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miércoles, 13 de abril de 2011

La balcanización del Medio Oriente según el secretario del Pentágono, Robert Gates

Bajo la Lupa
Alfredo Jalife-Rahme

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El ex presidente George W. Bush, ayer en Dallas, donde participó en una conferencia sobre crecimiento económico, en la Universidad Metodista del SurFoto Ap

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obert Gates, secretario del Pentágono con Baby Bush y quien repitió con Obama, se retira el próximo verano después de una extensa e intensa participación en el espionaje, donde destaca haber sido director de la CIA (bajo las órdenes de Daddy Bush) y rector de la Universidad Texas A&M.

¿Son las universidades de Estados Unidos centros subrepticios de reclutamiento de espías?

La principal especialidad de Gates, muy vinculado al nepotismo texano de los Bush, radica en su conocimiento del mundo ruso (desde luego, mucho menos que George Kennan, el óptimo geoestratega en la historia de Estados Unidos), antes y después de la extinción de la URSS, que fue motivo de su doctorado en historia en la Universidad Georgetown.

Robert Gates, connotado miembro del Partido Republicano, concedió una trascendental entrevista (The Daily Star, 24/3/11) al consagrado periodista David Ignatius –de origen armenio/turco–, cuyo padre (Paul Robert Ignatius) fue secretario de la Armada de Estados Unidos y presidente de The Washington Post.

David Ignatius es asiduo colaborador de The Washington Post –considerado el portavoz del establishment–, suele ser heraldo de relevantes mensajes sobre la política exterior de Estados Unidos, y en fechas recientes se ha dedicado al Medio Oriente.

La postura filoisraelí y otomanofóbica de David Ignatius en Davos –donde moderó pésimamente un pánel donde participaron el premier turco Recep Tayyip Erdogan y el presidente israelí Shimon Peres– exasperó, con justa razón, a la prensa turca.

Robert Gates –quien ha estado muy activo con su diplomacia militarista desde Egipto, pasando por Arabia Saudita, hasta Bahrein– comenta la tríada clásica de las revueltas del Medio Oriente: brote demográfico juvenil, desempleo y corrupción.

No cita el principal detonador: el alza de los alimentos, producto del nocivo efecto Bernanke –la hiperinflación monetarista de las materias primas–, ni la exorbitante ganancia especulativa de Cargill, la maligna trasnacional estadunidense de granos (que no pierde su tiempo cotizando en la bolsa).

A juicio de Robert Gates, las revueltas árabes han resaltado las diferencias étnicas, sectarias y tribales que han sido suprimidas por años.

Aduce que el apoyo de Estados Unidos para que los líderes operen el cambio democrático ha llevado a preguntarse si una mayor gobernación democrática pueda conservar unidos (sic) a los países a consecuencia de las presiones.

David Ignatius comenta la implicación: existe el riesgo de que el mapa político del moderno (sic) Medio Oriente pueda empezar a desenredarse (¡súper sic!), como es el caso de la división de Libia.

¿Dan Robert Gates y David Ignatius por sentada la bipolaridad histórica de Libia en dos entidades: Tripolitania, de las tribus del coronel Kadafi, y Cirenaica, de las tribus de Bengasi aliadas a la OTAN?

Emerge la espada de Damocles de la balcanización que pone en tela de juicio el añejo mapa medioriental del arreglo británico-francés de Sykes-Picot de 1916, posterior a la primera revuelta árabe que lanzó a la fama mundial al espía inglés Lawrence de Arabia.

¿Tiene previsto Estados Unidos un efecto dominó de balcanizaciones para todo el Medio Oriente?

Pero no es solamente Libia a quien señala puntualmente David Ignatius como intérprete neurolingüístico de Robert Gates.

