Wolfgang Storz, el antiguo dirigente de la IG-Metall alemana –la mayor organización obrera del planeta—, reflexiona sobre el sindicalismo y sus desafíos en el mundo de hoy.
Wolfgang Storz en Sin Permiso Para Kaos en la Red
¿Tienen los sindicatos que reinventarse a sí mismos? ¿O simplemente hacer y "vender" mejor su trabajo, a fin de transformar un presente gris en un futuro esplendoroso?
Desde hace muchos años, y con buenas razones, los unos dicen que ya está bien, que los sindicatos están a pique de pasar a la ofensiva, que deben pasar sin dilación a la ofensiva: su creciente buena imagen se refleja en las encuestas. Sus temas –salario mínimo, justicia social, por ejemplo— se hallan en el centro de los debates sociales. Sus competencias son más necesarias que nunca: crece en importancia el trabajo asalariado, cada vez más países en el mundo cruzan el umbral de la industrialización. Crece el empleo femenino. Cada vez más jóvenes pretenden el acceso al sistema de trabajo remunerado. Y en esa medida, se hacen también más necesarios objetivamente los sindicatos. Los hombres y las mujeres precisan de ellos.
Y desde hace también muchos años, y también con buenas razones, dicen los otros: ¿cómo podrían los sindicatos, precisamente ahora, pasar a la ofensiva? Precisamente ahora: desde hace años, hay millones de desempleados, lo que debilita la posición negociadora. El mundo del trabajo se descompone, se hace más complejo y heterogéneo, lo que dificulta la organización de los trabajadores. Y con la globalización y la competencia a escala mundial, ha caído por doquiera su influencia, aumentando, en cambio, la del capital. También en Alemania gozan los empresarios de consenso social, y se desvinculan de los acuerdos colectivos.
La evolución del mundo es, pues, contradictoria. De algún modo, esta sociedad y los trabajadores precisan de los sindicatos. La lista de logros por éstos alcanzados es copiosa y goza de amplio reconocimiento. También la lista de hechos deprimentes: la influencia de los sindicatos en la sociedad y en la política ha disminuido inequívocamente. El número de diputados en el Parlamento federal afiliados a un sindicato ha bajado sensiblemente. La pérdida de afiliación se mantiene, y en medida parecida baja el grado de organización sindical en las empresas. Si es verdad que desde 2005 tanto la IG-Metall como el sindicato [de servicios] Verdi han podido congratularse de ligeros incrementos de afiliación, también lo es que en la época de auge económico que acabamos de dejar atrás el sector metalúrgico, por ejemplo, ha creado puestos de trabajo: aunque el número absoluto de afiliados a las organizaciones obreras ha crecido, presumiblemente no ha sido así en términos porcentuales.
Mucho más aún que la evolución de las cifras, debería dar qué pensar a los sindicatos la actual composición de sus miembros. Los sindicatos organizan a la vieja sociedad industrial en decadencia, pero no a la nueva sociedad industrial y mucho menos a la nueva sociedad de servicios y de conocimiento. Entre sus miembros, hay muchos hombres mayores, pocas mujeres, pocos jóvenes, poco empleado y mucho obrero. Los débiles y los fuertes del actual mundo del trabajo –los extranjeros, los poco calificados, los precarios, y en el otro extremo, los trabajadores intelectuales muy calificados— no están organizados. Los unos, manifiestamente, no esperan nada de los sindicatos; los otros, no precisan de ellos. Para poner peor las cosas: eso se sabe en los sindicatos desde hace por los menos 20 años, es un hecho indiscutible y sobre el que se ha reflexionado mucho, y sin embargo, poco se ha hecho.
Los sindicatos han reaccionado, por lo pronto, a su crisis como empresas que vieran hundirse sus mercados: el que es un poco más fuerte absorbe al más débil. Todavía en los años 80, había en Alemania 17 organizaciones sindicales. Desde 2002, sólo hay ocho. Mientras que el mundo del trabajo se diversifica, se descentraliza incluso, las formas de organización sindical se uniforman y centralizan. Es decir, que los sindicatos, lejos de tomar en cuenta la diversidad del mundo del trabajo y tratar de reflejarla organizativamente para mejor gestionarla, lo que han tratado es contenerla y ordenarla conforme a sus propias necesidades organizativas. Una de las consecuencias de lo cual es la insuficiente atención prestada a muchas categorías profesionales y a sus correspondientes intereses y culturas. Y así, el paisaje sindical ha comenzado de nuevo a escindirse y desmembrarse: pilotos de aviación, médicos o conductores ferroviarios; las huelgas más espectaculares y exitosas de los últimos años las han organizado estas minorías con gran capacidad de imponerse, cuyo objetivo primordial se concentra en la maximización del salario.
