas nuevas tecnologías moleculares alteran la estructura y funciones de la molécula viva, la forma en como estas se relacionan con su medio ambiente inmediato, trastocan los ciclos biológicos y evolutivos. “Hasta ahora no es técnicamente posible hacer ni un sólo cambio aislado en el genoma usando Crispr y que sea totalmente preciso y seguro. Crispr acaba generando en múltiples ocasiones modificaciones distintas a las deseadas, incorporando más ‘ruido genético, más alteraciones’”.
Bravo afirmó que la mayoría de las funciones génicas están reguladas mediante redes bioquímicas altamente complejas que dependen de un gran número de factores que las condicionan, como la presencia de otros genes y sus variantes, las condiciones del medio, la edad del organismo e incluso el azar. Cuestiona que, ignorando estos hechos, los genetistas y biólogos moleculares han creado sistemas experimentales artificiales en los que las fuentes de variación ambientales o de otro tipo se ven minimizadas.
Pallitto y Folguera, integrantes del Grupo de Filosofía de la Biología de la UBA, confrontan contra el discurso empresario y mediático: “No es cierto que la edición genética sea totalmente controlada ni que sea del todo predecible”. Si bien reconocen que la herramienta Crispr/Cas9 presenta una especie de “etiqueta” molecular que indica a qué lugar del genoma debe dirigirse el complejo que introduce los cambios, se trata de tecnologías que usualmente van acompañadas de “efectos imprevisibles, tales como modificaciones en otros lugares del genoma o de cambios no previstos en la región que interesa”.
Cuestionan que se deje en manos de la ciencia y de las empresas cuestiones que son de interés general. Les parece insólito que, al igual que con los agrotóxicos, se les pida a los afectados que demuestren los daños que provocan los transgénicos, cuando en realidad deben ser los mismos desarrolladores de tecnologías los que debieran comprobar que sus productos nos provocan daños. Subrayan que en edición genética no se ha confirmado que sean inofensivos para la salud ni el ambiente.
“Cuando hay estudios usualmente corresponden a investigaciones que se limitan a indagar los denominados niveles inferiores de organización. Así, se estudia lo que puede suceder a nivel molecular o celular, excluyendo del análisis aproximaciones que contemplen lo que podría llegar a suceder en los niveles poblacional y ecosistémico”, alertan.
Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración), cita a la organización inglesa GM Watch [2], que reporta estudios de 2019 en los que confirma que Crispr provoca desarreglos genómicos en plantas, animales y células humanas. Precisa que en el caso de alimentos o forrajes pueden causar alergias y otras formas de toxicidad.
Leonardo Melgarejo es doctor en ingeniería de producción y miembro fundador del Movimiento Ciencia Ciudadana (Brasil). Afirma que la edición genética produce “cambios impredecibles” en el genoma. Y precisa que en la mayoría de los casos de aplicación de edición genética se realiza con microorganismos, sin evaluación de riesgos a mayor escala, con posibilidades de contaminación. Melgarejo, que participó de forma crítica en la CTNbio de Brasil, deja un interrogante que la industria transgénica aún no contestó: “¿Cómo prevenir el flujo de microorganismos vivos entre países (con su consecuente contaminación)?”.
¿Por qué?
El impulso de nuevas tecnologías tiene entre sus objetivos, además de mayor rentabilidad, responder a un problema autogenerado por el agronegocio: la resistencia de malezas a los agrotóxicos (como el glifosato), que ya no son eficaces en el control de plantas no deseadas.
Elizabeth Bravo puntualiza que la edición genética es parte de un combo de tecnologías que busca asegurar el incremento en el uso de agrotóxicos y consolidar el rol del agronegocio en la producción agroalimentaria. Pallito y Folguera resumen: “Los transgénicos ya nos prometían el paraíso alimentario. Vemos ya las consecuencias de los OGM (Organismos Genéticamente Modificados –transgénicos–) en términos de contaminación, deterioro de la calidad de la tierra, pérdida de soberanía alimentaria y diversidad de cultivos. La lista es interminable. Las tecnologías de edición genética buscan ocupar su lugar”.
Transgénicos en la mesa
Estados Unidos ya aprobó una decena de cultivos mediante edición genética: soja, maíz, arroz, papa, alfalfa, tabaco y tomate, entre otros.
El 30 de enero de 2020 el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) celebró en un comunicado: “El INTA siembra las primeras papas que no se oxidan”. Utilizaron Crispr/Cas9 para evitar el “pardeamiento enzimático”, que traducido a lo cotidiano es evitar el ennegrecimiento luego de pelarlas.
No dieron a conocer estudios sobre posibles efectos en la salud.
El INTA, el mayor ámbito oficial argentino dedicado al agro, destaca como un logro la papa por edición genética. Y avanzan en los ensayos a campo.