Mientras Somalia se pulverizaba y la revolución del jazmín arreciaba en África del Norte a inicios de año, Sudán se balcaniza(ba) en el sur (pletórico en petróleo) y hoy corre el riesgo de atomizarse en la región de Darfur (rica en petróleo y, sobre todo, en agua) con la bendición humanitaria del actor estadunidense George Clooney, ungido por la ONU mensajero de la paz.

¿No será Clooney el heraldo de la balcanización de Darfur para perjudicar a China e India?

David Ignatius comenta que entrevistó a Robert Gates el día turbulento en que recibía reportes de un probable golpe de Estado contra el presidente de Yemen Ali Abdalá Saleh, de las protestas crecientemente violentas en Siria y de la controvertida (sic) acción militar en Libia, lo cual valió un crudo comentario del saliente secretario del Pentágono de que en cada dirección (¡súper sic!) se pueden ver cambios en estas placas tectónicas de Medio Oriente que han estado esencialmente congeladas (sic)cerca de 60 años.

¿No benefició geoestratégicamente, acaso, al caduco orden medioriental de la tríada Estados Unidos /Gran Bretaña/Israel tal catatonia dictatorial de la democracia durante más de medio siglo?

El grave problema con la doctrina Gates sobre el cambio democrático para Medio Oriente es su pecado capital de inconsistencia sumada de incongruencia: ha sido exclusiva y desaforadamente aplicada por la vía militar a Libia, mientras ha sido excluida la mayoría de sátrapas aliados de Estados Unidos que quedan del total de 22 países árabes.

A juicio de Robert Gates, el desafío de Estados Unidos consiste en que debe de alguna manera manejar (¡súper sic!) este proceso de cambio, que advendrá independientemente de lo que se haga, de forma que estimule la estabilidad. ¿Cuál estabilidad?

Como si fuera tan sencillo, Robert Gates aporta dos lecciones para los líderes que enfrentan disturbios: 1) adelantarse a los cambios emprendiendo reformas temprano, y 2) evitar la violencia (sic) que usualmente es contraproducente y hace que el tiro salga por la culata.

Deduce que si Hosni Mubarak hubiera realizado concesiones más temprano probablemente todavía sería presidente de Egipto.

El inconveniente del cleptonepotismo de Hosni Mubarak no se centra(ba) exclusivamente en concesiones democráticas y en un cambio cosmético para eternizarse en el poder que deseaba legar a su hijo Gamal. Se trata(ba) de un caso penal político con todos los agravantes y de una indeleble herida cosmogónica en el alma del pueblo egipcio: un régimen policiaco torturador, amén de cleptocrático, cuya conducta fue avalada por varios presidentes de Estados Unidos durante 36 años (contando los seis años adicionales de Mubarak como vicepresidente).

Como suelen hacerlo quienes han sido obligados interesadamente a tener sus conclusiones sicohistóricas por encargo antes de iniciar siquiera sus investigaciones (práctica muy común de los apologistas del México neoliberal), el historiador de carrera Robert Gates altera los sucesos para llevar agua al molino militar de Estados Unidos.

Robert Gates no se compunge por Yemen, donde los generales (sic) y los líderes tribales nos dicen que se encuentran inclinados positivamente hacia Estados Unidos.

Se congratula del factor estabilizador (¡súper sic!) de las relaciones de Washington con los ejércitos locales, como es el caso de Egipto, donde Estados Unidos no pudo haber tenido mayor fortuna (¡súper sic!) por la forma en que las cosas evolucionaron, francamente (¡súper sic!), con el liderazgo del consejo militar.

¿Secuestró el Pentágono a la casi revolución de las pirámides para diluirla en un vulgar gatopardismo: un trivial síndrome Honduras transmutado?

El peligro del teorema medioriental de Robert Gates es que mediante su diplomacia militarista –la complementariedad castrense de una superpotencia como Estados Unidos con países hiperdependientes como Egipto– sofoca bélicamente tras bambalinas la autodeterminación de los ciudadanos, lo cual hace estéril en última instancia cualquier cambio democrático.

Su antídoto: democratizar los ejércitos.

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