Esa centralización no sólo estorba al cabal reconocimiento de la diversidad del mundo del trabajo, sino –lo que sólo a primera vista `puede resultar sorprendente— que amenaza también a la unidad sindical. En efecto: desde que sólo hay ocho organizaciones sindicales y sólo tres de ellas –la IG-Metall, Verdi e IG-BCE [Sindicato Industrial de Minería, Química y Energía]— siguen siendo políticamente relevantes –y como tales percibidas por la opinión pública—, la organización que las cubre a todas, la DGB [Federación Alemana de Organizaciones Sindicales] ha perdido definitivamente voz.
Sólo un ejemplo entre muchos: se dice que en 2009, año de elecciones al Parlamento Federal, la IG-Metall realizará una gran campaña con el lema "Buen trabajo". Presumiblemente, Verdi se lanzará a su tema del salario mínimo. Y a la DGB le resta contribuir un poquito. Este pequeño precedente resulta iluminador de algunos de los problemas de los sindicatos alemanes; las distintas organizaciones sindicales siguen siendo de la opinión de que son lo bastante fuertes por sí mismas como para llevar a cabo con éxito sus campañas a escala federal. De lo que se puede dudar fundadamente.
Además, hace mucho que ha dejado de haber una organización de cobertura que funcione bien, que actúe en representación de todas las organizaciones sindicales y que, en calidad de tal, sea tomada en serio por los políticos y por la opinión pública. ¿Cómo podría ser respetada por otros, si sus propias gentes no la tienen en la menor estima? "Cambio de tendencia": así se llama un gran proyecto de reforma adoptado desde hace meses por la cúpula de la DGB y por las distintas organizaciones sindicales; de sus resultados, poco se conoce. Al contrario: las grandes organizaciones sindicales exigieron hace unos meses a su organización de cobertura –la DGB—, públicamente y de forma harto indelicada, que iniciara otro proceso de reformas y contención de gastos, como si se pretendiera, no poner a punto el propio cuartel general, sino, a ser posible, liquidarlo.
Sea todo ello como fuere, y de uno u otro modo, a menudo desconectado de esta difícil cotidianidad, hay un debate con miras de reforma sobre la cuestión de si –y de qué forma— los sindicatos deben renovarse. Muchas son las palabras al respecto, pero también alguna que otra acción aislada. De manera ejemplar, con una campaña tan tenaz como inteligentemente desarrollada, Verdi y el pequeño sindicato del sector de alimentos y restauración han logrado colocar el asunto del salario mínimo en la agenda de esta sociedad.
El sindicato de de servicios [Verdi] puede considerarse ahora mismo –aun si financiera y organizativamente oscilante entre el papel de coloso político y el de ejército espiritual— el sindicato más innovador. Tanto en el asunto de la privatización de ferrocarriles y clínicas, como en su lucha por obligar a los grandes supermercados rebajistas Lidl y Aldi a respetar unas condiciones de trabajo humanamente dignas, busca de maneras muy prometedoras y poco convencionales –aun si sólo a duras penas organizables— alianzas de movimientos sociales, trabajadores y consumidores. La IG-Metall busca desde hace un año, con gran denuedo y con no menor éxito, organizar a los trabajadores temporales. Y desde tiempos inveterados pone gran empeño en presentarse "no sólo como una máquina de negociación colectiva", sino una organización que "sigue siendo una comunidad de valores", según acaba de declarar Detlef Wetzel, su vicepresidente.
También hay algunos proyectos portadores de futuro. Y hay movimientos tentativos, en los cuales, a grandes trazos, pueden divisarse dos tendencias: el sindicato se entiende a sí mismo también como movimiento social, lo que quiere decir que hace suyos como realmente importantes asuntos que van más allá de la clásica política de negociación colectiva (salarios, calidad de las condiciones de trabajo, formación continua), y trata de forjar distintas coaliciones sociales conforme a la naturaleza del proyecto en cuestión. La otra tendencia quiere concentrar toda la energía en el trabajo en la empresa, a fin de robustecerse sobre todo en el puesto de trabajo. Lo que, entre líneas, admite la siguiente lectura: las fuerzas parecen tan limitadas, que no queda sino optar o por lo uno o por lo otro.
Wolfgang Storz fue dirigente, entre 1998 y 2000, de la IG-Metall como responsable del sector de medios impresos. Entre 2002 y 2006 fue redactor jefe del diario francfortés Frankfurter Rundschau.
Traducción para sinpermiso.
info: Amaranta Süss
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