Elizabeth Bravo, desde Ecuador, no sale de su asombro: “¿Este experimento es para que la papa no se haga negra después de pelarla? ¿Para qué se necesita eso?”.
Por otro lado, la empresa Bioheuris anunció su trabajo de edición genética en soja, sorgo y trigo.
Carlos Pérez, director de la compañía, reconoció cuál es la búsqueda: “El glifosato dejó de ser completamente efectivo, por lo que es necesario introducir otras resistencias; ese es el objetivo» [3]. Pérez fue gerente de la empresa Bioceres (que desarrolló el primer trigo transgénico) y de la multinacional Bayer/Monsanto. Sus socios, Lucas Lieber y Hugo Permingeat, son parte de la Conabia (Comisión Nacional de Biotecnología), el organismo responsable de la aprobación de los transgénicos en el país.
En Brasil, luego de la cuestionada resolución RN16, se aprobó el registro de una levadura para la producción de bioetanol por parte de la empresa Globalyeast.
Animales transgénicos
“Caballos clonados con genes editados, otra hazaña de científicos argentinos”, festejó la gacetilla de prensa del Ministerio de Agricultura, el 9 de enero de 2018.
“El equipo de científicos utilizó el denominado ‘progreso genético de precisión’ para identificar secuencias de genes existentes de forma natural en los caballos que codifican para ciertas características, pero en vez de adquirirlos en sus crías mediante cruza convencional, estas secuencias son incorporadas en el laboratorio mediante edición genética. La técnica que permitió realizar estas ediciones en el ADN de los animales es Cispr-Cas9”, explicó la compañía Kheiron Biotech, responsable del experimento. Y afirmó ser “la primera empresa del mundo en lograr embriones equinos genéticamente editados”.
El Ministerio destacó que mejorarían el potencial y destreza de caballos de polo. Según la empresa, con la modificación genética se logran “mejoras relacionadas con el desarrollo muscular, la resistencia y la velocidad de los caballos”. Remarcan la supuesta importancia de ser una empresas “totalmente nacional” y destaca que en 2017 tuvieron un subsidio de dos millones de pesos del Gobierno (mediante la Agencia Nacional de Promoción Científica).
Daniel Sammartino, directivo de la empresa, anunció que “el próximo desafío” es ampliar la edición genética y la clonación a bovinos y porcinos para mejorar “la salud, alimentación y bienestar”.
En junio de 2019 Kheiron Biotech anunció que avanzó en vacunos desarrollados mediante Crispr/Cas9, bajo la promesa de “generar 20 por ciento más de carne” [4]. Señalaron que en 2020 tendrían la primera camada de terneros obtenidos vía edición genética.
No dieron a conocer qué estudios se realizan respecto a la inocuidad del animal y de su posible cruzamientos con otros vacunos. Pero igual aseguraron: “Un animal editado genéticamente en Kheiron Biotech es idéntico a uno que podría obtenerse naturalmente a través de cruza convencional” [5]. Y repiten la publicidad empresaria sobre Crispr/Cas9: “Se trata de una tecnología innovadora que permite la edición de genes de manera precisa provocando pequeños ajustes en el genoma de los animales de manera segura”.
El INTA también experimenta con edición genética en vacunos [6]. Promete generar “animales que produzcan leche de mejor calidad nutricional”.
En la otra vereda de los promotores de la edición genética, la Red por una América Latina Libre de Transgénicos (Rallt) difundió en junio de 2018 un documento de la organización Independent Science News (Noticias de Ciencia Independiente): “Los genetistas y biólogos moleculares han construido argumentos circulares para favorecer una visión determinista e ingenua sobre la función de los genes. Este paradigma le resta importancia habitualmente a las enormes complejidades por las que la información circula entre los organismos y sus genomas. Esto ha creado un gran sesgo en la comprensión pública sobre los genes y el ADN”.
Remarca que el mayor problema surge cuando esta conceptualización estrecha de la genética se aplica al mundo real, fuera del laboratorio: “En el caso de los cerdos ‘súper-musculosos’ reportados por la revista científica Nature, la fuerza no es su única función. Deben también tener más piel para cubrir sus cuerpos y huesos más fuertes para sostenerlos. También tienen dificultades para parir; y si estos chanchos son alguna vez liberados a la naturaleza es de suponer que tendrían que comer más. Así, este cambio genético, supuestamente simple puede tener efectos amplios sobre el organismo a lo largo de su ciclo de vida”.
“El artículo de Nature también revela que el 33 por ciento de los chanchos murieron prematuramente, y sólo un animal fue considerado sano al momento en que los autores de esta investigación fueron entrevistados. ¡Qué técnica tan precisa!”, ironiza la organización.
Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC, recordó que la Academia de Ciencias de China, liderado por Kui Li, suprimió un gen para lograr cerdos con menos grasa. La carne de las crías que nacieron es 12 por ciento más magra. Pero una de cada cinco tuvo una vértebra extra en el tórax. “Es un fenómeno que los científicos no pueden explicar. Aseguran, sin embargo, que la carne de esos cerdos manipulados tiene el mismo contenido nutricional”, cuestiona Ribeiro.
Rol de la ciencia
Los científicos que impulsan la edición genética aseguran una y otra vez que es una técnica “precisa” y “segura”. No exhiben investigaciones que den cuenta de ninguna de esas dos promesas. Y, al mismo tiempo, no son voces ni independientes ni objetivas, ya que tienen intereses económicos en el desarrollo de esa tecnología.
¿Se le creería a un médico, contratado por una tabacalera, al decir que el cigarrillo es inocuo? ¿Qué veracidad tendría un científico, contratado por petroleras, al cuestionar el calentamiento global?
Nahuel Pallitto y Guillermo Folguera reflexionan de forma sistemática sobre el rol de la academia en los procesos sociales y políticos. Cuestionan la sobrevaloración del discurso científico, presentado muchas veces como objetivo y verdadero. “La ciencia y la tecnología son las productoras de las herramientas de edición genética. Sin embargo, son al mismo tiempo las que las validan y las que legitiman. En el caso de los transgénicos, las voces autorizadas para hablar de sus usos y consecuencias suelen ser la de los mismos técnicos que los desarrollan y evalúan. Con Crispr/Cas9 sucede exactamente lo mismo. Se genera de este modo una estructura de generación/validación cerrada que solo contempla la voz de los propios científicos y científicas de esos campos específicos. Procesos de exclusión de la mayor parte de la comunidad científica y, por supuesto, también de la comunidad no científica”, cuestionan.
El “principio precautorio” es un aspecto legal vigente en diversas normativas nacionales (Ley 25.675, en Argentina). Indica que ante la posibilidad de perjuicio ambiental es necesario tomar medidas protectoras. Incluso la Corte Interamericana de Derechos Humanos emitió una resolución inédita en 2018, donde instó a los Estados a “actuar conforme al principio de precaución frente a posibles daños graves o irreversibles al medio ambiente, que afecten los derechos a la vida y a la integridad personal, aún en ausencia de certeza científica” [7]. También llamó a garantizar el acceso a la información, exigió que se cumpla el derecho a la participación pública en la toma de decisiones que pueden afectar el ambiente.
Nada de esto es tenido en cuenta al momento de aprobar productos realizados bajo edición genética.
En humanos
En noviembre de 2018 el genetista chino He Jiankui anunció haber creado los primeros bebés modificados genéticamente, mediante la técnica de edición genética Crispr/Cas9 y con el objetivo de “dar a las niñas la habilidad natural para resistir a una posible futura infección del VIH”.
Se ganó el (merecido) repudio mayoritario de científicos de todo el mundo. Le reprocharon haber pasado un límite: experimentar con humanos.
Curioso que esos mismos científicos justifican la experimentación y liberación de transgénicos, agrotóxicos y frutas, hortalizas y animales de laboratorio, sin considerar los impactos sociales, ambientales y sanitarios.
Un año después, diciembre de 2019, la Justicia china condena a He Jiankui a tres años de cárcel y a pagar una multa de tres millones de yuanes (430.000 dólares) por desarrollar “de manera ilegal la edición genética de embriones humanos con fines reproductivos”.
¿Quién está detrás?
Elizabeth Bravo encuentra muchas similitudes con la época en la empezaron a investigarse los transgénicos. Primero se decía que era una técnica fácil, económica y que podía hacerse en cualquier universidad. Existían pequeñas empresas que hacían inversiones, con frecuencia con apoyo de las grandes multinacionales. Y si encontraba algo de verdad prometedor, la gran empresa compraba a la pequeña. “Eso sucedió por ejemplo con la empresa que tenía la patente de la soja transgénica y que fue comprada por Monsanto. Es posible que algo similar esté sucediendo ahora. Hay muchas de pequeñas empresas trabajando en estas tecnologías,y a veces cuentan con inversión de las grandes”, explica.
Syngenta, Bayer-Monsanto y Corteva están desde hace años trabajando en edición genética. Lo publicitan en su sitios corporativos y con sus periodistas aliados. Siempre bajo la misma promesa que con los transgénicos: mayor producción para calmar el hambre del mundo.
El mismo relato de hace treinta años, pero ahora bajo el nombre de “edición genética”.
Este artículo es parte del proyecto Atlas del Agronegocio Transgénico en el Cono Sur realizado con el apoyo de Misereor.
Referencias:

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