La Jornada 
Tras un año de tensiones políticas, fraudes
 electorales, calamidades naturales, protestas callejeras y cuatro 
postergaciones del voto popular, el pasado 20 de noviembre Haití vivió 
una jornada electoral en que se renovó un tercio de los congresistas y 
se eligió al nuevo presidente. El país llegó al voto con una economía 
estancada, una inflación de 10 por ciento y 80 por ciento de la 
población en la pobreza. Los resultados provisionales, que serán 
confirmados dentro de un mes, arrojaron un ganador con 55 por ciento de 
los consensos: el oficialista Jovenel Moïse, empresario bananero, delfín
 del ex presidente Michel Martelly y continuador de sus políticas 
neoliberales. El virtual ganador hizo un llamado a la 
unidaddel país que
está de rodillaspara prevenir las impugnaciones y protestas que ya realizan sus opositores. Sólo acudió a las urnas 21 por ciento de los 6.2 millones de ciudadanos empadronados, lo cual resta legitimidad a un proceso que empezó hace más de un año, el 25 de octubre de 2015.
En esa ocasión Moïse llegó primero y habría tenido que competir en el
 balotaje contra Jude Celestin, de la Liga para la Emancipación y el 
Progreso de Haití (LAPHE), pero éste desconoció los resultados y formó 
el G8, una coalición de ocho candidatos opositores que apoyaron el 
boicot de la segunda vuelta y la anulación de las elecciones. Las 
protestas populares aumentaron y se dirigieron tanto contra las 
artimañas detectadas en las elecciones como contra la Minustah, la 
misión de estabilización de Naciones Unidas. Ésta, desde su institución 
en 2004, es percibida por la mayoría de los haitianos como un ejército 
invasor, responsable de violaciones a los derechos humanos y de la 
introducción del virus del cólera que ha provocado 9 mil muertos y 800 
mil contagios desde 2010.
El Consejo Electoral Provisional (CEP) acabó admitiendo las 
irregularidades y declaró el voto nulo, pese a la oposición del 
Departamento de Estado estadunidense. Los fraudes, la cooptación y la 
compraventa del voto en Haití son prácticas comunes, así como las 
violencias antes y después de las jornadas electorales, a menudo 
relacionadas con grupos de choque del oficialismo. Entonces, en la 
incertidumbre, el poder pasó provisionalmente al presidente del Senado, 
Jocelerme Privert, en febrero de 2016.
A escala social las carencias infraestructurales, desatendidas por 
Martelly, quien favoreció, más bien, los megaproyectos turísticos y las 
multinacionales, amplifican enormemente los daños humanos de las 
catástrofes naturales, como el terremoto de 2010, que causó más de 250 
mil víctimas, y el huracán Matthew de octubre pasado, que dejó 546 muertos y 175 mil sin techo.
A nivel político la fragmentación es extrema. Para 
desarticular los partidos tradicionales, como el izquierdista Fanmi 
Lavalas, Martelly impulsó leyes que bajan los requisitos para postularse
 a la presidencia y crear un partido. Esto facilitó el ascenso de 
oportunistas que sólo desean subirse al carro ganador, conseguir cargos y
 disponer de fondos de campaña. En 2015 se registraron 58 candidatos, 
quedaron 27 en 2016 y sólo seis hicieron campaña electoral. Sus líneas 
políticas son difíciles de determinar, así como los intereses que los 
respaldan, y el sistema muestra un evidente impasse. Perdieron 
importancia la militancia, los programas y las propuestas y la mejor 
opción ahora es fundar nuevos partidos como empresas personales sin base
 popular.
En este contexto, antes del voto, la red de movimientos sociales 
Haiti Action Committee lanzó un comunicado que sintetiza las tensiones 
políticas nacionales, al exigir elecciones libres y honestas sin 
injerencia de potencias extranjeras, el fin del financiamiento 
estadunidense a campañas de terror, coberturas imparciales de la prensa y
 la instalación del nuevo presidente el 7 de febrero, sin retrasos. La 
red, asimismo, denunció el sesgo controvertido del CEP, ya que su jefe, 
Leopoldo Berlager, y su consultor, el empresario Andy Apaid, fueron 
implicados en el golpe de 2004 contra el presidente Jean-Bertrande 
Aristide.
Aristide, presidente electo dos veces y defenestrado en 1991 y 2004, 
ha acompañado a su abanderada, la doctora Maryse Narcisse, que consiguió
 9 por ciento de los votos, en la campaña electoral junto a su partido, 
el Fanmi Lavalas. Del mismo lado del espectro político se colocaba la 
plataforma Pitit Dessalines, de Jean-Charles Moïse, quien obtuvo 11 por 
ciento de las preferencias. Él y Narcise tenían varias propuestas en 
común que no prevalecieron: defensa de la soberanía, reducción de la 
dependencia del exterior, redistribución y neokeynesianismo económico.
Por otro lado Jovenel Moïse, contó con el aparato político de 
Martelly y el apoyo de Washington, dado su perfil neoconservador y 
neoliberal. Jude Celestin llegó segundo con 19.5 por ciento y se 
posiciona en una hipotética centro-derecha, pro mercado y economía 
abierta. Por tanto, las opciones ganadoras con canovaccio 
neoliberal fueron las de Moïse y Celestin. Ambos prometieron inversiones
 públicas y privadas, pero ancladas a la voluntad de empresas 
trasnacionales y de la cooperación internacional, así que, con un 
Congreso dominado por el oficialismo, no se vislumbraran cambios de 
perspectiva para Haití.
* Periodista italiano

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